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Los templos de Angkor

Las torres de Angkor Vat son sikharas, altas y afiladas, parecidas a las de los templos hinduistas del norte de la India, aunque, sin duda, lo que resalta más sorprendente es la enorme cantidad de bajorrelieves

Niños camboyanos disfrutan de un baño en las inmediaciones del templo. FHG

Llegar desde Gran Canaria a Siem Rep, la ciudad más cercana a Angkor Vat, nos ha costado cuatro vuelos y sus correspondientes trasbordo, y eso que ni siquiera hemos pasado por Phnom Penh, la capital de Camboya. Lo que queremos es ver los templos.

Nos alojamos en un hotel que se está poniendo en marcha. Está situado a la salida de la ciudad hacia el parque arqueológico. Es pequeño, quizá veinte habitaciones, tiene una gran piscina en el centro, lo que agradecen mis acompañantes para refrescarse en este clima cálido de más, y nos van a tratar a cuerpo de rey. La directora nos saluda al llegar, nos designa un 'ayudante' personal, un empleado que será una sombra para nosotros mientras estemos en el hotel esperando a la puerta de la habitación por si queremos alguna cosa, y nos dice que hay un tuk-tuk a nuestra disposición si deseamos desplazarnos al pueblo.

Todas estas atenciones se deben a que somos, junto con otra pareja española que viaja con dos niños, los únicos ocupantes de este hotel de estreno. Hemos tenido suerte con la elección de la agencia de viajes. Por las noches, la cena está incluida, nos pondrán películas, rodadas por el rey Norodom Sihamoni (1953), bailarín profesional y director de cine antes de ser rey, o nos traerán un grupo musical para amenizarnos la velada. No se puede pedir más. Es ya por la tarde y nos vamos a ver un mercadillo nocturno, en realidad permanente, donde se ofertan todo tipo de mercancías como suele ser habitual. Por la noche es cuando más ambientados están estos puestos de comida, telas, artesanía y demás. Los precios son bajos aunque no tanto como en Birmania o Laos. Nunca dejamos atrás un mercadillo sin comprar algo, tampoco esta vez. Cenamos en el hotel mientras nos ponen el cine anunciado y nos acostamos temprano porque hemos madrugado en Chiang Rai, de donde venimos.

Por la mañana, temprano para evitar las horas de más calor, nos recoge nuestro guía, un camboyano diminuto que habla bien un español aprendido en Cuba. Hasta el parque arqueológico no hay más de seis u ocho kilómetros por una carretera sin tráfico. No hay demasiados turistas. Es, aún, un lugar apartado del mundo y eso encarece y dificulta la llegada masiva de visitantes. Entiendo eso como una suerte. Vamos a entrar en Angkor Thom, la ciudad fortificada, por la puerta sur. Nos hacen una foto para una entrada-carnet con vigencia para dos días. Pagamos cuarenta dólares por cada una. Es dinero bien gastado.

Angkor Thom es casi el último coletazo artístico y constructivo del imperio jemer. Es la obra más tardía (hacia el 1200) que vamos a admirar en estos días. Su impulsor es Jayavarman VII (1181-1219). El nombre de los reyes se forma con el de un dios hindú y un sufijo 'varman' que significa 'el protegido de'. Por tanto, en este caso, estaríamos hablando de El séptimo protegido de Jaya. Los reyes tenían también un nombre post-morten de manera que una misma persona acumula tres nombres distintos: el que se le daba al nacer, el que tomaban como rey y el de difunto.

Su obra máxima fue el conjunto urbanístico de Angkor Thom ('la Gran Capital'), que vamos a visitar. Es un recinto amurallado en un cuadrado de tres kilómetros de lado y centrado por el templo del Bayón con sus torres enormes que llevan esculpidas caras humanas que representan al rey como bodhisattva dominando las cuatro direcciones del espacio. Son cuatro rostros gigantescos en cada torre que aparecen como protectores apacibles del universo. Es la misma idea pero mucho más desarrollada artísticamente que los rostros de Buda mirando a los cuatro puntos cardinales que encontramos en los stupa del Nepal. Tienen un gesto amable que se conoce como la 'sonrisa de Angkor'.

Atravesamos un puente con guardianes 'buenos' a un lado y demonios en el contrario (devas y asuras), son figuras gigantes que alcanzarían de dos o tres metros de altura si estuvieran de pie, que sobrecogen el ánimo si entras en la ciudad de noche o sin tener la conciencia muy limpia. Vemos ya las 'torres de las caras', esos impresionantes torreones cuyos sillares reproducen lo que para algunos, como indiqué, son los rostros del rey-dios Jayavarman VII. Pero el que sea un monumento budista no significa que no tenga un pasado hinduista. Es, en su conjunto como todos los templos montaña jemeres, una representación del Monte Meru rodeado de estanques para configurar una representación simbólica de la leyenda del mar de leche batido para producir ambrosía.

Vamos a empezar a ver los bajorrelives que son un poco lo mejor de los templos de Angkor. Los de Bayon, los últimos cronológicamente, son los más libres, los que podríamos comparar con la época helenística frente a la época clásica, de todos los que veremos, que van a ser muchos. En Bayon el tema principal son las guerras del rey, la vida cotidiana y en muchos de los paneles aparecen niños y animales. Villiers nos hace notar que entre estos está representado un casuario, ave de Nueva Zelanda, ¿cómo lo conocieron? Paseamos por sus pasillos, subimos y bajamos entre torreones, admiramos los frisos, las apsaras esculpidas en busto redondo?, tenemos que seguir, el guía tiene un horario marcado y aunque nos vamos con pena sabemos que nos quedan muchas cosas que descubrir.

El siguiente es el templo de Baphoum, un templo hinduista, vishnuista, construido por Udayadityavarman II (1050-1065). Hemos retrocedido más de cien años y estamos en un templo en el que se adora el linga y no a Buda. Es el primero, en el imperio jemer, que contiene representaciones del Ramayana y el Mahabharata. Es una de las obras cumbres del arte jemer pero lo veo más destruido, ha desaparecido el oro y la madera que configuraban su parte central, y más lejano culturalmente que el de Bayon y me gusta menos.

Paseamos, hace un buen día con calor como es de esperar, por la terraza del templo, por la terraza 'De los elefantes', vemos la estatua 'Del rey leproso'? No hay casi visitantes y el paseo es agradable. Árboles magníficos sombrean el paisaje que es verde y llano. El guía nos cuenta historias salpicadas de los nombres larguísimos de los reyes protagonistas de todo lo que hicieron entre millones de personas anónimas. No estoy muy interesado en lo que dice. Prefiero leerlo con antelación para ir encontrando lo que me anuncian los libros. Sé, por otra parte, que una visión demasiado intelectualizada nos priva, me priva, de un cierto grado de emoción que solo se alcanza dejándonos llevar por lo que vemos y sentimos. El síndrome de Stendhal no está a mi alcance.

Vamos a almorzar en un restaurante inserto en el parque arqueológico. Volvemos en un viaje de mil años al siglo XXI al vernos rodeados de turistas en su mayoría franceses. Comemos, mejor dicho no como, comida basura según el canon occidental reelaborada con las normas higiénicas orientales. Peor imposible. He desayunado abundantemente y cenaremos temprano. Puedo pasar de este cáliz. Mientras tomamos café para recuperar el tono nuestro guía nos relata la revolución de los jemeres rojos y las penurias que él mismo pasó. Millones de personas murieron en este régimen de terror impuesto por Pol Pot y todos los camboyanos, nos dice, lo tienen grabado de forma indeleble.

Comenzamos la tarde, son las tres p.m., visitando el Museo Nacional, instalado en un moderno edificio muy cerca de allí. Tiene una colección de piezas excavadas en la zona de mucho interés. Esta visita nos permite también pasar un rato descansado, a la sombra, en las horas de más calor del día. Ha sido un detalle que tenemos que agradecer a nuestro guía.

Volvemos luego al parque arqueológico para la visita más esperada, la de Angkor Vat. Edificado por Suriyavarman II (1113-1150), por lo tanto temporalmente en medio de los dos que hemos visto por la mañana, es probablemente el monumento más emblemático de la cultura jemer y el icono de este parque arqueológico. Dedicado a Vishnú, se adaptó posteriormente al culto budista. Además de ser un templo fue edificado para ser un mausoleo para su fundador, razón por la que está orientado hacia el sol poniente. Su recinto exterior, de forma rectangular, mide mil metros de largo por ochocientos de ancho. Las puertas, cubiertas por pabellones monumentales, se encuentran en los extremos de los ejes de cada uno de los rectángulos que constituyen los sucesivos recintos. Las torres de Angkor Vat son sikharas, torres altas y afiladas, parecidas a las de los templos hinduistas del norte de la India. Aunque, sin duda, lo más sorprendente de Angkor Vat es la enorme cantidad de bajorrelieves que suman varios kilómetros lineales de representaciones de hombres y mujeres, animales, apsaras, garudas y dioses reflejando el gran drama de la manifestación cósmica. Se trata de un larguísimo panel, un elemento decorativo realmente original y de una gran potencia plástica. Es además, el mejor conservado de todos los que integran el conjunto.

Son la superficie esculpida más larga de cualquier monumento, ofrecen sobre todo temas vishnuistas, hablan de la vida de Suriyavarman II (en uno de los paneles aparece el rey con otros dignatarios en marcha hacia el reino de la muerte donde va a ser divinizado como Vishnú), contienen escenas del Ramayana y el Mahabharata y otras de guerras y demás. Y así podemos contemplar, traducidos al lenguaje de la piedra, diversos episodios protagonizados por personajes del Ramayana o la batalla de Lanka entre los asuras (o demonios) y el ejército de monos de Hanuman.

Hemos estado, yo sin comer más que una chocolatina, tres o cuatro horas en Angkor Vat. No hay tiempo para más. Volvemos al hotel donde cenaremos amenizados por un grupo de música local. Tocan para nosotros y los otros cuatro viajeros españoles que nos acompañan. Siento que está de más esta dedicación a tan pocos huéspedes. Después salimos al pueblo para regatear en el mercadillo. Mañana, más templos y más cosas. Así es la vida del turista.

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