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Kanarische Inseln

La carrera imperialista por el África subsahariana y la necesidad de estaciones carboneras explican el interés por Canarias en la II Guerra Mundial

Kanarische Inseln

En la Historia abundan los acontecimientos, aunque no todos presentan la misma importancia. La mayoría no influye más que en la vida de las personas que han tenido que vivirlos e incluso no supone un cambio sustancial para ellas. En cambio, otros marcan un antes y un después en el devenir histórico, acelerando tanto el desarrollo de nuevos procesos como el declive de viejas estructuras. No es fácil identificar estos acontecimientos de ruptura desde el punto de vista del sujeto histórico, cuya percepción está mediatizada por otros de menor alcance, aunque también más relevantes para su vida cotidiana. Pero en algunos casos, su carácter extraordinario no pasó desapercibido para aquellos que tuvieron que vivirlos, sin ser plenamente conscientes de sus consecuencias.

Así ocurrió con las dos grandes guerras mundiales del siglo XX. La primera (1914-1918), también llamada la Gran Guerra, significó un punto de inflexión en el ascenso de las grandes potencias europeas, que habían llegado a controlar gran parte del mundo, y provocó una profunda crisis de civilización. La segunda (1939-1945), mucho más devastadora que la primera, acentuó el declive de las potencias europeas frente al ascenso de Estados Unidos y la Unión Soviética, además de impulsar las descolonizaciones. El orden internacional de 1945 era muy diferente del que había existido hasta 1939 y ese cambio se apreció también en la importancia estratégica de Canarias.

El archipiélago ya había experimentado una creciente revalorización con el desarrollo de la navegación a lo largo de la costa atlántica africana en el siglo XV. La apertura de la ruta hacia América incrementó aún más el valor de Canarias, convertida desde el siglo XVI en la última escala de las flotas de la Monarquía Hispánica antes de cruzar el océano rumbo a las Indias occidentales. Pero también desde entonces y hasta comienzos del siglo XIX se convirtió en lugar de paso para los corsarios y las armadas de sus enemigos, que aprovechaban para atacar y saquear las islas y las embarcaciones que encontraban en sus aguas. La mayoría de estas incursiones no tenía como objetivo conquistar alguna de las islas, salvo dos en las que sí podría haber existido esta intención: el asalto de la flota neerlandesa de Van der Does contra Gran Canaria en 1599 y el ataque de la escuadra de Nelson contra Santa Cruz de Tenerife en 1797.

Sin embargo, el interés de las grandes potencias en Canarias durante la Segunda Guerra Mundial está más relacionado con dos procesos históricos iniciados en las últimas décadas del siglo XIX. Por un lado, la carrera imperialista para ocupar el África subsahariana, en cuya ruta se encontraba Canarias. Por el otro, del desarrollo de la navegación a vapor, que requería la instalación de estaciones carboneras para repostar a lo largo de las rutas marítimas. Fruto de ambos procesos fue la construcción y desarrollo inicial del Puerto de la Luz, de gran importancia para la navegación británica que se dirigía hacia el Atlántico sur. Así se inició la era de las Canary Islands, marcada por el crecimiento y las relaciones económicas con Gran Bretaña, hasta su interrupción por la Gran Guerra. A pesar de la lenta e incompleta recuperación posterior, los intereses británicos continuaban dominando los sectores más dinámicos de la economía canaria al comenzar la Guerra Civil (1936-1939).

La Segunda Guerra Mundial acentuó el valor de los principales puertos isleños, La Luz y Santa Cruz de Tenerife, como puntos de abastecimiento para las fuerzas navales. No en vano, Alemania ya había actuado desde ellos durante la Gran Guerra a través del Etappendienst, un servicio clandestino de apoyo a sus fuerzas navales para ampliar su radio de acción. Desmantelado al terminar la contienda, durante la década de 1930 fue reconstruido y al estallar la Segunda Guerra Mundial ya estaba preparado para actuar de nuevo. Sus actividades en Canarias se concentraron en los dos citados puertos, desde donde zarparon cinco buques de abastecimiento entre 1940 y 1942 para abastecer a diversos cruceros auxiliares. Además, entre marzo y julio de 1941 seis submarinos alemanes fueron reabastecidos en el Puerto de la Luz.

Gran Canaria en el punto de mira

Estas actividades, sin dejar de ser significativas, no tuvieron un impacto decisivo en la Batalla del Atlántico, cuyo escenario principal se situaba lejos de Canarias. El archipiélago era de mayor interés para los submarinos que se dirigían al Atlántico sur, aunque allí la Marina alemana disponía de otros medios para ampliar su radio de acción. Pero no por ello disminuyó el interés del Tercer Reich en estas islas. Al contrario, en el verano de 1940 la perspectiva de crear un gran imperio colonial en África central planteó la necesidad de conseguir una de ellas para construir una gran base aeronaval que contribuyera a proteger la ruta hacia las futuras colonias. Las negociaciones para la entrada de España en la guerra hicieron albergar la esperanza de que el régimen franquista cediera la isla, que podría haber sido Gran Canaria, pero la negativa española hizo que el Tercer Reich se conformara finalmente con que el Gobierno español reforzara su defensa para evitar su conquista por Gran Bretaña.

La posibilidad de que España entrara en la guerra y, en consecuencia, la certeza de que en tal caso Gibraltar sería perdida o al menos inutilizada como base naval, impulsó a Gran Bretaña a buscar una alternativa en las islas atlánticas españolas y portuguesas. A mediados de 1940 los comités de planificación británicos preferían la ocupación de las islas portuguesas, sobre todo las Azores, menos expuestas al previsible contraataque aéreo alemán. Pero en marzo de 1941 Canarias adquirió mayor importancia: el Puerto de la Luz constituía la mejor alternativa a Gibraltar, había medios para garantizar su defensa aérea y la ocupación de las islas portuguesas no compensaría la instalación de bases alemanas en el archipiélago español. A partir de entonces comenzaron los preparativos británicos para tomar el Puerto de la Luz y el aeródromo de Gando, no cancelados definitivamente hasta el otoño de 1943, cuando se consideraba improbable la beligerancia de España.

Desde los primeros borradores a mediados de 1940 hasta el otoño de 1943 esta operación generó una abundante documentación, se adaptó una y otra vez a la información recibida sobre las defensas insulares y recibió diferentes nombres: Chutney, Puma, Pilgrim y Tonic. Pero cada vez que parecía haber llegado el momento de ejecutarla era aplazada, tras comprobar que el Gobierno español iba a mantener su neutralidad. De forma paralela y desde diciembre de 1941 se estudió otra operación, Adroit, para instalarse en el archipiélago por invitación española. No existía certeza alguna sobre quién invitaría al Gobierno británico a ocupar las islas, aunque se suponía que alguien lo haría en caso de invasión alemana de España o de que el régimen franquista finalmente entrara en la guerra al lado del Tercer Reich. La invasión no se realizó y, en consecuencia, la operación británica tampoco. También en diciembre de 1941 se planteó una tercera operación, Breezy, cuyo objetivo era la captura de La Luz tras un ultimátum a la guarnición española y el consiguiente bombardeo de Las Palmas, pero fue rápidamente cancelada.

Los temores británicos sobre la suerte de Gibraltar estaban, al menos en parte, justificados. El deseo de conseguir una redistribución colonial más favorable para España a costa de Francia y Gran Bretaña se remontaba hasta la Guerra Civil y constituía el principal estímulo para la beligerancia de España. Pero en septiembre de 1939 el país no estaba en condiciones de entrar en la contienda que el Tercer Reich libraba contra Francia y Gran Bretaña. Esta neutralidad inicial dio paso a la no beligerancia, entendida como un paso previo a la beligerancia, en junio de 1940, estimulada por las victorias alemanas. Sin embargo, el Tercer Reich rechazó inicialmente esta beligerancia por considerarla tan innecesaria, pues Francia estaba a punto de rendirse y parecía que Gran Bretaña también lo haría en breve, como onerosa, dadas las ambiciosas reivindicaciones territoriales españolas.

Esfuerzo defensivo histórico

La prolongación de la resistencia británica fue uno de los factores que condujo al Tercer Reich a reconsiderar la beligerancia española, negociada infructuosamente en septiembre de ese mismo año y aplazada a partir de octubre por el Gobierno español hasta conseguir garantías sobre sus reivindicaciones territoriales. En esas mismas negociaciones también se negó a ceder una de las Canarias al Tercer Reich para que éste pudiera instalar una gran base aeronaval en ella, aunque estuvo de acuerdo en reforzar su defensa antes del ataque a Gibraltar previsto en la operación Félix. De hecho, entre 1940 y 1943 concentró en las islas cerca de 40.000 efectivos militares, acumuló una gran cantidad de piezas de artillería y construyó centenares de nidos de ametralladoras, algunos de los cuales todavía sobreviven en las playas isleñas. Las medidas defensivas desbordaron el ámbito estrictamente militar con la creación del Mando Económico para afrontar un posible bloqueo británico.

Este esfuerzo defensivo fue uno de los más importantes de la historia de Canarias, aunque adoleció de graves carencias, como la falta de armamento pesado moderno, pese a la instalación de cuatro baterías de artillería de costa adquiridas a Alemania en 1941. No iba dirigido contra cualquiera de los beligerantes sino contra un desembarco anfibio británico o norteamericano, aunque los Estados Unidos no habían preparado en aquellos años planes para conquistar estas islas. Sin embargo, sí comenzaron a interesarse en ellas a finales de 1943 cuando consideraron que podrían albergar bases aéreas, en el marco de los planes para la posguerra y especialmente para un conflicto con la Unión Soviética. De hecho, en 1946 llegó a plantearse la posibilidad de negociar una de estas bases con el Gobierno español, aunque fue descartada por el aislamiento internacional al que había sido condenado este último por sus vínculos con el Tercer Reich y el régimen de Mussolini. Si en 1940 el archipiélago se encontraba en medio de la pugna entre Gran Bretaña y Alemania en el Atlántico, en 1945 estaba incluido en los planes militares norteamericanos que anunciaban la Guerra Fría con la Unión Soviética.

El orden internacional había cambiado drásticamente durante la contienda. El mundo también, aunque el posterior a 1945 no era necesariamente peor que el anterior a 1939. A pesar de las destrucciones ocasionadas por la guerra, de la dura posguerra y de los conflictos que azotaron a muchos países, había motivos para pensar que un mundo mejor era posible y que ya se estaba gestando. El avance de la descolonización, la sucesión de tres décadas de crecimiento económico y las mejoras en las condiciones de vida de buena parte de la población mundial eran motivos razonables para alentar la esperanza. La guerra no había sido evitada, pero era posible sobrevivir a ella, reconstruir gran parte de lo destruido e incluso mejorarlo. Todo dependía, en buena medida, de la voluntad y el esfuerzo de los supervivientes, los mismos que habían sido arrastrados a ella y que en la posguerra luchaban para superarla. Al fin y al cabo, la Historia no está escrita de antemano.

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