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La península del tesoro

Jandía fue declarada parque natural en 1987. Su espectacular belleza paisajística se complementa con una gran riqueza geológica, biológica y cultural

Hace 20 millones de años, la península de Jandía surgió en uno de los tres enormes episodios volcánicos que dieron lugar a la creación de Fuerteventura. Su orografía combina suaves laderas con la imponente presencia del macizo que lidera el pico de la Zarza, de 807 metros, el punto más alto de la isla.

Acercarse a este espacio es quedarse boquiabierto, la belleza ondulada del paisaje, su costa salvaje, agreste y deliciosa. Y en medio de este territorio gigante también hay que destacar sus valores vegetales, como símbolo del parque y de la isla, el cardón de Jandía, endemismo que aparece únicamente en el interior de este espacio. Esta península acoge una importantísima colonia de especies como cardones y tabaibas. Junto a ellos aparecen tajinastes de Jandía de flores azules, margaritas de Winter, con sus flores blancas y amarillas y el anís de hojas verde claro. En este espacio protegido habitan 28 especies de aves, 3 tipos de reptiles y 12 de mamíferos.

El animal majorero por excelencia, la hubara o avutarda aparece en el parque junto a otras aves como el Chorlitejo patinegro, el Chorlitejo chico, el guirre que encuentra refugio entre sus riscos y acantilados. También habita en Jandía un reptil muy particular, la lisa majorera o lisneja. En sus playas se ha registrado el único punto de Europa donde pone sus huevos la tortuga laúd, y en sus aguas es posible encontrar una gran cantidad de cetáceos como la tonina, el calderón o el cachalote.

Sólo se requiere un parpadeo para confirmar que esta tierra alargada, al final o al comienzo de Fuerteventura, depende desde donde se mire, debe contener maravillas de todo tipo. Tal vez la riqueza cultural, las historias apasionantes que tienen su refugio en este enclave hayan pasado más desapercibidas, pero una vez que han quedado al descubierto llegan a convertirse en estandartes de la cultura popular majorera, esa que se contaban los pescadores y pastores de Cofete y Morro Jable en las largas noches de espera.

El maestro jubilado Domingo Castellano, natural de Gran Canaria, llegó a Morro Jable en 1978. Un tiempo de cambios y en el que aún el turismo no había desbordado ningún pueblo. De hecho, Morro era apenas una población escasa, en la que vivían sobre todo pescadores y algunos ganaderos que transitaban entre este enclave y la entonces lejana Cofete.

Enamorado de las gentes que habitaban esta parte de la isla y también de las historias que contaban, el año pasado publicó el libro: Jandía, conversaciones entre sal y brumas. Una obra novelada en la que rescata algunos de esos relatos memorables que parecen de ciencia ficción pero que han sido reales.

Sin lugar a dudas uno de los personajes más controvertidos que han pasado a la historia de este territorio fue Winter. Su pasado vinculado a extraños acuerdos o tramas con los alemanes de la época de Hitler y ese poder infinito del que gozó en aquellos años de supervivencia. Cuenta Domingo Castellano que Gustavo Winter se convirtió en el gran señor de aquella parte de la isla, "no sólo decidía sobre tierras, lindes, sino también sobre las personas".

Muertos en África

Precisamente en la década de los años treinta, cuando la escasez, el miedo y la extrema pobreza formaban parte de la vida de una gran parte de majoreros, entonces cualquier cosa que ocurría podía desencadenar una sucesión de males que acabarían con su endeble fortaleza. Cuenta Castellano que en una noche de lluvia, de esos temporales perfectos que hacían temblar a los escasos vecinos de Cofete se escuchó en la playa el tañido de una campana.

Para muchos aquel sonido vibrante y extraño sólo podía ser el preludio que anunciaba el fin del mundo. Los más avezados se acercaron hasta la orilla y entonces se toparon con una gran campana, que las olas agitaban en aquella noche de tormenta.

Fue Winter el que ordenó que la recogieran y en un primer momento la colocaron en la plaza de Morro Jable. Al cabo de los años se descubrió que esa campana procedía de Canadá. En los puertos de ese país se suelen colocar campanas para que en las noches de niebla puedan avisar a los barcos del lugar en el que se encuentran. Más tarde, familiares de Gustavo Winter decidieron que ese artilugio con tanta historia les pertenecía y se lo llevaron para su casa. Ante las protestas de los vecinos, la campana volvió a reaparecer y ahora está en lo alto del campanario de la iglesia de Morro Jable.

El libro de Domingo Castellano está plagado de historias, algunas más tristes como la del destino fatal de los marineros que navegaban a bordo de El Mena, un langostero que terminó por hundirse en la costa africana. Al padre y al hijo lo encontraron uno junto al otro, muertos sobre la arena de una playa de África.

Adentrarse en la península de Jandía es como visitar de verdad aquella mítica Isla del Tesoro. Siempre puede aparecer un John Silver, con pata de palo y parche en el ojo, dispuesto a contar y mostrar alguno de esos tesoros.

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