La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Sobre vivos y muertos

La ceremonia del último viaje

Canarias es territorio de costumbres y de consejos, que se repiten como una vieja letanía, sobre la mejor manera de actuar ante la vida y ante el momento funesto de la despedida

La ceremonia del último viaje

"Los muertos no le dan guerra a nadie; pero lo que es lo vivos, no encuentran cómo mortificarle la vida a los demás", esta certera frase la dice uno de los personajes que aparecen en la obra Pedazo de Noche del gran Juan Rulfo. Ninguno como él para hablar sobre vivos y muertos. En Los Llanos de Aridane, en la isla de La Palma, se ha celebrado estos días una interesante exposición sobre las costumbres canarias en torno a la vida, los nacimientos y la muerte. La historiadora y diputada autonómica, María Victoria Hernández, una de las comisarias de la muestra, invita a adentrarse en ese mundo ciertamente mágico en el que hay cabida para la superstición y también para sabios consejos y prácticas que harán que la parturienta y su bebé puedan recobrar la normalidad en el menor tiempo posible. También existe un amplio catálogo de formas de actuar con todo lo que tenía relación con los fallecidos, objetos que debían esconderse, y esos velones que lucían en las casas en recuerdo de los ausentes.

La tradición

Uno de los aspectos más analizados y en el que aparecen más consejos tiene que ver con los partos, sobre todo teniendo en cuenta que hace años, hasta mediados de los sesenta del siglo pasado, la mayor parte de mujeres paría en sus casas, ayudada por una partera. La tradición requería que la colocación de la mujer en el momento de parir fuera "atravesada en la cama, al contrario de cómo se duerme. Los muslos se apoyaban sobre la barra lateral de la cama". En determinas poblaciones como en La Laguna todas las camas de matrimonio tenían pies y cabezal y así se facilitaba el trabajo a la partera.

Otra posición para el momento del parto era utilizar dos sillas. La embaraza se sentaba en ellas, cada nalga en cada una de las sillas, y entonces cuando llegaba el momento de parir tenía que empezar a "dar empujones".

Una vez nacido el niño los vecinos se apresuraban a traer a la madre alimentos finos como caldos de pichón y de gallina negra, chocolate o una docena de huevos. Sobre este aspecto existe algún que otro dicho: "los huevos de las paridas son como el gofio prestado", lo que supone que se debía devolver los huevos en próximos nacimientos de otras parturientas.

Las familias del recién nacido respondían con 'la copa del niño', por lo general una copa de mistela o vino dulce.

También era muy importante curar de forma adecuada el ombligo del bebé. El vientre "y especialmente la herida de la vida -cordón umbilical- se le envolvía con una faja, de al menos metro y medio de largo, hasta que se le cayera". La vida se iba curando con leche de almendra, aceite tibia, polvos de penicilina. Cuando se caía se guardaba. Se entendía que el cordón umbilical podía ser un remedio eficaz para enfermedades de los ojos del mismo niño.

La retahíla de consejos sobre la madre recién parida merecer un detenimiento. Durante un periodo que se conoce como la cuarentena que tenía como propósito que "el cuerpo de la mujer volviera a su sitio y las cruces se cerrarán". Pasados tres meses del parto la madre ya se podía lavar la espalda. Se entendía que con esta precaución no perdía la leche.

Una vez pasada la cuarentena, el niño pasaba a la cuna y el marido abandonaba el catre supletorio y volvía a su cama de matrimonio.

Casi como una enciclopedia con las respuestas más recurrentes, las costumbres canarias sobre los nacimientos resultan especialmente llamativas, sobre todo con la distancia que impone el transcurso de los años, algunas provocan cierto desconcierto, y bastante incredulidad, pero en determinados lugares se continúa creyendo en esos sucesos aciagos que pueden aparecer. Como la idea generalizada de tener cuidado con el bebé antes de estar bautizado. Al parecer esta circunstancia guarda cierto peligro: el pequeño puede llegar a sufrir mal de ojo, y para evitarlo se recomienda sobre todo sacarlo de casa lo menos posible. En determinadas islas como La Palma, también se aconsejaba "poner unas tijeras abiertas o un cuchillo debajo de la almohada y tirar granos de mostaza para que la brujas no se lo llevaran".

Contra el mal de ojo

El mal de ojo aparece en el imaginario colectivo como un mal tan nefasto que podía ocasionar en el menor enfermedades de cierta consideración, se ha llegado a creer que se le podía reventar la hiel. Para evitar estos daños se sugería que al recién nacido había que ponerle la camisa interior al revés y además era conveniente hacerle una cruz en la espalda con añil. En el puño izquierdo del menor se le colocaba un lazo rojo o una pulsera de plata de la que colgaba una higa o 'jiga'.

La famosa higa

María Victoria Hernández señala que comprar al niño una de las pulseras con una mano pequeña, la famosa higa, "es algo que se mantiene". En las joyerías de La Palma reconocen que se sigue demandando este colgante. Una pieza que se mantiene como un regalo que se le hace al bebé para evitar el mal de ojo.

En esta exposición que se ha celebrado en Los Llanos de Aridane se ha podido recuperar una serie notable de viejas costumbres, que en el caso de los nacimientos, incluye también la vestimenta del bebé. Sobre este particular se especifica que en el bautizo la indumentaria recomendada era el llamado faldellín. Esta pieza se utilizaba hasta los tres meses del menor, era el tiempo estimado "antes de que el niño se empinara". Este ropaje se confeccionaba para el heredero y con este mismo se bautizaba a todos los hermanos. También se solía pasar a los descendientes. En caso de muerte del pequeño, esta pieza se utilizaba como la mortaja.

Sin duda cuando se adentra en las costumbres canarias relativas a los ritos funerarios aparece una gran cantidad de consejos y de maneras de actuar desde el momento de la agonía del que está a punto de morir.

En esta exposición de Los Llanos se recoge que cuando la persona está en este trance "se acostumbraba encender rápidamente una vela para que el alma encuentre la luz". Cuando se produce la muerte se tapa el cadáver con una sábana.

A continuación los amigos y familiares que se encontraban en la casa procedían a preparar al difunto, "se lavaba el cuerpo con agua tibia para que no se enfriara, así evitaban el llamado frío de la muerte.

El cadáver se ligaba, con tres cintas blancas: una sujetaba la boca cerrada con la cabeza. Otra ligando fuertemente el brazo derecho al cuerpo y la tercera cinta ligaba el muslo izquierdo. Para los investigadores sobre estas costumbres canarias, "el ligar a los difuntos era necesario para evitar que defecaran. La expresión empleada normalmente no era amortajar sino ligar.

Dentro del ataúd

Si se daba el caso que se producía el fallecimiento de un gemelo el vivo tenía que medirse con una cinta de la cabeza a los pies y con otra cinta la planta del pie y estas dos cintas colocarlas rápidamente dentro del ataúd de su hermano. Se tenía la creencia de que el difunto llamaba al hermano gemelo.

Los velorios se hacían en las salas de las casas.

Una vez producido el fallecimiento los vecinos se apresuraban a retirar todos los muebles, enseres y cuadros. Y en el centro del recinto sobre dos mesas pequeñas tapadas con sábanas se ponía al difunto hasta la llegada del cajón. También se podía dejar al recién fallecido sobre su cama hasta que llegara el féretro.

Durante las veinticuatro horas que duraba el velorio, más los ocho días de espera de la primera misa se paraban los relojes de campana que existieran en la casa. Los espejos se retiraban de las paredes o se giraban hacia la pared. Si había una jaula se le ponía encima una tela negra y así se evitaba que el pájaro cantara.

En las colmenas también se ponía un lazo negro, ante el miedo que las abejas se fueran al cementerio con su dueño fallecido.

El luto

Los familiares del difunto permanecían ocho días sin salir a la calle. Durante este tiempo los vecinos se encargaban de las ocupaciones habituales. Atendían a los animales, las labores más urgentes de las cosechas y les llevaban alimentos.

En el domicilio de los familiares del difunto no se podía cocinar, no podía salir humo por la chimenea, no debía escucharse el sonido de un almirez.

El día de la misa, los hombres de la casa, no se podían afeitar personalmente. Tenía que acudir un vecino a ayudarlos. Si hicieran lo contrario se podía entender que su dolor no era grande y que estaba más pendiente de su aspecto personal que de su desgracia.

La distinción de luto en la indumentaria del varón consistía en los primeros días riguroso traje negro, o al menos corbata y calcetines negros. Pasada la misa podían llevar una cinta negra en el brazo, un botón en la solapa y un sombrero de paño negro.

En el caso de las mujeres el luto no sólo les impedía hacer muchas más cosas, sino que solía durar años. Las costumbres más extremas se referían a las viudas.

Compartir el artículo

stats