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ANTE LA FIESTA DE LA PATRONA

El Barquichuelo de plata de la Virgen del Pino

Una tormentosa travesía por las costas del Caribe forja la historia de una promesa de dejar ante la patrona, si se salvaban, una imagen de la embarcación - La familia de Ana María de los Dolores Cabrera Almeida y Fernando Sagaseta de Ilurdos pudo cumplir lo prometido

El Barquichuelo de plata de la Virgen del Pino

Sin la más mínima duda, todo hijo de Gran Canaria que acude a a la Villa Mariana a saludar a nuestra Madre del Pino en su santuario de Teror contempla, que encima de la corona de la milagrosa Señora, se balancea un pequeño exvoto de plata que, dicho sea de paso, no se llega luego a dar importancia. Se admira como un adorno más del rico aderezo de la carroza. Sin embargo, tras el artístico barquito se esconde una bella y conmovedora historia que motivó el cumplimiento de la ofrenda a la Patrona en agradecimiento a uno de los tantos favores concedidos.

La historia comienza en las quiméricas costas del Caribe, en donde la emigración canaria desarrollará un actividad relevante. Se calcula que los isleños que fueron a Cuba en busca del anhelado progreso y bienestar entre mediados del siglo XIX y principios del XX superaron más de sesenta mil almas. La presión demográfica de las Islas, las sequías, los bajos salarios y la pobreza insular, fueron los detonantes de que en Canarias se multiplicase la necesidad de marcharse.

Y así fue como miles de familias isleñas se verían atrapadas por el canto de la emigración, y muchas de ellas perderían la vida en el intento.

Entre tantas familias de Gran Canaria que cruzaron el Atlántico, compuestas muchas veces por padres e hijos, hubo entre las féminas numerosas María del Pino, quienes no podrían olvidar en el recuerdo de estas largas travesías su última mirada hacia la Virgen de Teror, a quien encomendaban su celestial protección y la prosperidad en el nuevo horizonte. Y aunque en muchas ocasiones no fue así, porque en la mayoría de los casos las condiciones del viaje eran infrahumanas, y muchos de los emigrantes que arribaban al otro lado del océano sin documentación y sin medios económicos eran detenidos e internados en centros de reclusión. A esta desgracia se añadía el tropiezo con terratenientes que estaban interesados en contratar mano de obra barata y obediente, que iban a esos centros a escogerlos, tal y como si se tratara de un mercado de esclavos. Pero también, todo hay que decirlo, hubo muchos isleños que adquirieron en el Caribe, por sus conocimientos, inteligencia y sacrificio, una holgada prosperidad.

En 1897 fallece en la Habana la canaria María del Pino Cabrera Pérez. Su sobrino, Manuel Cabrera Castro, oriundo del pago grancanario de San Lorenzo, se había avecindado en Cuba al socaire de la familia paterna allí establecida. Manuel está casado con otra Pino, María del Pino Almeida Peñate, de Tafira, y de la coyunda nace en La Habana Ana María Cabrera Almeida al filo de despuntar 1891, quienes con el tiempo tenían decidido regresar de nuevo a la isla.

A estos deseos se sumaban los frecuentes naufragios en las costas y bahías de los puertos caribeños. Las habituales perturbaciones tropicales e inesperadas tormentas producían verdaderas catástrofes entre los navíos y pasajeros que se encontraban de viaje. Y esto les va a ocurrir a los ilusionados canarios en su regreso.

Los hechos que se vinculan a esta historia y a la Virgen del Pino lo motiva el huracán cubano de principios de siglo, popularmente llamado el ciclón de los cinco días. Fue uno de los más destructivos e inusuales que asoló Cuba y los Estados Unidos en un mes de octubre de aquel año.

Aquella tormenta se consideró uno de los peores desastres naturales en la historia cubana. Hubo muchos daños materiales y miles de personas se quedaron sin casa. También tuvo un gran impacto en los cayos de la Florida, donde destruyó muchas viviendas y provocó inundaciones. La catástrofe propició que muchos canarios allí establecidos, que habían adquirido cierta prosperidad, decidieran retornar a las islas. Así lo pensó Manuel Cabrera Castro, el emigrante del pueblo de San Lorenzo que había sido llamado por su tía Pino Cabrera, residente desahogada en la ciudad de La Habana. Manuel regresa con su esposa Pino Almeida y la hija criolla, Ana María, que en aquel momento cifraba los nueve años de edad.

La salida del puerto cubano coincide con otra fuerte borrasca ahuracanada y el barco, en donde viajan los canarios, empieza a dar peligrosos bandazos que atemoriza a los viajeros. La niña Ana María, en su desesperación por lo que ocurría, implora a la Virgen del Pino su protección, que aunque es una imagen desconocida para ella, está muy arraigada en su familia. Y fue en los preámbulos de la que podía haber sido una nueva tragedia cuando los viajeros prometieron que si se salvaban le llevarían a la Virgen canaria una reproducción en plata del barco en donde viajaban. Nuestra Señora debió de acoger los ruegos de aquellos asustados isleños y el temporal amainó.

Ana María de los Dolores Cabrera Almeida llegó feliz a la ciudad de Las Palmas. Años después contrae en la iglesia de San Francisco matrimonio con un joven de Tafalla, de 27 años de edad, llamado Fernando Sagaseta de Ilurdos y Miguel, que había llegado a la ciudad en el vapor Rabat, en diciembre de 1911, con su padre, Joaquín Sagaseta, que desde 1906 era fiscal de la Audiencia Territorial de Canarias. Del enlace entre la cubana y el navarro nacieron cuatro hijos: Joaquín (1918), María del Pino (1920,) Ana Teresa (1921) y el benjamín, que fue el popular abogado y político, Fernando Sagaseta (1927), el que llegará a ser el referente de la izquierda grancanaria. La promesa de la ofrenda a la patrona se saldó. Desde entonces las hembras del linaje han estado muy vinculadas a la Virgen terorense. La mayor de las hijas de la pareja fue, como era de suponer, otra Pino. La hermosa María del Pino Sagaseta fue desde entonces asidua a los acontecimientos de la villa mariana. Al quedar viuda muy joven del piloto de Aviación, José María Senovilla García, fallecido a los 28 años de edad en un triste acto de servicio, Mapi realizó su segundo consorcio en 1956 con Luis Navarro Carló. Lo verificó emocionada a los pies del altar de la Patrona y en presencia del barquichuelo de plata enganchado en el trono de la Señora.

Descolgado durante un tiempo, la familia insistió con la curia para que volviera a ser exhibido en el hermoso baldaquín de las andas de la Virgen, al que le da un aire majestuoso, atractivo y emotivo en sus salidas procesionales por el suave balanceo sobre la corona de la milagrosa efigie.

No siendo Nuestra Señora del Pino la Madre protectora de los acontecimientos y peligros que suceden en los inmensos océanos, su santuario está lleno de obsequios relacionados con el mar. Una muestra significativa lo pregona uno de sus más apreciados y valiosos mantos, que lleva el nombre simbólico de los navíos, para que "la Capitana de los Cielos nos librase de los navíos enemigos".

Otra ofrenda reveladora ocurrió en mayo de 1665, cuando Manuel Rodríguez, mareante de Indias, peregrinó a la iglesia de Teror por su devoción y agradecimiento por tantos favores concedidos, para colgar una fragata de madera en uno de los tirantes de la iglesia mariana.

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