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La caída del fascismo y el huevo de la serpiente

El antídoto contra el veneno fascista es la educación ciudadana, una legislación inequívoca y unas instituciones fuertes frente al abuso de poder

(L)

Hace 75 años que se puso fin a la segunda guerra mundial en Europa. Y el mundo celebró alborozado la caída del fascismo. O, más bien, deberíamos decir, la caída de los fascismos, porque, aunque creado con este nombre por Benito Mussolini en la Italia de 1921, el movimiento fascista pronto germinó en la vecina Alemania con el nombre de Nazismo liderado por Hitler. La derrota de los dos estados en la guerra y la muerte de sus creadores acarrearon la caída del fascismo.

Pero, ¿verdaderamente fue borrado del mapa el fascismo con esta derrota? Es casi una pregunta retórica, pero, si señalamos brevemente los grandes rasgos que identifican al fascismo en su génesis, fácilmente podremos constatar la dimensión de la respuesta.

El punto de partida del movimiento fascista suele ser la nación o la patria como valor supremo. Esta es la principal fuente de ideologización, puesto que todas las instituciones políticas y sociales, incluida la familia, no tienen más objetivo que contribuir a resaltar su grandeza y asegurar su unidad. Con frecuencia la conciencia de la superioridad viene acompañada de fuertes connotaciones racistas

La percepción de que la nación pueda estar en peligro ante cualquier situación de crisis hace necesario en el modelo fascista la presencia de un líder carismático, salvador de la patria, que se erige como único representante de las aspiraciones de toda la comunidad. Es el culto a la personalidad.

Desemboca todo esto en el autoritarismo, al partido único y a la eliminación radical de la disidencia, debiendo quedar sometida toda actividad a las directrices emanadas del Estado.

El fascismo se postula como una tercera vía, entre el capitalismo y el comunismo, negando de aquél su liberalismo y la libertad individual y de éste su defensa de la lucha de clases como motor de la historia de los hombres Todos los intereses económicos y laborales son gestionados por un sindicato único que se pliega a las instrucciones del Estado.

Éste es el modelo que promovieron los padres del fascismo. Férreo poder dictatorial de un Estado que controla la vida pública y privada y persigue cualquier atisbo de oposición.

Volvamos a la pregunta inicial. ¿Cayó el fascismo con el fin de la última gran guerra? Sólo una rápida ojeada al panorama mundial desde esa fecha nos muestra la deriva fascista de muchos gobiernos. Es más, parece haber en el ejercicio del poder una tendencia a alcanzar niveles de arbitrariedad fascistoide, o fascismo puro y duro, cuando no hay un control efectivo y riguroso de ese poder. En ocasiones, miramos con cierta indulgencia la minúscula figura de la serpiente en el huevo sin pensar en el poder mortífero que más adelante va a desarrollar.

Con las reformas de Clístenes, hacia el año 500 antes de Cristo, se propugna la isonomía, es decir, la igualdad de todos ante la ley, como la base de la incipiente democracia ateniense. Para alejar el peligro de involución y volver al gobierno de los tiranos, se estableció el ostracismo, institución consistente en desterrar de la ciudad a aquel gobernante que manifestara unas maneras tiránicas de gobierno. El destierro era temporal y se le respetaban sus posesiones. Los miembros de la asamblea tenían que votar periódicamente, si era el caso, a quién se condenaba al ostracismo. Ello obligaba a los ciudadanos atenienses a estar en permanente vigilancia para detectar cualquier movimiento que atentara contra su frágil democracia

No hay más que decir. Una correcta educación ciudadana, una legislación inequívoca, unas instituciones bien consolidadas y una vigilancia rigurosa para detectar los abusos de poder, son el mejor antídoto para librarnos del veneno fascista.

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