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HISTORIA

Secretos de la ciudad perdida

La huella del asentamiento franco normando en Lanzarote que contó con la primera catedral de la diócesis Rubicense, otorgada por el papa Benedicto XIII

Vista general del barranco de Los Pozos, donde se ubica el yacimiento. Marcial Medina

"La zona histórica de San Marcial del Rubicón... la tierra donde comienza la Historia de Canarias y el lugar de donde parte la Cristiandad hacia cada una de las islas del Archipiélago, trasciende al interior con sus defectos y virtudes, con su fe, su justicia, su amor, su fanatismo y su dolor?". De esta forma, el escritor lanzaroteño Agustín de la Hoz planteaba la necesidad de preservar la memoria de este espacio geográfico. De ese lugar, en las playas de Papagayo, donde acabaron por recalar a comienzos del siglo XV un grupo de viajeros que llegaron dispuestos a establecer en aquel espacio la que sería la primera ciudad europea en el Atlántico, según certifican historiadores de las dos universidades canarias. Y además, lo hicieron estableciendo acuerdos de colaboración con una parte importante de los aborígenes.

En la actualidad de esa ciudad dormida queda visible, por lo menos a nivel de superficie, muy poco. Este primer asentamiento normando contó, según fuentes orales y documentos tan prestigiosos como Le Canarien, con su torre, con sus casas, sus siete pozos, en los que se localizaba gran cantidad de agua y una ermita bajo la advocación de San Marcial que llegaría a ser consagrada como catedral de la Diócesis Rubicense, otorgada por el papa Benedicto XIII. Si se pasea por la zona de la playa de Las Coloradas solo se percibe la estructura de tres pozos, y la imagen de una cruz que señala el lugar en el que se erigió la parroquia. Pero debajo, en el suelo y en las proximidades de esta parte hermosa de la costa de Yaiza, se conservan en letargo los restos de una poderosa construcción, una parte de la historia de Canarias, en la que trabajaron juntos franceses y aborígenes. Desde Patrimonio, en colaboración con ambas universidades canarias, se plantean sacar a la luz estos tesoros ocultos y poder mostrar la fisonomía de este primer enclave europeo.

Los podomorfos

Los podomorfos

Entre los grandes enigmas que rodean a este asentamiento normando en el Atlántico destaca la aparición, en varias de las piedras que sustentan los pozos, del diseño de podomorfos. Esas figuras emblemáticas de la cultura aborigen eran utilizadas por los antiguos pobladores para sacralizar los espacios. En lo alto de la montaña sagrada para los majos de Tindaya hay una gran variedad de estos elementos, nada menos que 312 grabados catalogados. Entre los yacimientos que han sido localizados en otras islas destaca la Piedra del Majo en Lanzarote, en la zona de El Julan en El Hierro, el barranco de Balos en Gran Canaria y el Roque de Bento y el Roquito en Tenerife.

Los podomorfos canarios mejor identificados tienen forma cuadrangular con trazos separados para representar los dedos. Los historiadores consideran que a través de estas inscripciones pretendían otorgar la categoría de sagrado a esos lugares, eran sus espacios mágicos, el lugar desde el que se comunicaban con el más allá, con los dioses que les podían conceder, entre otros bienes, la lluvia con la que podrían cultivar la tierra.

Para la historiadora de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria María del Cristo González Marrero "aún no está claro si esos podomorfos se hicieron a la vez que se creaban los pozos, o fue una inscripción anterior y que después decidió ponerse en esa obra. Lo que no hay dudas es que los aborígenes junto a los normandos trabajaron juntos en esta construcción".

Verano de 1402

Verano de 1402

En el mes de julio de 1402, dos caballeros franceses en compañía de un notable número de aventureros de diferentes oficios arribaron a las costas de Lanzarote.

Tal vez ni Gadifer de la Salle ni Jean de Bethencourt llegaron a imaginar que su gesta pasaría a la historia como un episodio crucial para aquellas islas, un territorio fragmentado y frágil que muchos confundieron y reconocieron con el nombre, entre otros, de Las Afortunadas.

Es verdad que antes de que llegaran a tierras conejeras estos normandos otros marinos y navegantes europeos habían pisado las playas canarias, como Lancelotto Malocello, responsable del nombre de Lanzarote. Lo que convierte su aventura en un hecho sin precedentes es que su gesta quedó documentada en lo que constituye la primera crónica escrita por europeos en el Atlántico. Los deseos, acciones, engaños y traiciones protagonizados por Bethencourt y la Salle y el detalle con el que sus capellanes las cuentan y describen a los primeros habitantes de aquellas islas, constituyen el hilo conductor de un texto que, además, reserva el lugar más importante de una obra, el título, para los canarios: Le Canarien, esto es, El Canario.

El viaje de Jean Bethencourt y Gadifer de la Salle iba a dejar una huella imborrable en la historia de las islas y también en la de esos reinos peninsulares y repúblicas mediterráneas: la fundación de la primera ciudad europea en el Atlántico: San Marcial del Rubicón en las playas de Papagayo.

En las jornadas sobre Fuerteventura y Lanzarote celebradas en el 2004, los autores Marcial Medina, Julián Rodríguez, José Farray y Antonio Montelongo en un trabajo minucioso y extenso sobre las ermitas de la zona del Rubicón, ese espacio amplio que se extiende "desde la costa del sur de Lanzarote hasta los altos de Femés, englobando tierras, pueblos, casas, dehesas, majadas", se refieren a la llegada de aquellos aventureros a la isla que también propició el encuentro entre dos culturas y dos pueblos.

Para estos historiadores, Jean de Bethencourt trató de establecer todos los elementos necesarios para que el nuevo enclave en tierras lanzaroteñas llegara a tener las mismas características europeas: un castillo como medio de defensa ante la población natural y también para resguardarse de los posibles ataques que lleguen del exterior. Y una iglesia o pequeña ermita para propagar la religión cristiana entre los pobladores de esta tierra.

También señalan que: "esa primera construcción tendrá la devoción de un santo, por el que tenían predilección estos conquistadores franceses, San Marcial, quien fue obispo de Limoges en el siglo III después de Cristo".

En 1404 el conquistador Jean de Bethencourt solicita a Pedro de Luna (el papa Benedicto XIII) una bula para distinguir ese lugar como diócesis del obispado y el 7 de julio de 1404 se concede declarar a aquella pequeña ermita como catedral de la ciudad Rubicense.

La importancia de este enclave resulta esencial para llegar a entender una parte de la historia de Canarias y también de la relación particular que se produjo entre los franceses y los aborígenes.

En la obra de Medina, Rodríguez, Farray y Montelongo se hace referencia a una convocatoria especial que realiza Bethencourt en 1406, antes de partir para Francia, "en esta nueva ciudad se reúnen las Cortes Generales y a esta cita acuden todos sus vasallos y dependientes, entre europeos y canarios, incluidos Maciot, los curas Bontier y Le Verrier, los tres reyes de Fuerteventura y Lanzarote, que juntos sumaban más de doscientas personas".

Con estos antecedentes, resulta indispensable poder aunar textos y arqueología, y además hacerlo junto con nuevas tecnologías que facilitarán sin duda el camino para comprender qué sucedió en el entorno de los pozos de San Marcial y de La Cruz. Y otro de los grandes enigmas que se ciernen sobre aquella realidad, tal como cuentan las historiadoras, Perera, Chávez Álvarez y González Marrero: que ocurrió, por ejemplo, tras los gruesos muros del castillo del Rubicón, donde un día, hace casi 618 años, estuvo preso un hombre que decía ser el rey de la isla y que, con suerte, escapó de los grilletes que le ataban a un nuevo orden social que, finalmente, acabó imponiéndose.

Los historiadores y arqueólogos vinculados con esta parte de la historia confían en poder mostrar de nuevo la fisonomía de esa ciudad escondida, sobre todo si se logra que los trabajos retomados durante el pasado mes de junio de 2019 tengan la continuidad necesaria. Hay que recordar que los primeros hallazgos se produjeron en los años 60 del pasado siglo gracias al esfuerzo de los hermanos Serra, después retomaron estos trabajos, a finales de los 80, los profesores de la Universidad de La Laguna, Antonio Tejera y Eduardo Aznar.

Esa huella permanente puede volver a convertirse en un escenario posible y visible, si esto sucede. Recuperar ese espacio, que albergó la gesta franco-normanda y fue testigo de las relaciones entre la población indígena y estos aventureros europeos permitirá reconstruir la materialidad de este proceso.

Si gracias a la lectura de Le Canarien se puede llegar a tener nociones de aquella aventura y, de algún modo, asistir desde la distancia al privilegio de vivir la construcción de los pozos, y las evidencias de la ciudad fortificada, de la catedral y de las casas que fabricaran los colonos y la población indígena, la opción real de llegar en algún momento a tocar y transitar por esta parte de la historia resultará todo un acontecimiento.

Y en un nuevo intento de lograr hacer visible la fisonomía de esta ciudad en letargo, en el mes de marzo tendrá lugar en Lanzarote unas jornadas, en el marco del proyecto de investigación arqueológica en San Marcial de Rubicón, coordinadas por Esther Chávez Álvarez, profesora de Arqueología de la Universidad de La Laguna y Cristo González Marrero, profesora de Historia Medieval de la ULPGC, en el que se anunciará los avances que se han producido con respecto a este espacio emblemático en el sur de la isla.

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