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Ciencia

Civismo y conservación de la Naturalez

El consumismo exagerado, las malas prácticas cívicas y la ausencia de programas educativos en los medios de comunicación impiden un comportamiento respetuoso con el medio ambiente

Maceta utilizada como cenicero en el aeropuerto de Los Rodeos. LP/DLP

En matemáticas es prácticamente imposible enseñar a dividir si antes no se aprende a sumar. Conservar el medio ambiente fuera de las ciudades es también imposible si uno no es consciente de que hay que empezar preservando y respetando el medio más cercano que cada uno tiene alrededor en la mayor parte de su vida cotidiana. Cada vez más, la especie humana se aleja del ambiente "natural" en el que evolucionó y adopta comportamientos indeseables en su nuevo hogar: la ciudad. El incremento de la población humana ha sido vertiginoso en el último siglo y gran parte de las personas ahora se concentra y agolpa en los núcleos urbanos. Unos pocos parques y jardines sirven de sucedáneo y recuerdo de un pasado no muy lejano.

El conocimiento de la fauna del entorno suele estar limitado a las mascotas como, por ejemplo, perros y gatos, y los bosques han quedado convertidos en simples parques con árboles exóticos de los que incluso la mayoría desconoce sus nombres. Ha llegado el tiempo de hamburguesas, internet, adicción a móviles y programas de televisión tipo gallinero. Todo eso desdibuja nuestro origen y convierte la propia existencia en una realidad virtual.

Los primeros "conservacionistas" no estudiaron biología. Simplemente el sentido común les llevó a conservar y almacenar las cosechas, a matar animales domésticos para conservarlos en salazón y consumirlos en las épocas en que disminuían los recursos. Ahora que es fácil ir al supermercado a comprar lo necesario en cualquier época del año, el instinto conservacionista comienza a perderse. Parece que todo proviene de la tienda: agua embotellada, verduras congeladas, etc., todo pulcramente revestido de plástico, y por tanto se pierde la noción de cuál es su origen.

El consumismo exagerado, las malas prácticas cívicas, y sobre todo la ausencia casi total de programas educativos del gobierno en los distintos medios de comunicación impiden un comportamiento respetuoso con el medio ambiente. La mayoría de las personas han visto como se tiran colillas al suelo, incluso desde los vehículos; los chicles acaban recubriendo pavimentos, y la basura se acumula por doquier, no respetando siquiera la belleza de los jardines. La fauna de los urbanitas, como es el caso de los perros, defeca en cualquier lado y todavía son pocos los dueños que recogen sus excrementos de los lugares públicos. No importa la estética ni el riesgo a contraer enfermedades.

Asimismo, a pesar de la existencia de puntos limpios para deshacerse de distintos materiales, muchos de ellos perjudiciales para la salud humana, y un teléfono para concretar la recogida de muebles, colchones, electrodomésticos, etc., todavía hay gente que los tira en barrancos o al lado de los contenedores de basura. Y no es raro que se tire la basura cotidiana en cualquier tipo de contenedor, independientemente de que estén señalizados para papel y cartones o para vidrios.

Las relaciones de las personas con su entorno más inmediato en las ciudades constituyen un índice adecuado de su comportamiento cuando deciden visitar lugares menos influenciados por el hombre. La ba-sura es depositada por doquier, incluso cuando en muchas áreas recreativas hay contenedores para ello. El silencio o los sonidos natu-rales son sustituidos por música a todo meter y los carteles de no la- var con detergentes en puntos de agua, también utilizados por la fauna del lugar, son sistemáticamente ignorados.

En definitiva, la especie humana tiene tecnología suficiente para reducir muchos impactos ambientales pero no es utilizada adecuadamente. En la base del problema, sin lugar a dudas, está la necesidad de una educación ambiental tanto en colegios como en el propio hogar y en los medios de comunicación. A todo ello, habría que añadir la aceptación social de algunos de esos problemas, y la escasez o ausencia de multas para aquellos que incumplen leyes y ordenanzas municipales.

Gobierno y cabildos deberían establecer y potenciar en sus administraciones servicios especializados de educación ambiental. Su labor no solo significaría una mejora de nuestro comportamiento con el medio ambiente, sino que implicaría un ahorro económico significativo de los fondos públicos. Muchos adultos son guarros por naturaleza o por falta de educación, pero una cosa que funciona es que un hijo le diga a sus padres: ¡eso no se hace! Por tanto, si la educación primaria en los centros escolares otro gallo cantaría.

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