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Los cajones de los muertos los subían por el Risco

Los residentes en la octava isla de Canarias no han tenido una vida fácil. Hasta el año 1984 no tuvieron luz, los enfermos y los muertos subían por el Risco hasta Haría. A pesar de todo, no cambiarían su territorio por nada y menos ahora

Los cajones de los muertos los subían por el Risco

La vida en La Graciosa no ha sido fácil. Si en Lanzarote tuvieron que esperar hasta el año 1965 para que en su capital pudieran tener agua corriente y luz eléctrica, a Caleta de Sebo estos 'lujos' llegaron a finales de los setenta y sólo de seis de la tarde a doce de la noche, a través de la instalación de un pequeño grupo electrógeno. La luz en toda su plenitud no apareció hasta 1984. Hasta entonces, tenían que alumbrarse con faroles, y cuando no llovía, un barco del Ejército repartía dos bidones de 20 litros por cada una de las familias. La forma que tenían de comunicarse con Haría era subiendo el Risco. Sobre todo las mujeres cargadas con las cestas del pescado trepaban por la ladera, y después en el viaje de vuelta venían con todo lo que habían logrado comprar o intercambiar en Lanzarote, desde comida a cemento. Los féretros de los difuntos también se subieron muchas veces por el Risco, hasta que finalmente se aprobó la creación del cementerio.

Margarona se acuerda de ir con otra, las dos embarazadas y subiendo el Risco, "también iban otras mujeres que nos ayudaron con la maleta, aquello fue un suplicio".

Enriqueta Romero, la dueña de la pensión, también cuenta, ahora entre risas, como alguna bajaba con tanta carga sobre la cabeza, que más de una vez el envoltorio salió volando. Las fotografías de Javier Reyes recogen aquellos años ruines con unas imágenes en blanco y negro absolutamente reveladoras.

Cuando se ponían malos y tenían que trasladar al enfermo se ideó una forma particular de comunicarse con la familia, si aparecía una hoguera debajo del Risco no estaba muy mal, y si se hacían tres fuegos, la persona había fallecido. Su vida giraba en torno a la pesca, y a las cuatro cabras que pastaban en la zona norte. A pesar de estas penurias, la mayoría recuerda estos malos tiempos como los mejores de sus vidas. Aunque, después de la nostalgia, reconocen que como ahora, no han vivido nunca.

Los primeros pobladores de Caleta de Sebo llegaron como mano de obra barata para trabajar en la factoría de salazón que se instaló en el islote a mediados del siglo XIX. Procedían en su mayoría de Teguise y de pueblos próximos. Atosigados por las malas condiciones de vida que sufrían gran parte de la población lanzaroteña, las familias que se trasladaron a La Graciosa eran tan pobres que ni siquiera tenían dinero para emigrar más lejos. La fábrica tuvo que cerrar pero las familias decidieron quedarse y apostaron por seguir adelante a pesar de las inclemencias.

Los hombres se dedicaron sobre todo a la mar. Se embarcaban en los pesqueros que faenaban en Cabo Blanco, y dejaban a las mujeres solas durante meses al cuidado de los hijos, la casa y las penurias.

Pero no todo es malo en La Graciosa. La mayor parte de la isla pertenece a Patrimonio del Estado, salvo las dos zonas urbanas de Caleta de Sebo y Pedro Barba, que dependen de Teguise. A los vecinos cuando se casaban se les cedía una parcela de unos 100 metros cuadrados para que pudieran hacer su vivienda, con lo que no pagaban el terreno. Hace años que no se hace esta práctica por falta de suelo. Y con el desarrollo turístico de los últimos años, en realidad se desconoce el número de plazas alojativas que se ofertan, pero sí se constata que este negocio representa importantes ingresos para las familias. La Graciosa, cada vez más, se está convirtiendo en un destino buscado por esos 3.000 visitantes que residen en el islote sólo en verano.

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