Si César aparecía vestido con cualquier cosa, como dice Carlos Manrique, su hermana Juana siempre fue más sofisticada. Las imágenes no engañan, y ahí aparece ella, generalmente de la mano de su marido Alfredo Matallana. Él que unos meses antes del carnaval le comentaba a Juana que este año no se iba a disfrazar, después terminaba por ponerse lo que ella había imaginado.

Juana Manrique nunca frenó su empeño vital en disfrutar y también en hacer que los demás dejaran a un lado sus miedos al ridículo y salieran a la calle con los disfraces más audaces y mejor acabados.

El periodista y profesor Mario Ferrer, quien considera a Juana como un familiar más, mantiene con ella una relación de esas que se afianzan y se nutren desde el corazón. Los hermanos Manrique han tenido siempre, como mucho conejeros, una relación especial con la Caleta de Famara. Para César aquel lugar era singularmente hermoso, y así, cada verano se marchaba como otros Lanzaroteños de Arrecife y de Teguise a disfrutar del sol y de la playa desde este pequeño pueblo de pescadores.

Mario Ferrer conoce a Juana desde pequeño. Cuando se pasaba la tarde pescando en el muelle pejes verdes, fulas, salemas y después le regalaba el botín a la hermana de Manrique. Ella sin pestañear los freía y se los comía enteros como esas delicias que tanto se recuerdan.

Juana y Alfredo Matallana fueron los grandes cómplices de César. Amantes del carnaval, cada año subían el listón y aparecían, primero por el Casino, para saludar a los amigos, y después por El Almacén, con los mejores disfraces de Arrecife.

Mario Ferrer siempre dice que si algo define a Juana es su energía, "el verdadero elíxir eterno de Juana Manrique es una elegancia natural para combinar el afecto y la vitalidad con el humor y la sorna". Hasta en esos malos momentos con los que la vida golpea sin piedad, ella ha desafiado con total descaro al desaliento. Dice Ferrer que cuándo le preguntas de dónde saca esa energía, ella habla "del cariño correspondido que me ha demostrado mucha gente, de mis hijos, de mi familia, de mi marido... ¿para qué pelearse y enfadarse? No tiene mucho sentido".

Si algo aprendieron los niños de La Caleta de Juana es que "la alegría de vivir es la única ideología de la que merece la pena ser creyente y practicante".