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patrimonio cultural

Orgullosos del habla canaria

La forma de hablar de los canarios es tan legítima como la que se emplea en Castilla, así lo dice de forma tajante el catedrático Marcial Morera

Orgullosos del habla canaria

El desafortunado comentario de una joven de Tenerife, Ana Guerra, al decir en un programa de televisión que su acento le parece "tan feo y malo", ha sido la excusa perfecta para volver las miradas y las opiniones más diversas sobre la riqueza de una forma de hablar tan universal, tan deliciosa, que merece la consideración y el respeto unánime.

Y además, como les dice a sus alumnos extranjeros el profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Eladio Santana: "ustedes saben que han elegido hablar el español del futuro, el español atlántico, el evolucionado, el que ya emplean millones de personas". Cada vez que lanza en clase estas frases de bienvenida, Santana reconoce que los estudiantes se quedan un poco perplejos, después ya caen en la cuenta que la verdad es ésa, sólo hay que detenerse en la pronunciación, en el vocabulario de andaluces, canarios y en todos los habitantes que integran Hispanoamérica. Esta manera de comunicarse, esta fonética no se corresponde con aquel castellano de la meseta. Hace tiempo que se trata de una modalidad lingüística distinta, que ha crecido, que toma otra musicalidad. Se trata de la manera extraordinaria que ha encontrado una gran parte de hispanohablantes, la mayoría, en relajar y suavizar esta gran lengua, el español evolucionado de aquí y de allá.

No se trata en ningún caso de 'culpabilizar' a esta concursante de Operación Triunfo, tal vez habrá que agradecerle su comentario, ese gran complejo que aún subyace como viejas rémoras del pasado y que llevan a algunos canarios, seguramente cada vez menos, a sentir que su forma de hablar tiene menos categoría, menos legitimidad que la pronunciación del español que se mantiene en la península.

Fruto del mestizaje

El catedrático de la Universidad de La Laguna, el majorero Marcial Morera, lo dice de forma tajante, "el habla canaria es tan legítima como la que se emplea en Castilla". También advierte que en las islas nunca se habló en realidad castellano, lo que llegó al Archipiélago fue el español evolucionado, "el que trajeron los andaluces, y después desde Canarias viajó hasta América". Además, insistiendo en la riqueza, en el patrimonio cultural que representa esta forma de comunicarse habrá que incidir en la idea del mestizaje. Los habitantes del Archipiélago no sólo se sirvieron del español que trajeron los conquistadores también mantuvieron expresiones guanches, asumieron como propias el legado que dejaron los portugueses y en menor medida los moriscos. Canarias, como esa balsa de piedra de la que escribió José Saramago, siempre ha sabido recoger, captar todo aquello que pasaba a su alrededor. Lo ha hecho con la música, aglutinando los ritmos que venían de Europa, América, y África. También con el teatro, y el cine y por supuesto con el lenguaje, con un vocabulario y un acento que se marchó al llamado Nuevo Mundo y regresó dejando en las islas mayores cuotas de riqueza. Hoy no se entendería el habla canaria sin palabras como guagua, guataca, millo, papa, velillo, y una amplia variedad de términos que acercan al acento seseante de las Islas con el que se estila por Latinoamérica.

De hecho en la Península suele ser habitual que al escuchar la voz de un canario muchos confundan esa manera de expresarse con la de un venezolano, chileno o cubano. La realidad es que para muchos todos los acentos más relajados vienen del otro lado del Atlántico.

Para un experto en filología como Marcial Morera, "negar la lengua que uno habla, supone negarse a uno mismo". Sobre todo porque tal y como plantea en su libro El Habla para una persona es importante la forma en la que se expresa, esto condiciona su visión y su percepción de la realidad, "su identidad como ser humano y su pertenencia a una determinada colectividad; por otra parte, hace posible la creación de palabras, nuevas oraciones y nuevos textos para dar satisfacción a sus permanentes necesidades expresivas personales o colectivas. Conocer, pensar, ejercer la crítica y renovar la vida; fundamentalmente renovar la vida. Todo esto convierte a la lengua en el más potente instrumento de la libertad del ser humano".

Vocabulario infravalorado

Tanto los alumnos de la Escuela de Turismo de Lanzarote como el equipo de fútbol Casa de Canarias, que juega en la Tercera regional de la Comunidad de Madrid y que van líderes del campeonato, han querido rescatar algunas de esas palabras singulares que distinguen y que hacen más auténtico esta forma de expresarse. Desde jeito a una expresión tan lanzaroteña y delicada como chinijo. Para los estudiantes conejeros todas las expresiones que aparecen escritas en esos folios en blanco ya la habían oído antes, suelen decirlas sus abuelos, también en alguna venta de Guatiza o de Teguise. Y cada vez que se paran en la calle Real y se sientan junto a los habituales de esta gran avenida, de este paseo por el que transita todo Arrecife.

Buceando en este entretenido y diverso laberinto que supone adentrarse en el lenguaje hay que hacer referencia al magnífico discurso que realizó el catedrático de la Universidad de La laguna, Antonio Tejera Gaspar, cuando ingresó como miembro de la Academia Canaria de la Lengua. Bajo el título Las palabras de mi historia, Gaspar cuenta todas aquellas expresiones que escuchó en su casa, que formaban parte de su manera de hablar: "Me crié oyendo aquellas palabras viejas que convivían con otras nuevas, que anunciaban sin duda el tránsito a una época distinta. Eran como lenguas de frontera, de dos mundos y de dos culturas. Una que comenzaba lentamente a desaparecer, y otra nueva que ya se barruntaba. Fue por esa época cuando oí la radio por vez primera. Las palabras se escuchaban, pero no se leían? Al final uno no sabía si la palabra correcta era retrete, o wáter; y si de veras haiga era un coche grande con los que alardeaban, en medio de la pobreza de aquellos pueblos, los indianos venidos de Venezuela".

También relata que en aquellos años le resultaba difícil saber con certeza los nombres verdaderos de algunos alimentos, como melocotón o durazno, albaricoque o damasco, guindas o cerezas, papas o patatas, "por toda explicación nos decían que eran nombres distintos, porque los de Canarias eran frutos diferentes a los de la Península". La verdad era sencilla, el español que se hablaba en Canarias también contenía expresiones de América y de Portugal, con lo que enriquecía el resultado final.

El problema que se le presenta a aquel joven Antonio Tejera Gaspar llega después cuando va a estudiar el bachillerato y al pronunciar alguno de aquellos términos que había escuchado en su entorno lo llaman mago. "Aquella cultura que aprendí de manera natural, me acarrearía muchos problemas, pero a la postre muchas satisfacciones. De ella aprendí un caudal rico de palabras, que más tarde debí arrinconar, porque nadie las decía".

El habla canaria, que no lengua, según Maximiano Trapero y Marcial Morera, sale fortalecida en ese viaje de ida y vuelta que emprende rumbo a América. El seseo, la aspiración final de la s, su vocabulario, y en el caso de la forma de comunicarse de los residentes en Las Palmas de Gran Canaria, que evolucionan hasta sumar la vocal final a la siguiente palabra, como si abrazaran las frases, en un toque que los distingue, los hace únicos. Todos estos elementos que en algún momento se vieron con cierto menosprecio. Según recoge el catedrático en Filología, Marcial Morera, para algunos autores "en Canarias se usaba un castellano degenerado o mal hablado. Hasta hace 30 años se consideraba al seseo como un vulgarismo, una característica que debe aplicarse hoy al 80% de los hispanohablantes". Ante esta realidad, el seseo se cuela en los discursos, en la literatura y en obras tan como Cien Años de Soledad o Tres tristes tigres de Cabrera Infante, en la que el escritor cubano hace una loa al gofio.

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