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El mundo, según Elkin

Escritor de escritores, hijo de un bisutero, engarza palabras como perlas en un collar para retratar la soledad y la locura

El mundo, según Elkin

No todos han oído hablar de Stanley Elkin. Tampoco gozó de un gran reconocimiento literario mientras vivió. Murió en San Luis (Misuri) de un ataque al corazón en 1995 debido a las complicaciones de su lucha de dos décadas contra la esclerosis múltiple. Si bien no alcanzó el éxito en vida se puede decir que la posteridad salió a su encuentro. Justo antes de irse tenía 65 años, era profesor de Literatura Moderna en la Universidad de Washington y un virtuoso de la lengua inglesa. Escribió diez novelas, dos volúmenes de nouvelles, una colección de cuentos cortos, otra de ensayos, y tres guiones.

Durante tiempo, Elkin intentó, sin conseguirlo, enganchar a la lectura a la gente común sobre la que escribía. Era un artista, como algunos otros, admirado y exaltado por sus colegas del mundo literario, pero al que los seres ordinarios no prestaban demasiada atención. Un escritor de escritores, un maestro del lenguaje coloquial, ingenioso, en muchas ocasiones irresistible cultivando el humor. Nació en el Bronx y creció en Chicago, hijo de un vendedor de bisutería, presumía de engarzar las palabras como si fueran perlas en los collares. Podía hacerlo, la sobraban razones. Depurado estilista, su obra resulta a la vez lírica, triste y paródica. A través de las situaciones absurdas que describía en sus novelas y relatos se dedicó a explorar como pocos la condición humana. Cuando le sobrevino la enfermedad y tuvo que enfrentarse a ella, aumentó su preocupación por el sufrimiento y la muerte.

Poética para acosadores (1966), su segundo libro que ahora ve la luz gracias a Contra, una pequeña editorial decidida a divulgar a buenos autores americanos desconocidos para el lector español, como son los casos del gran John O'Hara, el humorista S. J. Perelman o el propio James Wilcox, es una colección fantástica de nueve cuentos cortos, bocetos de una serie de bichos raros, que incluyen personajes problemáticos y alborotadores, vendedores, vagabundos, enfermos terminales, todos ellos envueltos en historias absolutamente sorprendentes de soledad y de locura. Como también lo son el héroe de una de sus novelas menos desconocidas, The Dick Gibson Show (1971), un discjockey de radio que va dando tumbos de emisora en emisora, está en todas y en ninguna parte. O Ben Flesh, protagonista de The Franchiser (1976), un tipo emprendedor que monta un imperio nacional de franquicias y que al final de la novela no puede distinguir un estado de la Unión de otro. O el biógrafo moderno de su primera novela Boswell (1964), cuyo mordaz sentido de su propia mortalidad y mediocridad lo lleva a rodearse de personas extrañas que él percibe como famosas. Una versión actualizada del gran biógrafo de Samuel Johnson, que además de inventarse un personaje innovó el género al traer con la mímesis el emplazamiento del sujeto ante el lector.

En 1972, a Elkin, que ya había sobrevivido a un infarto, se le detectó esclerosis múltiple, la enfermedad que, con el tiempo, lo condenó a una silla de ruedas. También le proporcionó la metáfora que recorre como un escalofrío gran parte de su obra posterior. En The Magic Kingdom, publicada en 1985, cuenta, por ejemplo, la historia de un grupo de niños con enfermedades terminales que son llevados a Disneylandia. Terrible. Criers and Kibitzers, Kibitzers and Criers (Llorones y kibitzers, kibitzers y llorones), título original de la serie de cuentos que hoy viene a colación, data de antes de que se le declarase la esclerosis, pero ya versa sobre un desencanto que sólo el humor negro combate como si se tratara de la única munición moral posible. En la historia que da título a la versión inglesa pululan los kibitzers y los llorones, "dos clases de persona, que como dos sexos distintos, siempre se buscaban". Su representación de la sociedad. "Eran como pájaros armando ruido en un árbol. Eso sí, prueba a hacer negocios con ellos. Serían capaces de desollarte. Todos los días iban ahí a almorzar y armar ruido. Como los vaqueros de la tele cuando cuelgan las cartucheras para ir a un baile". En la terminología yiddish, que el autor tanto utilizaba, kibitzer es el espectador que asiste a una conversación o a un juego de naipes, tan atento a la jugada como Stanley Elkin a sus desubicados personajes.

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