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Iniesta, Jarque y un círculo

El recuerdo que tengo de aquel 11 de julio en el minuto 116 de la final del Mundial de Sudáfrica es de euforia y llanto

Iniesta, Jarque y un círculo

Andrés Iniesta marcó el gol y todos lo celebramos y nos abrazamos como locos. Espera, la repetición. Mira mira. Vaya pase de Cesc. Y qué carrerón de Navas. Qué suerte tuvimos con el centro de Torres. ¿Y quién es ese? ¿Qué hacía Van der Vaart ahí detrás? Uf, Stekelenburg la rozó. Menos mal que no la mandó fuera. Y vaya carrerón se pegó Reina para llegar al córner. ¿Y esa camiseta que tenía debajo Iniesta? ¿Qué dice? Lágrimas.

El recuerdo que tengo de aquel 11 de julio en el minuto 116 de la final del Mundial de Sudáfrica es de euforia y llanto en un suspiro. Cuando el balón rozó la red dejé a un lado la profesión de periodista (como para no hacerlo) y grité como si no hubiera un mañana. Unos segundos después, tras ver la repetición, no pude reprimir la emoción (sí, soy de lágrima fácil, qué le vamos a hacer). España no había ganado el Mundial aún, pero el recuerdo que tuvo Iniesta con la camiseta dedicada a Dani Jarque me dejó noqueado. España cerró el círculo. Iba a ganar el Mundial de fútbol con un juego espectacular y sentimentalismo a raudales.

No podía transmitir un mejor mensaje el Mundial conquistado por España. Para los españoles y para el mundo entero. Ganó la selección que quería la pelota, que proponía, que jugaba más bonito. Y perdió la que se había dedicado a coser a patadas a su rival. Salvo las cabalgadas de Robben y los pases de Sneijder, Holanda se centró en los tobillos de España. O en el pecho de Xabi Alonso. Tan lícito, mientras el árbitro lo permitiera, como sucio.

El mérito de la selección de Vicente del Bosque no fue solo ganar el Mundial. Fue también hacerlo de una manera que agradó a todo el planeta. Porque la historia no solo se acuerda de los ganadores. Eso es un tópico mentiroso. La propia Holanda de Johan Cruyff en los años 70 es el mayor ejemplo. Los futboleros, y los que no lo son tanto, conocen tanto o más a la 'Naranja Mecánica' que a la Alemania de Gerd Müller o a la Argentina de Kempes. España ganó el Mundial y, además, dejó huella.

No fue la quinta esencia del fútbol. La máxima expresión de su idea llegó dos años más tarde, en la Eurocopa del 2012. En Sudáfrica la selección española también supo protegerse cuando debía y no encajó ningún gol desde la tortura de la fase de grupos. Miró hacia arriba pero de reojo también a su portería. De ahí el debate de Busquets y el doble pivote, con la frase de Del Bosque de "si fuera jugador actualmente me gustaría parecerme a Busquets" como principal recuerdo.

Con esta mezcla de pragmatismo y vistosidad España fue creciendo en el Mundial tras resbalar contra Suiza y dejó en el camino a Honduras, Chile, Portugal, Paraguay, Alemania y Holanda. Con su estilo de juego encandiló al planeta y cerró el Mundial con el homenaje a Dani Jarque en el gol y a Antonio Puerta en el pospartido. Un equipo de fútbol no está obligado a ser un ejemplo para la sociedad, pero si lo hace su recuerdo se multiplica.

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