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Grecia al rescate

Aplausos en las murallas de madera

Los remeros atenienses en la batalla de Salamina contribuyeron a la victoria tanto como los ciudadanos más pudientes

(L)

Año 480 a. C. El ejército persa de Jerjes ha derrotado a los espartanos de Leónidas en las Termópilas y se dirigen a Atenas. El oráculo de Delfos había dicho que los griegos serían salvados por una muralla de madera, pero parecía imposible que unas simples murallas de madera pudieran detener el impresionante ejército persa. El general Temístocles propone entonces una audaz estrategia y aconseja a los atenienses que abandonen la ciudad para poder llevar la guerra al mar de manera que los barcos, y no los edificios de la Acrópolis, que eran entonces en su mayoría de madera, serían los "muros de madera" de Atenas.

Temístocles fue el responsable de la gran victoria griega en la batalla de Salamina (por ello recibió honores incluso en Esparta) y, por supuesto, de la fortaleza naval de Atenas, pues convenció a los atenienses de que utilizaran los ingresos de las minas de plata de Laurión para construir doscientas trirremes justo antes del comienzo de la Segunda Guerra Médica, en lugar de que el erario público diera diez dracmas a cada ateniense. La decisión de abandonar Atenas, dejando la ciudad a merced de los persas, fue arriesgada y muy dura, puesto que la ciudad fue arrasada; pero no debemos olvidar que en la antigua Grecia una ciudad se define por los hombres que la componen más que por el territorio que ocupa o sus edificaciones, es decir, lo que constituye la polis son sus hombres, de ahí que oficialmente nunca se dijera 'Atenas', sino 'los atenienses' o "la ciudad de los atenienses". El plan de Temístocles que, en palabras de Heródoto, salvó a Grecia al obligar a los atenienses a convertirse en marinos, tuvo un éxito rotundo: en Salamina, la superioridad numérica de la flota de Jerjes no sirvió para nada, y los persas perdieron muchos barcos y hombres. En realidad, fue el espartano Euribíades el general que estuvo al frente de la flota griega en Salamina, y pretendió retirar las naves aliadas, pero Temístocles le convenció de permanecer en las aguas de Salamina para entablar allí la batalla contra los persas.

Admitamos que la política naval de Temístocles salvó a Grecia, pero si admitimos también que esa política influyó en la democratización de las estructuras políticas atenienses. La trirreme era una nave muy potente y, también, muy cara de construir y de mantener, de tal forma que sólo un Estado muy fuerte (como Atenas en esta época) podía disponer de los recursos necesarios para construir (y mantener) una flota de trirremes. Pero, como apunta Jaime Alvar, la trirreme no solo tuvo influencia en la guerra, sino en la vida política, puesto que esta nave necesitaba un gran número de remeros que, necesariamente, ampliaban las bases de participación social en la defensa del Estado y, en consecuencia, ampliaron también las estructuras políticas, avanzando en su democratización. Los ciudadanos de la clase económicamente inferior (thetes) participaron como remeros en la flota que triunfó en Salamina, y contribuyeron a la victoria sobre los persas tanto como los ciudadanos más pudientes que podían pagarse una armadura o un caballo. No debemos menospreciar a estos hábiles remeros (ciudadanos, no esclavos) capaces de lanzar sus naves a gran velocidad contra las naves enemigas de forma que el espolón de proa impactara contra el centro de la embarcación atacada, pero frenando en el momento del choque porque, si el encontronazo era demasiado fuerte, los dos barcos quedarían empotrados y no entraría agua por el agujero hecho en el casco enemigo y, al no poder separarse, se podía producir un abordaje. Después del impacto, la nave atacante debía poder retirarse para que el barco atacado se llenara de agua. ¿Nos extraña que los humildes pero fuertes y hábiles remeros exigieran reconocimiento? ¿No merecían estos remeros, a los que Aristóteles llama "turba naval", que no utilizaban escudos y lanzas sino remos y cojines, algo más que una palmadita en la espalda o, como diríamos hoy, un aplauso desde los balcones? ¿Era menos duro remar en una trirreme sufriendo el olor a sudor, flatulencias y vómitos que participar en una batalla aguantando olores parecidos? Pericles, según Tucídides, resumió de forma perfecta la labor de los remeros cuando dijo que el dominio de la mar es una cuestión de pericia que no es posible improvisar cuando surge la necesidad; es una ocupación a tiempo completo, que no deja momentos para otras cosas.

Esto es lo que dice Baudelaire en sus Consejos a los jóvenes escritores: "No sé si podemos considerar que alguna vez, vistos los hechos, suene la flauta; creo más bien que un éxito es, en proporción aritmética o geométrica, producto de la fuerza del escritor, el resultado de éxitos anteriores, a menudo invisibles a simple vista". No suena la flauta cuando compramos pan recién hecho, comprobamos que la basura está recogida y pelamos patatas. Todo es producto de agregación de éxitos moleculares, como dice Baudelaire. A menudo invisibles, como los centauros, tritones y cíclopes, pero de carne y hueso. Los meses de confinamiento y miedo que todos hemos vivido nos han recordado que sin los remeros de Salamina la victoria es imposible. En una de las colas de judíos ante funcionarios nazis que nos sobrecogen en La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993), un hombre se asombra de que no se le considere un "trabajador esencial" (eso significa la muerte) porque su oficio es la enseñanza de la Historia y la Literatura. El inteligentísimo y diligente Stern, siempre tan atento a todo, interviene y, en un abrir y cerrar de ojos, convierte al viejo profesor en un maduro pulidor de metal. Ya es un "trabajador esencial". ¿Hemos entendido lo que significa esencial? Pulir metal, enseñar Historia, remar en Salamina, plantar patatas, recoger la basura, colocar yogures en la estantería del supermercado, limpiar las habitaciones del hospital, curar y cuidar enfermos, conducir camiones a través de autopistas apocalípticas.

En la República, Platón hace decir a Sócrates que forjamos el Estado por nuestras necesidades, y por eso se necesitan labradores que nos provean de alimentos, constructores que levanten viviendas, tejedores y fabricantes de calzado, herreros, artesanos, comerciantes que viajen de un Estado a otro, marineros, mercaderes, asalariados, pastores y cuidadores de ganado. Y remeros. Esquilo deja muy claro en su tragedia Los persas (la única que no trata de un mito, sino que dramatiza un hecho histórico) que el poder de Atenas dependía de los humildes remeros, y fueron ellos los que, de hecho, salvaron la democracia. ¿Es exagerado decir esto? ¿Tan exagerado como decir que agricultores, transportistas, basureros, sanitarios y reponedores salvaron nuestro estilo de vida durante el confinamiento debido a la pandemia de coronavirus? Muchos remeros vivían en El Pireo y, como dice Edith Hall en su precioso ensayo Los griegos antiguos, ante la amenaza de los persas, la democracia ateniense y la libertad de Grecia dependían de la destreza naval, el pensamiento estratégico, la valentía y la audacia y, sobre todo, de los brazos de los remeros de Salamina.

Después de la batalla de Salamina, los persas no se retiraron. Poco tiempo después, griegos y persas se enfrentaron en Platea. En verdad, la historia es maestra de la vida, y nos obliga a no bajar la guardia ante la amenaza de una segunda oleada de coronavirus.

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