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Dos ingeniosos vecinos de Haría

El peluquero Ladislao Rodríguez, ´el Mudo´, y Eulogio Concepción, el último cestero de la Isla, enriquecen con sus vidas un territorio singular

Dos ingeniosos vecinos de Haría

El pueblo de Haría no parece de este mundo. En realidad da la impresión de haber sido pintado por la mano de un artista. Con trazo firme dibujó palmeras, hasta mil, después decoró casas, campos y espléndidas buganvillas que crecen sobre azoteas y patios. Desde lo alto, cruzando por Los Valles, la vista se queda chica. Al fondo como un remanso sin agua, como un portal de Belén insólito se descubre la silueta de este pueblo del norte de Lanzarote.

Cerca de la plaza, donde siempre se apostan los vecinos, para charlar, tomar café o dejar que el tiempo pase sin premura, suceden las cosas importantes de la vida. Tal vez aquí, en este lugar apartado y tan cercano, el tiempo también se toma sus días libres, y por eso las cosas pasan a otro ritmo. Más lentas o sólo pasan sin tantos aspavientos.

Haría tiene espléndidos cicerones, figuras emblemáticas dispuestas a contar historias que algunas veces ocurrieron. Como Jesús Perdomo, no hay nada que él no sepa. También hay que mencionar a Gregorio Barreto Viñoly, capaz de contar con todo tipo de detalles las ordenanzas del municipio en 1904 o la curiosidad que siempre ha despertado Ye, el pueblo con el nombre más pequeño de España.

Recorrer el centro de esta población luminosa también supone llegar a descubrir a esos vecinos singulares, como a su peluquero más silencioso, Ladislao Rodríguez Bonilla, el Mudo de Haría. Entre otros méritos, el Gobierno le concedió en el 2011 la medalla de oro de Canarias por su carácter humanitario y su incansable colaboración con entidades sociales y deportivas de Lanzarote.

La vida de Ladislao no ha sido fácil pero él ha conseguido salir adelante de una forma valiente y también inesperada. Sólo con señas, no con el lenguaje oficial y reconocido de los signos, si no con un idioma personal, hecho entre todos, en una especie de alfabeto de gestos, que todos conocen y entienden en Haría, ha mantenido su negocio y sus grandes pasiones sin demasiados contratiempos.

Tres gestos y un oficio

El Mudo de Haría, así lo llaman, aprendió pronto que con sólo tres gestos podía dominar su oficio. Cuando en su peluquería para hombres entra un cliente sólo tiene que mostrar tres números, que escenifica con los dedos de la mano: el cero, el uno o el dos. Depende del que elija, entonces cogerá su maquinilla y manos a la obra. Esas son las tres alturas, las tres modalidades de un corte perfecto que todos entienden. Para comprender al Mudo sólo hay que mirar, no hace falta nada más. Ni siquiera las palabras.

Nacer en Canarias a comienzos de los años cuarenta con problemas de sordera no suponía una minusvalía menor. En Lanzarote no existía ningún centro especializado para tratar este tipo de dolencias y Ladislao tuvo que hacerse entender con gestos y miradas. Siempre fue un chiquillo espabilado, que ayudó a sus padres en la cantina de la pensión que regentaron. A él le tocaba lavar la loza y lo hacía pero no era un oficio por el que sintiera una especial devoción. Su pasión, la que aún mantiene, siempre ha estado relacionada con los deportes, el fútbol y la lucha canaria. De hecho, en su barbería puede verse una camiseta de la Unión Deportiva Las Palmas firmada por todos los jugadores, para el Mudo, el equipo amarillo es el club de sus amores.

Con apenas 8 años, el entonces párroco Juan Arocha formó un equipo de fútbol y él quedó oficialmente encargado de llevar y traer los balones. Después al mostrar sus grandes dotes como guardameta destacó como el portero titular del San Juan, equipo de fútbol de los juveniles de Haría.

A finales de los años cincuenta se trasladó a vivir a Gran Canaria para aprender en una escuela de sordomudos el oficio de barbero. Durante el tiempo que pasó en la capital grancanaria no se olvidó de su afición al fútbol y siguió ocupando la portería del equipo Estudiantes Conejeros que entonces participaba en una liguilla formada por equipos procedentes de distintos colegios.

Su amor por la UD se consolida, cada vez que puede acude al estadio a ver alguno de aquellos encuentros. Se hace amigo de Antonio Betancor exportero del Real Madrid. De él recibe muchos consejos, y el Mudo se muestra especialmente orgulloso de poder acudir a distintos actos deportivos en compañía de este ilustre jugador de fútbol.

De regreso a Lanzarote, siguió vinculado al deporte. Se hace entrenador de porteros y además abre su barbería en un local próximo a la plaza de Haría.

El local de Ladislao Rodríguez Bonilla es mucho más que una peluquería para señores, con el paso del tiempo se convirtió en el centro de tertulias del pueblo. Los jóvenes acudían a para pasar el rato, y por supuesto se mantenían entretenidas charlas y porfías en torno al fútbol, a la última luchada y a las posibilidades del equipo local de ganar en la próxima jornada del campeonato.

El Mudo no deja de intervenir en las discusiones con sus gestos elocuentes, y aquel que trata de gastarle alguna broma, le señala el ojo. Otro de los habituales, entre risas, le aclara, "mira que te tiene calado, que no oye, pero entiende".

Con el paso de los años, y el arte sublime del Mudo para hacerse entender ha convertido a su barbería en un lugar tan visitado como el aeropuerto de la isla. Por allí han pasado futbolistas como Valdano, Silva, Butragueño y Sanchís, entre otros muchos. También los Reyes actuales cuando eran príncipes de Asturias dejaron que les hicieran una fotografía junto a sus primos Alexia de Grecia y el lanzaroteño Carlos Morales. La imagen, algo amarillenta por el paso del tiempo, permanece colgada en uno de los murales con tapa de cristal que Ladislao tiene en este museo, en el que ha transformado su peluquería de toda la vida.

A los extranjeros que pasean cerca de su local, los llama, con esa media sonrisa habitual y los invita a que pasen para que puedan hacer fotos y también si quieren, les corta el pelo, o les arregla la barba. A cambio, además del precio justo de su trabajo, también les da su dirección para que le reenvíen una copia de la fotografía que le acaban de hacer.

El Mudo está encantado con la curiosidad que genera. Le gusta que la gente entre en sus dominios y que se quede atónita con lo que ve. Es probable que si le surge alguna urgencia se marche sin más, dejando la barbería abierta. Al rato, vive en una casa cercana al Ayuntamiento, regresa con la misma parsimonia que se fue.

En agosto el calor aprieta en Haría. Lejos de la sombra generosa de las palmeras, los grupos de visitantes se juntan en fila india y cruzan camino de la última casa de César Manrique, que desde el 2013 se puede visitar. Lo bueno de este ejercicio es la posibilidad de perderse por un racimo de calles bien encaladas y subir hasta el Museo del artista conejero. A lo lejos puede verse las hileras de coches que aparcan cerca de una casa señorial rodeada de palmeras. Un cartel anuncia el horario y los precios de esta visita.

En el jardín permanece anclado uno de los coches que dibujó Manrique, y varias reproducciones del artista anuncian a los curiosos que ya se encuentra en los dominios del pintor lanzaroteño. Esta residencia la empezó a construir a comienzos de 1986, César inició las obras de su nueva casa reutilizando y adaptando una vivienda de labranza, en ruinas, ubicada en una finca agrícola que había adquirido en los años setenta. Aquí vivió hasta 1992, el año de su muerte. El recorrido por esta casa permite al visitante contemplar las estancias de la residencia y el taller en los que el pintor trabajó y pasó los años finales de su vida. Una vez que decidió dejar el Taro de Tahíche como su vivienda habitual.

Cestas artesanas

A dos pasos de esta Casa-Museo, en una de esas viviendas achatadas, y pintadas de blanco y verde sorprende un cartel grande que anuncia la venta de cestas artesanas. Sentado en una silla baja y rodeado de hojas secas de palmera, el incansable maestro Eulogio Concepción, a sus 85 años, sigue con su quehacer.

Enhebra las finas tiras que extrae con destreza y ´poder´ de las palmeras y va confeccionando como un sastre o un modista de la naturaleza sus cestas para guardar higos tunos, la ropa para lavar, los huevos recién cogidos del gallinero y si no, estas piezas artesanas pueden colocarse como curiosos adornos que siempre quedan bien en cualquier rincón de la sala.

Don Eulogio está algo contrariado. Hace unos días se dio un golpe en la espalda y sigue dolorido, pero ni siquiera eso frena su labor. Él sigue hablando y trenzando el pírgano. Para los ignorantes en este arte, el último cestero de Lanzarote explica que el pírgano es la parte más delgada del tallo de la hoja de la palmera. Para poder trabajar con ella, domar su fortaleza hay que tener maña, y fuerza. Aunque el truco que desvela don Eulogio es que hay que "coger la vara verde, después la pones a remojar en agua, y la secas. Entonces ya puedes trabajar con ella", lo explica todo sin darse importancia y sin apartar las manos de su trenzado.

Antes recuerda, cuando era más joven, cuando trabaja en una finca de Los Valles hacía los cestos con pírganos secos.

Las manos de Eulogio llaman la atención. Son fuertes y delicadas, de lo contrario no serían capaces de hacer lo que hacen. Transformar aquellas varas ásperas, duras, en esos objetos curiosos, tan frágiles como bonitos. Sirven para cargar cualquier cosa, y si los pones del revés también se utilizan de lámparas singulares.

Aunque no para de dar cursillos, y mostrar su arte con paciencia y determinación, don Eulogio es consciente que los días de los cesteros están terminando. Él es el único que queda en toda la isla, "por aquí" cuenta, "han pasado chicos, pero al final ninguno se ha quedado".

Una familia procedente de La Palma saluda a Eulogio y pide permiso para entrar. La mujer parece encantada con lo que ve. En su isla ya nadie se dedica a la cestería. Se acerca un poco más y mira con detenimiento el manejo perfecto, diestro, de las manos de Eulogio.

Una vez que entra en confianza, y se le va pasando el mal humor, provocado por el dolor que no se va, él último artesano de la cestería de Lanzarote cuenta que aprendió este oficio de su padre, "él se dedicaba a hacer esto para distintas fincas de Haría, y es que antes no había otra cosa. Las cestas se usaban para todo, no como ahora".

Después alguien lo llamó de Los Valles porque el cestero que de esa zona hacía varios meses que no pasaba por allí, y le pidieron que fuera a sustituirlo. Con cierta reserva se fue caminando desde su casa, y entonces empezó a trabajar. Dice don Eulogio que lo esperaba una cantidad de pírganos impresionantes, y que no paró de hacer cestas hasta que empezó a oscurecer y volvió caminando hasta su casa en Haría.

Se acerca la hora de comer, y Eulogio, con mucha educación, anuncia que como vive solo va a tener que retirarse, "se me echa la hora, dice, y algo tendré que hacer para almorzar".

Eulogio Concepción advierte a los curiosos que se termina el tiempo de visita, tampoco le preocupa mucho si compran o no. Como dice con rotundidad, "ahora mismo tengo más demanda que cestos que pueda hacer, lo que faltan son los pírganos". Su gran obsesión son las varas de palmeras que deben traerle los trabajadores del ayuntamiento. Las palmeras son especies protegidas, y sólo puede usar las que ya no sirven, las que están más secas.

Eulogio Concepción se mantiene firme, tal vez más contento con las visitas y esa forma de tratarlo, como se trata a una especie única, seguramente en peligro de extinción. Y esa admiración que percibe logra animarle el día. Entonces, con una semi sonrisa, nada habitual estas últimas semanas, invita a los curiosos a que "si quieren, pueden venir otro día, que tal vez estaré de mejor humor".

Una ristra de cestos medianos hechos de varas de palmera de Haría cuelgan de una liña, detrás en una renqueante estantería pueden verse varias cestas pequeñas. De esas únicas, de las que ya no quedan y que sirven para guardar el pan, los higos tunos, las brevas. Las manos prodigiosas de don Eulogio son capaces de hacer arte con unas tiras largas que él transforma en hilos domesticados para tejer lo que se quiera.

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