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Un ERTE a los violines

La España que se vistió de leyenda y guardó su espacio en el cielo de los eternos tuvo un problema notorio con el gol

Un ERTE a los violines

La España que se vistió de leyenda y guardó su espacio en el cielo de los eternos tuvo un problema notorio con el gol. Al éxtasis con el 1-0 como garfio espiritual. Monarcas con un expediente de ocho dianas a favor -Villa (5), Iniesta (2) y Puyol- en una travesía de siete citas con el más allá (630 minutos más la prórroga de la final, dejan la cifra en 660').

Un orgasmo realizador cada 94'2 minutos. En los 88 años, 0 meses y 2 días de la Copa del Mundo -21 ediciones-, nunca un campeón besó la gloria con tamaña rentabilidad. Eso es competir. Un ERTE a los violines y al fútbol poético. Defender con la lanza del balón.

Con siete azulgranas en el once inicial ante Holanda el 11-J -Puyol, Piqué, Busi, Xavi, Pedrito, Villa e Iniesta- en el Soccer City, España se coronó tras encadenar 435' sin encajar. Desde la puñalada del chileno Millar -último partido de la fase de grupos-, el 'tiqui-taka' echó el candado, con Casillas como emperador, ante Portugal (1-0), Paraguay (1-0), Alemania (1-0) y Holanda (1-0). Ocho tantos a favor, dos en contra. Lo nunca visto.

Francia se inmortalizó en el último Mundial de Rusia con 14 goles a favor, Alemania lo hizo en Brasil: 18. La lista es infinita. Propietarios del planeta y con pólvora. Todos menos la sinfonía de los violines de cultura azulgrana -y esa vinculación errónea al sello 'guardiolano'-.

Pero no se alcanzó la excelencia por el ataque. Italia, los padres del catenaccio, se doctoraron en Alemania (2006) con 12 tantos. Brasil, en Corea y Japón, alcanzó 18. El combinado galo, en su cita de 1998 con Zidane de portavoz, convirtió 15 goles -también solo recibió 2-. La Brasil de Ronaldo y Rivaldo (11), la Alemania de Klinsmann (15), la Argentina de Maradona (14), la Italia de Rossi (12), el Mercedes Benz de Müller y Franz Beckenbauer (13), el icónico Brasil de 1970 de Pelé (19), la Inglaterra de Charlton (11), la Canarinha en Chile (14) y Suecia (16), Alemania en Suiza (25), Uruguay en el 'Maracanazo' (15) y en la primera edición (15), o Italia en la década de los treinta del pasado siglo por partida doble (11 y 12 dianas). Ser dueño del planeta obligaba a marcar. Hasta que llegó España.

Ese legado, la cultura del 1-0, fue devorado por los flashes. El Barça, con Messi, aplastaba a los rivales con una exhibición renacentista. La España de Sudáfrica era el control. El espíritu de competir. La virtud de la paciencia. Del Bosque sacrificó a un delineante como Silva tras caer ante Suiza en el estreno. Xavi, Xabi y Busi. Cemento y dosis de creatividad. Nadie manejó el lenguaje no verbal de los partidos como la Roja. Los aspectos invisibles. Era la partitura a seguir.

El estallido barroco sí llegó dos años después en la final de la Eurocopa de Polonia y Ucrania en Kiev ante Italia (4-0). Atacar de forma despiadada. La belleza en su máxima elevación. Silva fue el artífice y el héroe de aquella final que hacía el histórico 'tres de tres' -dos Eurocopas y un Mundial consecutivos-. El de Arguineguín fue la llave hacia el registro más plástico, que sí evoca al Barça 'cruyffista'. La Roja fue eterna con la portería a cero. No cautivó en la historia de los

Mundiales por su velocidad y precisión. Lo hizo por su madurez.

¿Qué queda del 'iniestazo'? España es la octava del mundo. Fue 23º -Brasil- y décima -Rusia- en la resaca de Sudáfrica. El reloj se detuvo en Kiev. Cuando Silva levantó el ERTE a los violines. Diez años después, del oro de Johannesburgo, pervive la huella de una generación irrepetible. Los trileros del balón. Nada por aquí, nada por allí. Inmortales por ocho goles. El pragmatismo no es una deshonra. El 1-0 es el resultado más hermoso de la historia.

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