La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Perfil humano del sabio

La pérdida de su esposa Carmen García Covián le sumergió en un eterno pesimismo vital

Sin menosprecio para ninguno de mis entrevistados, fueron muchos en cuarenta años de ejercicio del periodismo, el diálogo con Severo Ochoa ha sido el más enriquecedor en todo. Por la categoría del personaje, su trayectoria, franqueza, espontaneidad, marco y circunstancia familiar de la cita. La suma de todo esto permitió rematar un trabajo de dimensión inolvidable gracias a la variedad de consideraciones y análisis con valor histórico del ilustre entrevistado a sus 86 años.

La coincidencia vacacional suya y mía en julio de 1991 en Asturias facilitó el encuentro a través de Coty Fernández Lavandera, catedrática de de Biología en un instituto de Lanzarote, hija de una sobrina del Nobel.

Severo Ochoa propuso compartir un café con pastas en la sobremesa de su almuerzo en La Grauxina, su residencia estival en un alto de la aldea de Villar a unos tres kilómetros de Luarca por carretera.

Después de una conversación distendida, sin límites, ni condiciones previas, sabedor de que el periodista canario había llegado en tren desde Gijón y que se disponía a solicitar una taxi para trasladarse a la estación y volver a la ciudad asturiana, Ochoa se brindó generosamente a llevarle en su cochepara no perder el ferrocarril, tras rogarle una breve espera. El tiempo que tardó en colocarse unas lentillas. Luego se puso al volante de un flamante Mercedes 560 con el que la firma automovilística distingue a los Nobel, según contó al iniciar el trayecto. Admitió su curiosidad por la mecánica de automóvil y su afición a conducir: "No soy nadie si no conduzco", llegó a decir alguna vez. Lo repitió de nuevo inquieto después que la policía madrileña en una ocasión le interceptó por haber efectuado un adelantamiento por el arcén para sortear un monumental atasco y comprobó que tenía caducado su permiso de conducir estadounidense. Del embrollo burocrático le sacó en menos de 48 hoas un ministro del Gobierno de Felipe González, renovándole la autorización, previo chequeo médico.

El camino a la estación nos permite indagar sobre otros aspectos y pensamientos de Severo Ochoa. Tiene debilidad literaria por autores rusos como Tolstoi y Dostoievski. Relee La Regenta de Clarín, y le parece soberbio Galdós, calificando de genial su obra Fortunata y Jacinta.

En música se inclina por Mozart y su Don Giovanni. Newton es su personaje histórico, pero recuerda también a Galileo y Ramón y Cajal, el otro español con un Premio Nobel de Ciencia en 1908.

J.F. Kennedy le deslumbra y elogia la labor de Juan Carlos I, "un excelente Rey Constitucional". Sin embargo, reafirma su pésima opinión de Francisco Franco: "Nunca tuve el menor respeto por él".

En cuanto a sus creencias , apunta que "no es fácil explicar cómo llegué al agnosticismo. Yo profeso la religión de la Naturaleza". En otro momento sostenía que "Dios no es incompatible con la Ciencia, ni la Ciencia con Dios".

Nos diagnosticó que "avanzamos hacia una sociedad más democrática y el mundo progresa hacia el materialismo. (...) Es positivo. Soy profundamente materialista. No me parece antitético con los valores humanistas. El mundo y la vida son Física y Química".

Antes de entrar en Luarca, su villa natal, donde los policías locales le reconocen inmediatamente al volante y le saludan con cordialidad facilitándole su circulación, Ochoa pìde licencia a su acompañante para detenerse unos minutos en el cementerio de la localidad y reflexionar ante la tumba de su esposa, Carmen García-Covián. Nos anticipa allí en el mismo lugar la leyenda que rezará sobre la lápida de ambos, cuando él fallezca, hecho que sucedió dos años más tarde: "Aquí yacen Carmen y Severo Ochoa. Toda una vida unidos por el amor y ahora eternamente vinculados por la muerte".

Su pesimismo vital era ya patente ese año. Había ingresado en el Hospital General de Asturias meses antes y manifestado que era "un buen momento para morir". "Mi vida sin Carmen no es vida. No tiene sentido", desvelaría nuevamente en este encuentro.

No obstante, cuando nos despide junto a la estación de Luarca, Severo Ocho aún hace volar su memoria con rapidez y gratos recuerdos suyos de Canarias, su visita al Astrofísico de La Palma, al Museo Canario, su conferencia en el Colegio Universitario de Las Palmas, y su estancia en Lanzarote, recorridos que -puntualiza- le gustaría repetir.

Compartir el artículo

stats