La Provincia - Diario de Las Palmas

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Un sueño de niño

Cuando tenía 10 años mi madre me regaló en Reyes un libro de fotos de Borneo y Sumatra. 32 años después retrato las dos islas

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Arturo Rodríguez retrata Borneo y Sumatra

Una semana repartida entre Johor Barhu y Bormeo; dos lugares con lo que soñé de niño gracias a un libro de fotografías. Y treinta años después ha sido la fotografía la que me ha permitido cumplir ese sueño. Una semana llena de vivencias, incluyendo selfies con un ataúd al fondo, y de buena fotografía; esa que solo se da cuando todo sucede en el momento exacto. Desde la gota que cae a través del cuerpo de un pescador hasta una nube milagrosa que filtra la luz.

Johor Bahru

Cuando tenía unos 10 años, un día de Reyes, mi madre me regaló un libro de fotografías de Borneo y Sumatra que aún conservo. Fue ese típico regalo que no aprecias al principio, porque a esa edad, estás esperando juguetes.

Probablemente mi madre lo compró porque le gustó a ella. Tal vez le recordaba a su infancia como inmigrante en Venezuela, no lo sé. Ese día, simplemente le eché un vistazo y lo guardé. Años después lo ojee con más detenimiento y esa fue la primera de muchas muchas veces. Soñaba con viajar a esos lugares, conocer a las tribus Dayak, ver orangutanes (hombre del bosque en malayo), colgarme de las lianas de la selva como Tarzán y bucear en busca de tesoros bajo sus cascadas. Treinta y dos años después aquí estoy, dando los primeros pasos en dirección a uno de los sueños de mi infancia, cruzando la infame frontera entre Singapur y Johor Barhu en la guagua de San Fernando, un ratito a pie y otro andando.

Cuatro horas y media, me costó cruzar los 750 metros del estrecho de Johor. Desde que coges la guagua y te tira en marcha en la costa norte de la isla de Singapur, hasta que consigues el sello de entrada en Malasia, tienes que correr para coger una buena posición en las cuatro colas diferentes que tienes que hacer. Mi compañero Selu y yo éramos los únicos occidentales, al menos dentro de lo que alcanzaba nuestra vista, entre miles y miles de personas literalmente. No permiten grabar ni hacer fotos, es una pena, pero no voy a jugarme la continuidad del proyecto por una story en Instagram. Lo siento; tendrán que creer lo que les cuento. Daba la impresión de estar a las puertas de un concierto de los Rolling Stones para comprar la entrada. Carrera con las maletas a la espalda, cola, sello y así hasta cuatro veces.

La primera parada en Malasia fue Kampung Bakar Batu, al este de Johor Bahru, una de las ciudades más pobladas del país. Justo en la rivera malaya del estrecho de Johor, hay un poblado Orang Seletar. Los Seletar, son originarios de la isla Seletar de Singapur pero no he podido fotografiarles allí porque hace ya años se mudaron a Malasia. Son pescadores y mariscadores que recorrían el estrecho de un lado a otro pescando y comerciando. Por culpa de la contaminación en la costa de la ciudad de los leones y al alza de los precios en la isla decidieron migrar, para ellos es relativamente fácil porque no tienen ciudadanía en ninguna de las dos orillas, con todo lo malo que ello implica por otro lado.

El poblado chabolista donde viven está lleno de mosquitos, pulgas, perros callejeros y basura. Miles de botellas flotan en la orilla y el mar tiene color chocolate. Ibrahim, el conductor que conseguí nos hacía también la función de traductor y nos dijo que teníamos que pedir permiso al jefe del poblado antes de hacer nada. La luz del atardecer empezaba a aparecer y no quería perdérmela. Hablamos con el jefe. Le expliqué cuales eran mis intenciones y nos dio luz verde enseguida. Le hice algunas fotos de cortesía, porque realmente con su camisa estampada y el color de su piel, tenía el aspecto de un músico de Jazz, en la Nueva Orleans de los 80.

Hablé con algunas personas y fotografié a otras cuantas hasta que finalmente di con un pescador de 17 años que me dio mucho juego. La luz era perfecta, el escenario fantástico y el chico estaba dispuesto. Clic, clic, clic y ahí estaba. Varias personas del poblado me contaron que los Orang Seletar, Laut y Asli son el mismo pueblo pero con diferentes nombres. Partiendo de que Laut significa Mar y Asli significa Original o Genuino y Orang significa Gentes, creo que tienen una raíz común y pueden ser un mismo pueblo que ha evolucionado en lugares diferentes. Y dependiendo de donde se encuentren viviendo los locales les dan uno u otro nombre. En cualquier caso, y solo por si acaso, fotografié a personas que se definían como Asli y a otros como Seletar.

El domingo hablé con el taxista que nos había llevado desde el aeropuerto al hotel para que nos hiciese de conductor y traductor, Maha Bishnu, tiene 27 años y habla muy bien inglés. He quedado en volver al final del viaje porque estos pueblos son los originales de esta zona de Asia y merecen una atención especial desde mi punto de vista. Pretendo pasar una semana viviendo con ellos, en sus barcos y fotografiando su día a día.

Al llegar a Kampung Sungai Temon con Maha, tuvimos que esperar en un restaurante Asli más de una hora para que algún pescador hiciera su aparición. De pronto un muchacho, más bien gordito llamado Rosel apareció de la nada, entre Maha y el dueño del restaurante le convencieron para que se dejase fotografiar porque, no estaba por la labor en un principio. De pronto me encontré ante una situación de esas en las que sabes que ahí hay una buena foto. Allí estaba él, sobre un pantalán de tablones semi podridos y bidones de combustible haciendo las veces de flotadores, con su tridente y sus gafas de buceo, en el horizonte, las dunas de arena blanca se mezclaban con la silueta de los rascacielos de Johor Bahru. Es medio día y la luz no puede ser peor. Saco el flash del bolso y un reflector con el que Selu intenta mejorar la situación, pero no hay manera. Todo es perfecto excepto lo más importante, la luz. Echo una mirada a mi jefe, el Sol, pidiéndole por favor que se apague un poco y de pronto, una nube monzónica le pasa por delante. El pescador aún goteaba, llamé su atención para que posara de nuevo para mi. Aquel era el momento, la luz se tornó suave y preciosa, no hice más de diez disparos y la tenía, no podía ver la pantalla porque la brillante luz de medio día había reaparecido muy rápido pero sabía que la tenía.

Borneo

El primer contacto con la tercera isla más grande del mundo fue Kuching, un lugar sorprendentemente grande, moderno y lleno de vida nocturna. La gente te sonríe por la calle y te pide que poses con ellos para un selfi. No me pasaba algo así, desde que vivía en Myanmar.

Kuching para mi, es solo una ciudad de paso así que al día siguiente cogimos una guagua de once horas a Mukah, un pueblo del que todo el mundo nos decía que no había nada que ver, pensando quizás que éramos turistas.

El martes, ya en Mukah y con dolor hasta en los párpados, del meneo guaguero toda la noche, nos alojamos en una casa tradicional, sobre un manglar en la rivera del Sungai Tillian. Está muy cerca de la desembocadura, así que cuando sube la marea tienes que salir en canoa o por un laberinto de maltrechos puentes y pasarelas que tienen pinta de desmoronarse en cualquier momento.

El cansancio nos impidió hacer nada útil hasta bien entrada la tarde, cuando conseguí el primer retrato de una mujer Melanau. Los A-Likou (gentes del río), como se denominan ellos mismos, son de los primeros pobladores de Sarawak, uno de los dos estados de Borneo. El retrato no fue nada especial pero de cualquier manera siempre me gusta empezar pronto al llegar a un nuevo lugar. Nody, un Dayak que había conocido en el hostal de Singapur, me había dado muy buenos contactos en Mukah así que tiré de agenda e hice un par de llamadas. Una taxista llamada Rosita fue la que nos hizo al día siguiente de conductora y traductora. Por apenas 10 euros nos recogió a las 7:30 de la mañana y nos llevó a la lonja del pueblo.

Después de dar algunas vueltas y preguntar un poco, dimos con el capitán del Harapan (Esperanza), que aceptó que le hiciera unas fotos y unas preguntas, me contó que sueña con llevar a turistas en su barco a conocer la costa de Borneo y con tener un granja para su familia. A pesar del aspecto de rudo marino, es un hombre amable y risueño, como casi todo el mundo que me he cruzado por aquí. Dan la impresión de ser muy felices.

El martes por la tarde y el miércoles por la mañana volvimos al mercado de pescado en el puerto y conseguí algunas fotos más.

En la tarde-noche del miércoles vivimos algo que sin duda me contaré durante años. El dueño del restaurante donde cenamos nos invitó a asistir a un velatorio. Nos explicó que eran cristianos pero la tradición se mezclaba con las antiguas costumbres Melanau en una velada nada convencional.

Al llegar, estaba preocupado por la reacción de la gente porque, si me pongo en su lugar, no me gustaría que un guiri estuviese haciendo fotos a mi familia y a mi en un momento tan íntimo y delicado, pero ellos, no son como nosotros. Los allí reunidos nos saludaron con sorpresa pero con satisfacción porque estuviésemos allí para dar nuestras condolencias a la familia. Familiares y amigos jugaban a las cartas, apostaban, bebían cerveza, comían y otros dormían al lado del féretro. Nos ofrecieron comida y bebida e incluso nos pidieron hacerse selfis con nosotros y el ataúd a la espalda. No estoy seguro de que al difunto le hiciera mucha gracia, la verdad. Romeo fue nuestro guía esa noche y al salir nos invitó a tomar una copa en la ciudad y acabamos hablándole de Canarias e invitándole a venir de vacaciones.

El jueves por la tarde, salimos del apacible pueblo Melenau en dirección a Sibu, una ciudad pequeña controlada por mafiosos chinos, donde se vende éxtasis en pleno día por cualquier rincón. Es nuestra primera parada para iniciar un viaje a través del río Rajang camino a Belaga, una de las poblaciones donde encontraremos a los Iban un subgrupo de los Dayak.

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