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Los secretos del cementerio inglés

En el barrio capitalino de San José, rodeado de viviendas, se encuentra el cementerio de los ingleses

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Los secretos del cementerio inglés

A dos pasos de la parroquia del barrio de San José, después de escalar una gran pendiente, como es habitual en esta parte de la ciudad, se llega al cementerio inglés. Rodeado de viviendas, algunas están tan cerca, que para estos vecinos, las cruces y las tumbas de este camposanto son su particular mirador con vistas. Pintado de amarillo, en la puerta de acceso hay un cartel que informa de manera breve sobre su historia. Recuerda que se sufragó con el dinero de residentes ingleses y del Gobierno británico para enterrar a los protestantes. Sus primeras tumbas se escavaron en 1835, y entre la larga lista de nombres ilustres que descansan en este camposanto aparecen apellidos tan reconocidos como los Swanston, Miller, Blandy, Fischer. Además, de comerciantes, financieros, empresarios también se han enterrados a marinos y a turistas que han fallecido en la Isla. En este cementerio, que cuenta con 600 tumbas, aunque se contabilizan 1.060 'inquilinos', nunca se han retirado los huesos de los difuntos, y en algunas sepulturas hay más de un cuerpo. Sobre todo en el caso de los marineros se ha permitido que se abra el féretro y un segundo cuerpo ocupe el espacio.

Betty Burgess, una residente inglesa en Las Palmas de Gran Canaria, que lleva más de 50 años viviendo en la Isla, considera prioritario rescatar y dar brillantez a la historia del cementerio de San José. Junto a un experto en genealogía lleva algún tiempo tratando de poner rostro y sobre todo contar las historias que hay detrás de todos los compatriotas que fueron enterrados en este recinto.

Burgess, que además dispone de las llaves del cementerio, se ha convertido en una de las mayores defensoras de este espacio. Considera que para la historia de los británicos y también de Canarias resulta muy importante "que no se pierda todos los relatos, y la vida que hay detrás de los hombres y mujeres que descansan en ese cementerio". Sólo lamenta que las instituciones, y sobre todo el Gobierno de Gran Bretaña no destine fondos para velar por estos recintos.

100 libras esterlinas

Diversos historiadores han tratado la realidad apasionante que escode este camposanto. Desde Brito, González Cruz, Díaz Saavedra y Manuel Ramírez, entre otros. Para ellos se trata de un espacio que rezuma historia, aunque para muchos vecinos de la capital siga siendo un lugar desconocido. De hecho, al existir un pequeño mausoleo, con dintel en forma triangular, en el cementerio de Vegueta, que mandó a construir el ciudadano británico James Nelson para enterrar a uno de sus hijos y a la niñera inglesa que lo cuidaba, mucha gente ha creído que esa zona era en realidad el camposanto de los ingleses. La realidad es que los súbditos de su Majestad fueron enterrados desde comienzos del siglo XIX en lo que entonces se consideraba las afueras de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.

Amurallado, enclaustrado entre las viviendas que han crecido a lo largo del tiempo en el barrio de San José, su importancia languidece al ritmo decreciente de las ayudas que no llegan.

La historia oficial del cementerio inglés de Las Palmas comenzó en 1831. Hasta entonces, los europeos no católicos que fallecían en las Islas eran enterrados en lugares apartados de la ciudad.

Betty Burgess cuenta que la comunidad inglesa que residía en Las de Gran Canaria estaba cansada de recibir rotundas negativas por parte de las autoridades locales y eclesiásticas, "prohibiendo que sus familiares no católicos recibieran sepultura en los cementerios municipales".

Burgess recuerda que todo comenzó con la muerte de la esposa del comerciante inglés Benjamín Walter Cooper, que falleció el 8 de febrero de 1829 y debió ser enterrada en un lugar apartado, "dicen que tuvieron que poner el cuerpo debajo de un árbol, en un sitio que aún se desconoce".

Un grupo de comerciantes ingleses, cansados de esta situación vejatoria, decidieron movilizarse y obtener los permisos para crear una necrópolis en la que pudieran enterrar a los británicos protestantes.

Una vez obtenido el permiso y el lugar donde construirlo, en un solar situado en el barrio de San José, los miembros de la colonia británica se pusieron manos a la obra y afrontaron los gastos de su construcción. Tal y como recoge en un artículo de Brito González titulado El descanso de la eternidad en ultramar: una breve historia del cementerio inglés de Las Palmas:, "la mitad de dichos gastos fueron afrontados por los principales comerciantes, un grupo de doce personas constituido por los hermanos George y James Swanston, Tomás Miller, Alexander Cochran, James Wood, Samuel Bishop, los hermanos James y Frederick Manly, los hermanos Robert, Warrand y Clarence Houghton y George Austice, vicecónsul británico. Cada uno de ellos aportó 25 pesos, excepto James Wood que lo hizo con la cantidad de 33 pesos, sumando en total 308 pesos, que equivalían a unas 50 libras esterlinas".

La otra mitad fue sufragada por el Gobierno británico, lo que elevaría el coste de la obra a unos 616 pesos, en torno a 100 libras esterlinas. Brito también apunta a que la aportación de estos individuos no fue del todo altruista "ya que se reservaron para ellos y sus familias las principales zonas donde ser enterrados en caso de fallecer".

El camposanto se encontraba en aquel entonces a varios kilómetros de distancia del cementerio católico de Vegueta. Sin embargo, el crecimiento que experimentó la ciudad a comienzos del siglo XIX terminó por engullirlo.

El primer enterramiento

Los primeros enterramientos se produjeron en diciembre de 1835. Según diversas fuentes históricas, el 4 de diciembre se produjo el funeral del marinero George Williams y el día de Navidad Mary Bertram, esposa del comerciante James Swanston, uno de los patrocinadores de la necrópolis.

Desde entonces se fueron enterrando en las zonas laterales los diversos integrantes de la comunidad británica que iban falleciendo, como sucedió con la primera esposa, María Vasconcellos, y tres de los hijos de Tomás Miller, quienes murieron a consecuencia de la epidemia de cólera que en 1851 asoló la capital grancanaria. Aún siendo mayoritarios los enterramientos de miembros destacados de las familias más relevantes de la comunidad británica también tienen su espacio pobres marineros que habían fallecido en ultramar y también tumbas como la de Ellen Crauford, fiel sirvienta de la señora Swanston.

Otro personaje singula descansa en este camposanto y sobre cuya lápida puede leerse el nombre de Rotha Berly Lintorn. Fue la fundadora de los British Fascists, primer movimiento fascista que apareció en la política británica. Después de verse obligada a abandonar Gran Bretaña, residió en Gran Canaria durante unos meses, hasta que murió en la Isla en marzo de 1935. Su epitafio, que cubre la práctica totalidad de la parte superior de la lápida, destaca su actividad en la I Guerra Mundial, como conductora de una ambulancia en Serbia entre 1916 y 1917, y también en Londres.

Como señala Betty Burgess, éstas son apenas unas pocas y breves historias de las más de mil que se esconden entre los muros de este cementerio inglés en el corazón del barrio de San José.

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