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25 años sin Lola de España

Adiós a la faraona

El suplemento DOMINICAL recogía en mayo de 1995 un extenso perfil de Lola Flores, con sus luces y sus sombras, que aquí se publica íntegramente

Lola Flores en el 'Beach Club' de Gran Canaria el 30 de septiembre de 1983. LP / DLP

Murió Lola Flores, a los 72 años y en silencio, rodeada de los suyos y en su hogar, como ella quería, para no despertar sospechas entre el público, a quien se entregó con una sonrisa hasta un mes antes, pues la artista, como siempre prometió, ha trabajado hasta el final.

La noticia cayó como un mazazo, precisamente en una fecha tan importante para Madrid como es el día de su patrón, San Isidro. Esa madrugada, a las cuatro y media, Lola dio el último suspiro, el último aliento, y parecía una virgen, según su amiga la también cantante Marian Conde.

El último proyecto laboral de 'la Faraona', el programa de TVE "Ay, Lola, Lolita, Lola", dirigido y presentado por madre e hija, se suspendió hace poco más de un mes por él agravamiento de la enfermedad de la protagonista, Lola Flores aguantó estoicamente hasta el final, dispuesta a un taconeo y unas palmitas para alegrar el día a todos.

Para el recuerdo quede todo, incluso aquel desnudo suyo en la revista Interviú a mediados de los ochenta. Entonces tenía más de 60 años, pero sus pechos recios y las carnes apretadas en su piel de leona mostraban a golpe de vista los bríos y desafíos de esta jerezana brava.

Lola Flores es el paradigma del tesón y la inteligencia intuitiva que la aupó de la miseria de posguerra. Su vida, como ella reconoció, fue un trayecto de gozos y sufrimientos hondos y sentidos. Con trabajo, rezos y una disposición poco corriente, capeó muchos temporales y se asomó hace años a la muerte en forma de un cáncer de pecho generoso que le permitió aguantar casi tres décadas más. También vio la muerte en los ojos de su hijo Antonio cuando era heroinómano, y lidió con Hacienda, pero supo aguantar.

Símbolo del franquismo y superviviente remozada de la democracia, con una ideología "del régimen que haya", creyente sin límites, Lola Flores supo lo que le enseñó la vida, es decir, mucho, por eso admitía sus contradicciones, como un par de abortos en el pasado, o la práctica desenfadada del sexo porque, según ella, "la castidad no es un lujo de pobres y trotamundos; además, como el dinero yo me lo he ganado siempre, he ido muy libre para enamorarme".

Matrimonio de penalti

De naturaleza ardiente, antes de casarse vivió a tope la fama, los hombres guapos, los abrazos de Onassis, Gary Cooper... Tuvo muchos novios y romances, hasta que se casó con ese gitano "algo desdeñoso" como le definía, que es Antonio González, el 'Pescaílla', "el mejor guitarrista de rumbas que conozco, el gran amor de mi vida".

"Cuando nos casamos", apuntaba, "Antonio sólo tenía su guitarra, pero yo me he fijado en los hombres por ellos mismos, no por su dinero. También quería un marido guapo, y él era impresionante".

Estaba embarazada de Lolita cuando maridaron en la basílica de El Escorial el 27 de octubre de 1957. Ella quería casarse y tener hijos, porque "a pesar de los momentos malos, es peor quedarse soltera".

Así empezó una de sus etapas más gratificantes y angustiosas: la de supermadre con todos a su alrededor, dando el callo para sacar adelante a unos retoños poco dóciles, con un cáncer de pecho a cuestas, varias operaciones y un sinfín de sinsabores. No obstante, repetía sin tregua: "Con todo lo que me gusta el espectáculo, mi verdadera vocación es la de madre. Mis hijos me han llenado más que ninguna otra cosa en el mundo".

Entresijos del dolor

A pesar del chalé, de las joyas y de una posición económica desahogada, Lola Flores vivía con las pesadumbres cosidas a la pasión de vivir, como entresijos mortificadores que ensombrecían sus soles y sus olés. Ella decía: "Yo soy una mujer fuerte. Me gustan la libertad, la lucha y las preocupaciones. Siempre que he tenido un disgusto, a la hora de cantar y bailar me ha salido mi temperamento rebelde y me han aplaudido como nunca".

De la fuente de su energía mamó toda la familia. Sin Lola Flores, ésta no se concibe, de ahí la tragedia. Para Lolita, su madre era "el motor de la casa, el corazón impulsor de la vida". Para Antonio, "mamá era la alegría, la fuerza aglutinadora, la que siempre estaba ahí para todo". Según Rosario, "mi madre era el espejo en donde todos nos miramos".

En esta faceta de 'madraza' Lola Flores se reconocía "muy gitana, porque las gitanas son buenas madres y se conforman con poco, no roban bancos, sólo gallinas". De hecho, ella era medio gitana por parte de madre, y su marido gitano puro, y sus hijos también gitanos, aunque sepan francés e inglés. A la familia le gusta mantener costumbres de la raza. Por ejemplo, al 'Pescaílla', aunque a la sombra, se le respeta como patriarca, se le sirve el primero y sus hijas no fuman delante de él.

Muerte de Manolo

La artista, que nació el 21 de enero de 1923, en Jerez de la Frontera, en una familia modesta, empezó a bailar y cantar en la taberna que regentaba su padre, Pedro Flores, 'el Comino'. Su madre, Rosario, se dedicaba al cuidado del hogar. Con cinco años, vestida ya de cola, se llevaba a la gente de calle. "Yo no soy artista por accidente", decía quien no necesitó escuela alguna, "por eso admiro tanto a Carmen Amaya, la única persona en el escenario que nada de lo que hace es estudiado, que su entrega es total".

Era la segunda de tres hijos. El primogénito, Manolo, murió a los 16 años de peritonitis. Fue la primera gran cruz de la artista, su primer padecimiento: "Era la persona que más quería en el mundo y se murió. Toda mi vida he sentido su ausencia", lamentaba. Luego está Carmen, su hermana menor, también cantante. De tanto bailar cuando era niña, apenas jugaba: "Pero al acostarme me evadía con fantasías de princesas moras y novias".

La muerte de su hermano impulsó el traslado de la familia a Madrid. Lola convenció a su padre de que vendiera todo para buscar fortuna como artista en la capital. Un mundo insospechado de rosas y espinas se abría a sus pies.

De Madrid al cielo

La llegada de Lola Flores a Madrid en 1940, cuando sólo tenía 17 años, vigilada por sus padres y con su inseparable hermana Carmen, marcó el inicio de una imparable carrera de éxitos como cantante, bailaora y actriz. Para empezar, la contrataron para cantar una copla en la película de Fernando Mignoni 'Martingala', por la que recibió 12.000 pesetas, considerable cantidad para aquellas fechas.

Doña Rosario, su madre, la matriculó en la escuela del maestro Quiroga, quien la protegió, ayudó económicamente y la enseñó a cantar, bailar y moverse. A través de Quiroga consiguió su primer contrato, que le firmó el empresario Juan Carcellé para telonera en el teatro de la Zarzuela. La joven artista, de talante impetuoso, estaba dispuesta a comerse el mundo, y de paso, a conocer el amor, que apareció en forma de payaso.

"Era mi primer contrato y cantaba de telonera en el teatro de la Zarzuela en un espectáculo de variedades donde trabajaba un payaso alemán. Yo me enamoré de aquel payaso, sin palabras, porque cada uno tenía su idioma. Nos besábamos apasionadamente y lo más curioso fue que cuando le vi sin maquillaje, vestido como un hombre, no me gustaba nada. Yo estaba enamorada sólo del payaso, con su narizota y su cara blanca que manchaba".

Caracol y el embeleso

Desde 1940 y 1944, Lola trabajó en sus primeras películas Un alto en el camino, Un caballero famoso, Misterio con la marisma y Una herencia en París, grabó un disco y participó en varios espectáculos teatrales.

La popularidad la alcanzó al convertirse en pareja artística, con el tiempo también sentimental, de Manolo Caracol en 1944, unión que se prolongó hasta 1951. Juntos recorrieron España con el espectáculo 'Zambra' y trabajaron en las películas Embrujo y La niña de la venta.

"Caracol me llevaba 20 años y me deslumbró. Era un artista como pocos. Con él conocí lo mejor de lo mejor de lo mejor; él me moldeó, pero creo que perdí un poco el tiempo. Los dos éramos muy temperamentales, no podía funcionar. Caracol murió con 63 años; si se hubiera ido con 40, sería un mito".

Durante la década de los cincuenta, Lola Flores alcanzó fama internacional gracias al productor de cine Cesáreo González, que la contrató por seis millones de pesetas -cifra astronómica en aquella época- para rodar seis películas en dos años y llevarla de gira por América.

Estos filmes fueron La estrella de Sierra Morena, Reportaje, Pena, penita, pena, Morena Clara, La danza de los deseos y La hermana alegría. Mientras tanto, los romances se multiplicaban. En México, tres cantantes archifamosos, Jorge Negrete, Luis Aguilar y Pedro Infante, se disputaban su amor: "Fui de las pocas mujeres que se resistieron a Negrete. Tenía un carácter dominante que no me gustaba. Al final, fue Luis, con su gran bondad y corazón, quien me conquistó".

En 1955 emprendió otro viaje a América, el segundo de los más de treinta que ha hecho con los años. México de nuevo fue un punto crucial, pues allí rodó Lola torbellino, Los tres amores de Lola, Limosna de amores, Sueños de oro y La Faraona, ésta última causa del apelativo que la acompaña desde entonces.

Cuando conoció a Gary Cooper, su ídolo, Lola, que vivía entonces con el futbolista Gerardo Coque, no lo dudó: "Hay momentos en la vida en que por muy fiel que se quiera ser, una mujer no puede desperdiciar una situación semejante". Sin embargo, también cuando la cosa estaba a punto de caramelo, juntos en la habitación del hotel, besándose apasionadamente y el actor quitándose la ropa, Lola, asustada, de pronto pensó que no resultaría, que el galán era demasiado alto para ella, que desnudo sería muy delgado... De nuevo dijo 'no', recogió sus cosas y haciéndose entender como podía, se fue: "Comprendí que no podía traspasar ese amor platónico, que todo era apresurado, sin el romanticismo que yo quería. Me dio miedo romper el mito".

Con Winston Churchill no hubo romance, pero sí unas declaraciones halagadoras del político, que quedó impresionado por Lola Flores: "De todos los artistas que he visto cantar y bailar, ella es la mejor".

Abortos y ansiedad

Un árabe millonario con 40 esposas, el futbolista Gustavo Biosca, un guapísimo panameño, o Carlos Thompson, el marido de la actriz Lilli Palmer, fueron otros de sus amantes. Sin embargo, Lola no se sentía feliz. Ella quería casarse y tener sus hijos. Ya pasaba de los 30 años y a eso le sumaba la pena de dos abortos provocados: "Sí, me quité un par de embarazos; no quería parir hijos sin casarme por la Iglesia y ofrecerle un hogar a mi familia. Para eso tuve cabeza. Antes no había la información ni los medios de ahora".

Por fin, a los 34 años, en 1957, se casó con el guitarrista Antonio González y tuvieron tres hijos. 'La Faraona', sin embargo, continuó trabajando sin parar, pero ya tenía su hogar. Sus hijos crecieron y se independizaron, y llegaron tres nietos. Ser madre fue lo más importante para ella, pero también lo más duro.

Las drogas

"Mi hijo me ha dado mucho que sufrir; ha estado a punto de morir siete veces, con accidentes de circulación, y sobre todo la droga. Ha sido una agonía de diez años. Lo he llorado todo por él, por impotencia, igual que su padre. Estuve a punto de tomarme un tubo de pastillas, quería ponerme fin, o pegarle un tiro y acabar. Al final Dios me lo ha salvado, con mis rezos. Él es mi único varón, y yo he estado siempre volcada para ser su mejor amiga, pero la droga es una mierda muy grande de la que salió porque él quiso, si no, no hay nada que hacer. Ahora está trabajando más que nunca, con sus discos, componiendo para Rosario, el cine...". Así lo reconoció la artista, durante mucho tiempo aguantando en silencio y con la sonrisa a punto para cada actuación. Las dos últimas décadas no fueron fáciles para ella. Los problemas familiares y su salud la mantuvieron en constante sobresalto. Por un lado, Antonio y su adicción a la heroína, lo que generó un cúmulo de tensiones importantes que desembocaron en la separación matrimonial del joven con Ana Villa, en 1989, de cuya unión nació Alba, hoy la alegría más grande de Antonio y su familia.

Cáncer de pecho

La cuesta arriba fue lenta y tortuosa. Además de Antonio, Lola vivió el calvario de un cáncer de pecho diagnosticado hace 25 años. Quirófanos, sesiones de quimioterapia, tratamientos con cortisona... Sus fuerzas, siempre en alza, flaquearon el año pasado cuando engordó 14 kilos y se veía hinchada: "Mi miedo era acabar en una silla de ruedas, inútil, y la gente teniéndome lástima; eso sí que no. Por eso le pedí a Dios que me llevara con él".

De manera sorprendente, 'la Faraona' superó una vez más una nueva crisis y agradecida al 'Altísimo', no dudó en visitar a la Virgen del Rocío para darle las gracias por su recuperación.

Por otro lado, los ochenta fueron nefastos en el terreno económico y judicial. Lola Flores fue el primer famoso acusado de delito fiscal. Después se reía porque "no he tenido más que sentarme y ver desfilar los cadáveres de mis enemigos. Yo fui el conejillo de Indias, y mira que metí la pata, porque siempre reconocí que hice mal en no hacer la declaración, pero, ¿y Mariano Rubio?, ¿no es lo suyo mucho peor? Aquí se han trincado miles de millones desde el poder".

Vital como nadie, se sentía semifeliz porque la tranquilidad había llegado después de tantos quebraderos. Lolita, cantante de relativo éxito en España, le dio un nieto varón, que todos deseaban, ese "Guillermo de mis ojitos", y sus dos nietas salieron faranduleras y preciosas. Antonio ha superado sus enredos con la droga y ahora trabaja sin parar. Y luego está Rosario, la pequeña, que sorprendió a todos con su primer disco, récord de ventas que la ha situado en el candelera de las listas de discos. Rosario que, como dice su madre, no se resiste a "morir sin ver a un hijo suyo: a ver si se anima pronto".

Líder de masas

Creía Lola que hubiera sido una buena líder de masas porque sus palabras "llegan al corazón de las gentes sencillas". Se sentía próxima a las personas necesitadas - "anda que no he rodado yo con la maletita y sin un duro"-, y se sabía con una inteligencia innata que la distinguía por su viveza y rapidez para calar a la gente: "Yo creo mucho en las vibraciones de las personas y enseguida sé de quién puedo fiarme y de quién no".

Aunque no era supersticiosa, sí tenía precaución con ciertas cuestiones que dan mal fario, como un cante que es la bestia negra del flamenco. Sabía leer las líneas de la mano, como buena gitana, y creía en el destino que marca Dios.

Últimamente, Lola Flores había sustituido los escenarios por la televisión, un medio más cómodo que las giras. Para televisión firmó una exclusiva para una serie sobre su vida. Lola se consideraba única en su género, más resistente que la mayoría, y tenía razón, pues ahí estaba, generación tras generación, siempre en primera línea.

Ella era feliz así, entre los suyos y su trabajo. Había conseguido ser libre y tener una familia. Reconocía que le gustaban las joyas, y había invertido mucho dinero en ellas. El oro es el oro. Sus tres hijos han seguido los pasos artísticos de los progenitores, y no les va mal, sobre todo a Rosario, la más moderna, que ha sabido conectar los ritmos folclóricos con los del pop.

Lola, que nunca fue un bellezón de los clásicos, se declaraba coqueta como ninguna. Sus carnes eran prietas, no tenía arrugas y transmitía frescura de cuerpo y alma. "Me gusta cuidarme, los años no perdonan, pero soy muy activa y no me dejo atrapar".

A los 72 años, edad que le costaba admitir como buena presumida, Lola estaba de vuelta de casi todo, y sin embargo conservaba una capacidad de ilusión tan jovial como su espíritu. Más que nada, se definía como "una vividora maternal y tierna". La Lola de España además se sentía inmortal, porque "cuando no esté, quedarán los vídeos para recordar", que son para ella "un milagro de la técnica".

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