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La espuma de las horas

Hágase socio del club de los poetas viajeros

La búsqueda de la identidad como meta de un ensayo sobre el peregrinaje de los escritores y las odiseas del espíritu

Tumbas del poeta John Keats y su amigo Joseph Severn, en el cementerio protestante de Roma. (L) EL DÍA

Pálido, delgado como un espectro y tosiendo sangre, Keats salió de Londres en septiembre de 1820 hacia Italia, donde cinco meses después murió, con dos pelotas arrugadas por pulmones. Cuesta entender que un conjunto de habitaciones húmedas y estrechas junto a la Piazza Spagna resultaran más respirables que los cielos abiertos de Hampstead Heath, pero entonces era el mito mediterráneo el que embargaba a los escritores ingleses románticos. "Por un vaso lleno del cálido Sur", escribió en Oda a un ruiseñor. No sabía nada sobre Italia, tampoco escribió nada sobre ella, pero el espíritu del romanticismo ha estado más vivo en la tumba de Keats en el cementerio protestante de Roma que en Keats Grove, donde escribió lo mejor de su obra y conoció a su gran amor oculto, Fanny Brawne. Para los románticos, terminar sus días en Italia fue una garantía de beatificación. El club de poetas muertos incluye entre otros a Elizabeth Barrett Browning (Florencia, 1861), Robert Browning (Venecia, 1889) y, por supuesto, Shelley, que se ahogó en medio de una tormenta repentina en la bahía de La Spezia en 1822.

El viaje a Italia era para ellos el anticipo de un final glorioso. Keats fue para Virginia Moratiel, autora de un deslumbrante ensayo sobre las odiseas del espíritu que publica Fórcola, el más grande de los poetas románticos ingleses, "aunque naciera el último y muriese el primero, a los veinticinco años". Su corta vida estuvo marcada por la enfermedad. Estudio medicina en Londres y se especializó como cirujano lo que le hizo, como aprecia Moratiel, más sensible y dotado para escribir sobre cuerpo humano y el dolor. Su superación del sufrimiento y de la soledad resultan encomiables. "¡Oh soledad! Si contigo debo vivir/ Que no sea en el desordenado sufrir /De turbias y sombrías moradas..." Cuando Oscar Wilde, en su tour italiano de 1877, visitó la tumba de Keats, conmovido se arrojó al suelo frente a ella. El poeta romántico había sido su compañero de viaje en la búsqueda de su propia identidad.

Moratiel ha rescatado de las vidas de 37 poetas, desde Safo a Alejandra Pizarnik, los instantes que a ella misma seguramente la han acompañado en su acusado instinto itinerante. Keats y Wilde se encuentrn entre ellos, pero también Milton, Blake, Hölderlin, Goethe, Coleridge, Leopardi, Baudelaire, Rimbaud, Withman, Emily Dickinson, Rilke, Pessoa, Ana Ajmátova, Lorca, Borges y Celan, entre otros. Borges, que interpretó el tiempo como nadie, escribió sobre el viaje final. "La puerta del suicidio está abierta, pero los teólogos / afirman / que en la sombra ulterior del otro reino, estaré yo, / esperándome."

En la era del turismo compulsivo de masas, de los vuelos low cost y del selfie como casi exclusiva fuente de conocimiento, tener a poetas como compañeros de viaje supone una gratificante experiencia lectora. Al tiempo que seguimos los rastros de sus identidades no siempre descifrables, aprovechamos también para profundizar en las nuestras mediante una transmisión de sus emociones, una especie de magnetismo que encuentra en la música el camino paralelo, como viene a explicar la autora de Compañeros de viaje, un libro al que merece la pena prestar atención. Hablamos del viaje interior.

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