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El arte de ser mamá

Son un remanso que acoge y cuida, mientras sueltan las verdades más certeras cuando miran a los ojos. El Día de la Madre recuerda su labor constante y tenaz

El arte de ser mamá

A sus 92 años, la madre de la diputada canaria María Victoria Hernández mantiene una entereza y una memoria envidiable. Sonríe Finda, así la conocen todos en Los Llanos, con esa risa contagiosa, que calma, reconforta y que tal vez sin pretenderlo logra apaciguar el desaliento y animar el día, o por lo menos ese rato entretenido en el que ella cuenta, como un cuento, su vida.

Finda, en realidad su nombre es Frendesvinda, nació en Cuba. Al morir su madre de manera prematura, en el nacimiento de su último hermano, su padre, una persona sosegada y responsable decidió regresar a su isla, La Palma, para que su familia lo ayudara a cuidar de sus cuatro hijos.

Finda vivió desde los dos años en el Puerto de Tazacorte. Recuerda una infancia feliz, al lado de sus abuelos y bajo la mirada siempre atenta de Julián Pérez de Armas, "a qué es bonito el nombre de mi padre", lo dice y sonríe. Vuelve a su memoria la imagen de aquel hombre serio, con aquella forma particular de ver la vida, "no le gustaba que estuviéramos tarde jugando en la calle", pero les dio a todos tanto cariño que para Finda no hubo un padre mejor.

Julián Pérez prometió que no se volvería a casar hasta que sus hijos fueran mayores. Tuvo tan mala suerte, que cuando al final volvió a casarse, su segunda mujer también falleció en el parto, y entonces Finda y su hermana se encargaron de cuidar con mimo y mucha atención al recién nacido.

"Ahora vive en Venezuela", dice, "pero él está muy bien, está lejos de los problemas que hay por allí". Lo cuenta como quien busca tranquilizarse por la suerte que puede correr ese hermano pequeño, que ella ayudó a criar como a un hijo.

A lo largo de esta entretenida charla, Finda quiere dejar claro que ha sido muy feliz, sobre todo con el marido que eligió, "en uno de aquellos bailes que organizaban, vi venir a un muchacho de ojos azules, y me dije, ése será para mí". Y así fue, se casó con Tomás Hernández y tuvo dos hijos: Victoria, diputada por el PSOE en el Parlamento de Canarias y Tomás, un maestro que cuando estudiaba en la Universidad de La Laguna solía llamarla para volver a preguntarle una vez más: "¿cómo se hacen las lentejas, mamá?".

A pesar de sus años, Finda no renuncia a casi nada, ahora con el amigo fiel, que siempre la acompaña, un pequeño bastón, salé por las mañanas a dar paseos por Los Llanos, eso sí, siempre bien arreglada, con los labios pintados de rojo, y una sombra en los ojos. Su hija Victoria reconoce que es una mujer muy coqueta, y que con ella se vive muy bien porque se toma la vida con mucha ilusión. Tratando de restar importancia a esos pequeños inconvenientes que aparecen de vez en cuando.

Los problemas crecen

Las madres son como faros en mitad de la noche. Son el ancla al que agarrarse, aunque a veces no se vean de esa forma, sobre todo cuando están. Después se extraña tanto esa luz tintineante que todo lo ilumina. Para ellas tampoco resulta fácil ejercer esta tarea, enfrentarse cada día y para siempre a un papel que nunca termina.

Eugenia Suárez es una madre de cuarenta años. Tiene dos hijos, Lucía y Daniel. Reconoce que ahora cuando recuerda todo lo que hacía cuando sus hijos eran más pequeños le parece mentira que llegara a tener tanta energía, "me levantaba temprano, le daba el biberón a la niña, preparaba a Daniel para dejarlo en el cole. Dejaba a Lucía con mi madre y me iba a trabajar".

También afirma tajante que para poder tener hijos es necesario contar con ayuda, aparte del marido, "pero vamos yo sin mi madre, sin mi suegra, lo hubiera tenido muy complicado. Porque además cuando son pequeños no quieres dejarlo con meses en una guardería y además sabes que si están malos, con tu madre, están mejor que con nadie".

Eugenia dice que ser madre es algo que se va aprendiendo con el tiempo, "pero al principio no sabes qué te espera, también depende del niño, cada uno es diferente".

Las circunstancias con respecto a las que vivió su madre son distintas, "ahora, cada vez, hay menos comunicación. Eso lo puedes ver cada día, los niños no salen a la calle a jugar, sino que están todo el día en su habitación y cuando están contigo siguen mirando el móvil. Esa es una realidad que mi madre no vivió".

Eugenia Suárez es consciente que su tarea no ha terminado. Es verdad que ahora que ya son mayores, los problemas son otros. "cuando salen te preocupas, y eso es algo que no puedes evitar, pero tampoco soy como mi madre, que hasta que yo no llegaba no se dormía. Lo que está claro es que la preocupación va a existir siempre". También reconoce la felicidad que da ser madre, "nunca olvidas cuando son pequeños y vienen y te dicen: mamá, te quiero, eso es algo que te llena".

La madre coraje

Nieves Betancort se quedó viuda muy pronto y sola tuvo que sacar adelante a sus nueve hijos. Nieves es de Haría, un lugar maravilloso, rodeado de palmeras, de casas blancas y de tantas historias por contar. Ella que tuvo que trabajar tan pronto que apenas tenía fuerza suficiente para arrancar las matas que le decía su padre. Cuidó cabras, ayudó a su madre y entonces en aquellos años ruines no pudo ir a la escuela todo lo que le hubiera gustado. Pero Nieves forma parte de esa generación de mujeres fuertes, valerosas, capaces de lanzarse contra muros y derribarlos. Para sacer adelante a su familia fue necesario realizar varios empleos, por la mañana dejaba la comida preparada y después se iba a los apartamentos de don Rogelio. Terminaba sobre las 12 y regresaba a su casa, a poner el almuerzo a los chicos. Por la tarde tenía que limpiar en otras casas, y así en un esfuerzo titánico, sin quejarse, logró sacar adelante a todos.

A los 45 años se empeñó en sacar el carné de conducir y lo logró. Era la única forma que tenía de ayudar a sus hijos. Recuerda que los mayores se dedicaron un tiempo a arreglar neveras y otros electrodomésticos. Como ellos no tenían edad suficiente, ella les hacía de chófer. Los llevaba hasta la casa del cliente, esperaba fuera a que terminaran el trabajo y de vuelta a casa.

Nieves también aprovechó que una de sus hijas tuvo que recibir clases de recuperación para pedirle a esa profesora que le pusiera a ella tarea, y poco a poco, con una energía vital desconocida se sacó el graduado escolar.

Esta mujer afable, divertida y con una capacidad de reinventarse absolutamente incuestionable no ha dejado de luchar jamás. Nieves ha tenido que superar tres golpes fuertes en su vida, la muerte de un hijo, de su marido y la de su madre. Pero un día de esos, en los que el dolor por fin parece que encontró acomodo en su corazón, y decidió quedarse agazapado, medio dormido, y sobre todo dejó de seguir golpeando, Nieves decidió que había llegado el momento de apartar los sinsabores, y seguir con su vida. Tal vez por eso con 86 años no para. Tanto participa en actuaciones de la tercera edad, canta y se disfraza como actúa en cortos reconocidos y en películas.

Precisamente uno de los documentales con más éxito fue el que dirigió su hijo Ismael Curbelo, y en el que ella es la principal protagonista: Las Esperas. En realidad casi es un monólogo en el que su personaje, una abuela, cuenta a su nieta los secretos de la felicidad. Delante de la tumba de su marido, en el cementerio de Haría, ella explica que "desde pequeño tratan de convencernos de que después, siempre después, la vida será mejor". El personaje de Nieves explica que la felicidad no llega con el mundo soñado, con esas esperas, sino con la vida que se vive en cada instante. Por eso, olvidó las penas, y hace ya tiempo que apostó por alegrarse de los triunfos de sus hijos, de sus nietos y cada vez que puede se entretiene con sus cosas, con todo eso que le gusta hacer, jugar a las cartas, vestirse de pescador y cantar en una fiesta o interpretar a una panadera de Uga, uno de los papeles que hizo en el 2015 para una productora alemana que rodó en la isla una película titulada Verano en Lanzarote. (Ein sommer auf Lanzarote)

Cerca de las seis de la tarde, y después de volverse a dar una ducha para refrescarse del día y quitarse el olor que queda después de estar cocinando, Nieves Betancort se sube en su coche y sale de su casa en Tahíche. En el salón de la tercera de edad de Altavista la esperan sus amigas, sus compañeras de juego. Y así pasa las tardes, enfrascadas y atentas al chinchón, uno de esos juegos de cartas, en los que hay que estar atentos por si el contrincante coge ese cinco que había soltado otro y que da pie a pensar que va camino de hacer una escalera o no.

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