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Rusia entra en la crisis catalana

Expertos alertan del peligro, para la estabilidad de Occidente, de las prácticas de desinformación y las injerencias a través de internet de los hackers rusos

Rusia entra en la crisis catalana

En este mundo hiperconectado, el aleteo de una mariposa en Moscú puede causar un huracán en el interior de un avión en el aeropuerto de Palma. Carles Puigdemont, expresident errante y tuitero compulsivo, encontró munición para su ofensiva contra el Estado español en un vuelo entre la capital mallorquina y Barcelona, del que supuestamente habrían sido expulsadas dos pasajeras por la negativa de la azafata de atenderlas en catalán. Puigdemont tuiteó en inglés un mensaje que se traduciría así: "Después del 155, la ola autoritaria crece cada día. Expulsar a alguien de un avión por el idioma que habla es injustificable". El tuit, apoyado en un enlace de un medio digital abiertamente independentista, VilaWeb, tuvo una repercusión inmediata: más de 8.500 retuits, más de 11.000 "me gusta", 1.400 respuestas. El volumen potencial de usuarios de Twitter que lo vieron es abrumador, teniendo en cuenta que Puigdemont tiene 586.000 seguidores en la red social. Todo correcto, salvo por una cosa: la 'noticia' era mendaz.

En realidad, como luego se corroboró a través del testimonio de varios pasajeros, la expulsión se debió a los malos modos de las dos pasajeras, que reaccionaron con una agresividad desproporcionada al comprobar que la azafata no hablaba catalán. Puigdemont no rectificó, pero en todo caso el impacto del tuit era ya irreparable. La posverdad al servicio del independentismo catalán. Una táctica que los secesionistas han aprendido de un inesperado aliado: Rusia. Un país que usa la desinformación como arma para reafirmar su control interno y recuperar su condición de potencia mundial a base de minar la cohesión sociopolítica de sus adversarios, en una versión digital de la Guerra Fría marcada por el uso de las redes sociales y de herramientas como los 'bots'.

La posible injerencia rusa en la crisis catalana sería similar a la que se ha documentado en la campaña por el brexit, las elecciones francesas o los polémicos comicios que dieron la presidencia de Estados Unidos a Donald Trump. Siguiendo su estrategia de las anteriores crisis, Rusia niega oficialmente toda implicación, pero los datos de tráfico alimentan las dudas: en las semanas previas a la consulta ilegal del 1-O, la actividad relacionada con Cataluña desde servidores rusos se incrementó un 2.000%. Una actividad que, según diversos analistas, se concentró en apoyar las tesis independentistas con informaciones manipuladas o directamente falsas.

Los métodos seguidos por las brigadas informáticas rusas para injerir en procesos políticos foráneos no son complejos, al menos hasta el momento. "Desde un punto de vista técnico, muchas de las cosas que están haciendo, al menos por ahora, no tienen gran complejidad. Abren cuentas falsas en las redes sociales e inventan noticias, con el objetivo de crear opinión", explica Luis Vinuesa, profesor del Departamento de Informática, especializado en ciberseguridad. Para entender el impacto real de estas noticias falsas difundidas a través de cuentas creadas ex profeso, hay que entender los mecanismos de posicionamiento de los contenidos en las redes sociales. Un tuit, por sí mismo, no tiene mayor alcance, a no ser que lo lance (o lo retuitee) algún usuario con un gran volumen de seguidores. Caso de Carles Puigdemont y sus 586.000 lectores, por ejemplo. Pero si ese tuit se retuitea a través de otras cuentas falsas, su posicionamiento mejora y su impacto crece. Y si además el tuit se conecta con la información de una web o de un medio de comunicación, como hizo Puigdemont con la noticia de VilaWeb, ambos contenidos, el del medio y el de la red social, se retroalimentan.

La conexión de redes sociales y páginas de orientación informativa es una pieza clave de la estrategia rusa, que además cuenta con todo el aparato del Kremlin para apuntalar su visión de la realidad. El soporte meidático llega especialmente a través de dos fuentes: la agencia de noticias Sputnik y Russia Today. Dos medios que otorgan, aseguran los analistas, una visión premeditadamente deformada de la realidad. En ocasiones, incluso el Estado ruso ejerce de soporte a esas actividades. El caso más reciente: el pasado 14 de noviembre, el Ministerio de Defensa ruso acusó a EE UU, a través de sus cuentas oficiales de Twitter y Facebook, de dar soporte aéreo a las tropas del Estado Islámico. Como prueba, aportó cuatro imágenes, que supuestamente habían sido tomadas por aviones espía. Pero algunos usuarios de la red social identificaron una de las imágenes como procedente de un videojuego para móviles: AC-130 Gunship Simulator: Special Ops Squadron. El Ministerio de Defensa se excusó afirmando que las otras tres eran reales y que esa se había colado por un error humano. Otros usuarios acabaron vinculando también el origen de esas imágenes a capturas de videojuegos. Pero además de esos medios y de los aparatos del Estado, los hackers rusos cuentan con otro aliado que les ayuda a amplificar la difusión de sus informaciones: los bots.

"Cuando hablamos de 'bots', los asociamos a robots físicos, pero en realidad son programas de software que pueden automatizar ciertas tareas procesando los datos disponibles en internet. Programar un bot para que genere mensajes cada cierto tiempo es fácil, incluso generarlos con unas determinadas palabras o con una batería de frases. Hasta puede llegar a parecer que están escritos por una persona, es fácil y puede llegar a generar mucho ruido", explica José Emilio Labra, profesor titular del Departamento de Informática. Algunos de estos 'bots' han llegado a ser increíblemente populares. Según el diario inglés The Guardian, un 'bot' que operaba en Twitter y centrado en promocionar el antiislamismo y la xenofobia llegó a tener más de 50.000 seguidores antes de ser desactivado, el pasado verano. La cuenta, @SouthLoneStar, se presentaba como perfil público de un ciudadano de Texas (EE UU).

"A los usuarios, Twitter nos tiene superlocalizados, pero ellos tienen mecanismos para evitar esa localización. Usan lo que se llama redes 'zombi', que son ordenadores infectados para alojar estas cuentas. Eso hace difícil localizar de donde vienen los tuits: hay herramientas y mecanismos para detectar esas redes zombi, pero suele hacerse a posteriori", explica Irene Cid, consultora de seguridad informática y miembro del Colegio Oficial de Ingenieros Informáticos del Principado de Asturias (COIIPA).

El respaldo a estos 'bots' llega a través de agentes humanos que se dedican a crear confrontación: son los temidos 'trolls'. "Es una práctica que empezó con la era de internet. En los primeros foros, era muy habitual ver a personas que buscaban únicamente pinchar, crear polémica, provocar", explica Pablo Bravo, informático en Byteheed y colegiado del COIIPA. A su juicio, la preparación de los perfiles de 'bots' tuvo que realizarse con cierta antelación para ser realmente efectivos, pero los 'trolls' tienen más capacidad de reacción: "Ser un buen 'troll' es todo un arte, es como el personaje de aquel cómic de Astérix, La cizaña.

Además de 'bots' y 'trolls', los hackers también se sirven de los mecanismos publicitarios de las redes sociales. En Facebook, por ejemplo, una publicación promocionada puede llegar a un volumen de usuarios muy superior al del tráfico habitual. Con sus actuales tarifas, se puede lograr que una publicación sea vista por 24.000 personas, a lo largo de una semana, con una inversión de apenas 42 euros. Durante las elecciones de EE UU, se difundieron en el país, a través de la red social, más de 3.000 anuncios procedentes de Rusia. Según los datos proporcionados por la compañía al Congreso estadounidense, esos posts -manipulados o falsos en su gran mayoría y dirigidos por lo general a difamar a la candidata del partido Demócrata, Hillary Clinton- fueron vistos por diez millones de personas. La mitad de los anuncios costó menos de 3 dólares cada uno (2,5 euros, al cambio actual) y sólo un 1% superó los 1.000 dólares de coste (849,6 euros), para una inversión global que se estima en unos 100.000 dólares (unos 84.000 euros). Aunque muchos anuncios no llegaron a sus potenciales consumidores hasta después de los comicios, se estima que su difusión pudo decantar las elecciones a favor de Donald Trump en un puñado de estados clave.

"La victoria de Trump ha sido el campanazo para que todo el mundo se diera cuenta de que algo habría que hacer. Las empresas y los estados ya están pensando cómo se puede atajar este problema. Pero no es fácil, las técnicas no son sencillas", sostiene Labra. Benjamín López, también profesor titular del Departamento de Informática de la Universidad de Oviedo, incide en que el problema viene de hace varios años, aunque sea ahora cuando se haya visibilizado: "Es algo que hacen habitualmente las grandes corporaciones desde hace más de una década, y en el futuro va a ir a más. Existen tecnologías y desarrollos de robots que se dedican a analizar lo que hacemos, cada vez con sistemas más potentes. Lo usan estados y empresas, porque cada vez se puede extraer más información de los individuos desde las redes sociales. Cuando tienen sistemas que son capaces de agregar esa información, pueden perfilarnos como individuos".

Además de la maquinaria propia, las redes rusas cuentan con aliados externos, que difieren en función de cada conflicto. No suelen ser 'aliados' en el sentido de que hayan formalizado algún tipo de acuerdo, sino personas o colectivos con objetivos comunes que de algún modo participan de esta misma estrategia de la incomunicación, sea a sabiendas o no: los euroescépticos británicos, en el caso del brexit; los grupos ultraconservadores en el apoyo a Donald Trump; los independentistas en Cataluña; o agentes externos como los activistas Edward Snowden (que está asilado en Rusia desde su huida de EE UU) o Julian Assange. En el caso del fundador de Wikileaks y el conflicto independentista, la conexión es aún más turbia, ya que hay sospechas de que pudo haber recibido algún tipo de contrapartida económica.

Con este potencial, todas las naciones, especialmente las grandes potencias, tienen divisiones de ciberespionaje. "Las próximas guerras van a tener un componente digital absoluto. Puedes ganar una guerra sin haber lanzado una bomba, porque puedes hacer que se apaguen las centrales nucleares, o incluso hacerlas estallar. Abrir o cerrar una presa, controlar los sistemas potabilizadores de una ciudad, causar apagones o controlar los semáforos", explica Luis Vinuesa. Su relato recuerda al visto en algunos filmes de Hollywood. "Las películas pueden parecer muy apocalípticas, pero hay constancia de injerencias y de accesos no autorizados a centrales nucleares o hidráulicas. La suerte es que no eran terroristas, sino personas que querían demostrar que no era seguro. Pero esto viene de muy atrás: en la Guerra del Golfo, los EE UU lograron tumbar el sistema antimisiles de Irak, que era muy bueno porque lo habían comprado a Occidente, metiendo un virus en una impresora que se conectó dentro de los ministerios iraquíes e infectó el sistema de defensa. Se quedaron a ciegas", sostiene Vinuesa.

Frente a estos ataques, las injerencias propagandísticas que se atribuyen a Rusia pueden parecer problemas menores, pero en realidad no lo son: pueden cambiar el gobierno de un país, quebrar una alianza política y económica, y hasta decidir una contienda bélica. "La anexión de Crimea en 2014 sin que los 'pequeños hombres verdes' dispararan una bala ha sido el mayor éxito de la combinación de varios instrumentos de la guerra de la información y la causa inmediata de que ésta entrara a formar parte de la Doctrina Militar de 2014", sostiene Mira Milosevich-Juaristi, investigadora principal del Real Instituto Elcano, en su artículo La 'combinación', instrumento de la guerra de la información de Rusia en Cataluña. Las herramientas para poner en funcionamiento esta estrategia son múltiples. La Doctrina Militar a la que se refiere es la estrategia oficial del Kremlin para desenvolverse ante conflictos bélicos.

Al analizar las razones por las que Rusia es hoy en día una auténtica superpotencia en desinformación y guerra propagandística, Milosevich-Juaristi alude a una práctica histórica, que se remonta a los tiempos previos a la Revolución de 1917, pero también a algunas experiencias recientes que fueron reveladoras para las agencias de inteligencia rusas, empezando por la constatación del poder de las informaciones que los ciudadanos divulgaban en las redes sociales durante la segunda Guerra de Chechenia (1999-2009). A partir de ese conflicto, los rusos perfeccionaron sus técnicas con un método tan sencillo como efectivo: ensayo-error. "Entre todos los conflictos definidos como escenarios donde los servicios de inteligencia aprendieron sobre las 'amenazas' que representaba internet para la seguridad nacional y sus infinitas posibilidades como instrumento de la guerra de la información", continúa Milosevich-Juaristi, "las protestas de 2011 (contra el Gobierno de Vladimir Putin por un presunto fraude de las elecciones legislativas de ese año) marcaron un avance significativo en el uso de las redes sociales. Durante las protestas, el Kremlin se dio cuenta de que los sistemas automáticos (que usaban desde 2009 o antes) para divulgar la información no eran suficientes, sino que se hacía necesaria una inversión en actores humanos con el fin de prevenir los debates on-line".

Estas experiencias curtieron a las brigadas informáticas rusas, y también convencieron al Estado del potencial de estas prácticas de desinformación. Su injerencia en las elecciones de Estados Unidos, encaminada a lograr un candidato más acorde a sus intereses, o incluso en la campaña del brexit, cuyo éxito ha debilitado a la Unión Europea, parece lógica. Pero su apoyo a las pretensiones independentistas del Govern catalán oculta intereses menos evidentes.

"Putin no reconoció la validez del 1-O ni la independencia de Cataluña. Si lo hubiera hecho, habría sido un modo muy fuerte de desestabilizar a España y a la Unión Europea, hubiera creado un gran problema. Eso es indicativo de que el interés de Rusia en España no es tan grande, y de que en todo caso no quieren poner todos los huevos en la cesta de Cataluña. Pero actúan de una manera más fina, porque Rusia tiene muchas buenas razones para hacer daño a España", sostiene Lino Camprubí, investigador del Instituto Max Planck para la Historia de la Ciencia (Berlín).

Entre estas razones, Camprubí destaca la pertenencia de España a la UE y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), además de nuestra participación en algunas acciones y programas concretos que habrían perjudicado a los rusos: "España aceptó sin rechistar las sanciones impuestas a Rusia por la invasión de Crimea, y participa activamente en el escudo de misiles de la OTAN, del que la base de Rota es una pieza importantísima y cuyo único objetivo real es aislar a Rusia militarmente", sostiene el investigador.

Aparte de estas cuestiones, siguiendo con la argumentación de Camprubí, Rusia tendría una cuenta pendiente con España por un conflicto concreto vinculado a la guerra de Siria, por la negativa del Gobierno de Mariano Rajoy a permitir el repostaje de los barcos rusos en Ceuta. "Tras ese episodio, Rusia tiene otro motivo para decir que España no es un país amigo", afirma Camprubí. Y dentro de esta lógica de la confrontación, aquellos que no son amigos son potenciales enemigos: en la guerra de los 'bots' no hay países ni colectivos neutrales.

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