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Spirou explora el Congo de Tintín

Los dos clásicos de la historieta se funden en 'El botones verde caqui' y 'La mujer leopardo', aventuras del personaje creado por Rob-Vel dibujadas por Olivier Schwartz con guión de Yann

Spirou explora el Congo de Tintín

Toda la tradición del cómic belga clásico se condensa y renueva en "El botones verde caqui" y "La mujer leopardo", en el que Spirou visita el Congo de Tintín en álbumes gozosos que firman el guionista Yann y el dibujante Olivier Schwartz, dos franceses en la corte del rey Leopoldo II.

Tintín y Spirou son dos personajes que encarnan dos tradiciones muy diferentes en el cómic belga, hasta 1970 el más importante de Europa.

Tintín nació en un periódico ("Le Vingtième Siècle") en 1929 y es la obra completa de Hergé (aunque fundó un estudio para rehacer las primeras aventuras y hacer las siguientes). Después de la II Guerra Mundial tuvo una revista y a la muerte de su autor, en 1983, se clausuró la serie, sin que las ofertas de artistas consagrados, los tintines apócrifos y el hambre y la sed de nuevas aventuras que padecen los tintinófilos hayan conmovido a la implacable viuda del artista, que basa el valor de su legado en la escasez y la exquisitez.

Spirou apareció en un tebeo, "Le Journal de Spirou" en 1938, creado por Rob-Vel, que lo vendió años después al editor Jean Dupuis y desde entonces ha tenido una decena de dibujantes, el mejor Franquin, que en 20 tomos configuró el personaje y su mundo. Dupuis aún saca el tebeo, en el que debutaron "Lucky Luke" (1946), "Jerry Springs" (1954), "Gaston Lagaffe" (1957) "Los Pitufos" (1959), "Joko Tsuno" (1970) y "XIII" (1984), entre otros. Dupuis ha mantenido hidratados y alimentados a los seguidores de Spirou.

Una de las líneas de este personaje son los álbumes en los que se deja libertad a autores de renombre para que lo interpreten y en ella están "El botones de verde caqui" y "La mujer leopardo", que sitúa a Spirou en el tiempo y en el espacio. Es más bruselense que nunca y está sometido al tiempo de la guerra y la posguerra mundial con sus ocupaciones alemana y estadounidense. El siempre vanguardista Spirou queda sometido al pasado, ambientado en mil detalles de un tiempo y movido con anacronismos interesados dentro de una aventura de hechura clásica, dibujo moderno, manejo contemporáneo de los personajes, homenajes para lectores veteranos y retazos de actualidad.

O sea, que se ven escenarios bruselenses, a Spirou alcoholizado, a Fantasio acostándose con chicas; calles parisinas donde Jean-Paul Sartre "misoginea" en el café de Flore ante Simone de Beauvoir que rumia escribir algo acerca de las mujeres, harta de que se las considere, eureka, "el segundo sexo" y la selva de un Congo con los mismos animales que exterminaba Tintín en su segunda aventura y un país bajo las intrigas de una caricatura de Mobutu Sese Seko, primer presidente de Zaire (actual República Democrática del Congo) al que adelanta 20 años en la historia.

En esta trilogía de Schwartz y Yann aparecen referencias al diario colaboracionista "Le Soir", donde se publicaba "El tesoro de Rackham el rojo", en el rastro de Les Marolles se encuentra a Hergé y a Edgar P. Jacobs ("Blake y Mortimer"), corretean las calles bruselenses Quique y Flupi, los chavales que escapan del gendarme gordo, son figurantes Jo y Zette, los niños creados para la revista católica francesa "Coeurs Vaillants" y hacen un cameo un par de malos de las aventuras del reportero del tupé: J. W. Müller y el contramaestre Allan. Hay más chucherías para tintinófilos. Schwartz hace homenajes a Yves Chaland, el más importante renovador de la "línea clara" en los ochenta, y saca a los personajes de Willy Vandersteen "Bob y Bobette", los más conocidos del cómic flamenco.

Como cada tiempo tiene su modernidad, Fantasio, el amigo periodista de Spirou, es un "zazou" (fan del swing) que tiene en su cuarto un fonógrafo, cuadros de Kandinsky y Miró y lee a los existencialistas bajo un cartel de Boris Vian. En el tebeo "suenan" jazz y canciones de Jacques Trenet ("La mer"), Louis Gasté ("Feelings"), se nombran la Geuze y la Lambic, las dos cervezas belgas y varias comidas del país.

El protagonismo de esa mujer leopardo lleva a los aniotas, hombres leopardo de una sociedad secreta africana que tuvo mucha actividad en el Congo belga y que ya salían en Tintín, antes de sus años de mayor actividad. Como detalle de actualidad, la maldición aún real de los negros albinos. Schwartz y Yann recuperan de Hergé al misionero belga con su sotana blanca cruzado con un personaje histórico, Albert van Haelst, un cura que en los años cincuenta produjo para África las películas de Matamata y Pilipili, los Laurel y Hardy africanos.

Con sus mil referencias y niveles de lectura, los adultos pueden gozar de este combinado del mejor cómic belga jalonado por sorpresas y guiños y, en una lectura rasa y juvenil, estas aventuras también son muy divertidas.

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