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Un cirujano catalán en los campos de Stalin

La vida de Julián Fuster, médico y militante comunista desencantado con la URSS, vertebra el libro de Luiza Iordache

Prisioneros en un campo de trabajo forzados de Stalin.

“Protagonista de dos guerras, un sudor frío me cubría el cuerpo (…). Emma Schwartz, fuerte muchacha de 20 años, moría ante nuestros ojos con las dos piernas cercenadas por las orugas de los tanques”, testimonió el cirujano Julián Fuster, republicano exiliado y militante comunista condenado al Gulag, testigo de la brutal represión (700 muertos) con la que los blindados del régimen estalinista sofocaron en 1954 la mayor rebelión de prisioneros soviéticos, en el campo de trabajos forzados de Kengir, en las estepas de Kazajstán. Allí estuvo preso siete años, y, como constató el nobel de de Literatura Alexander Soljenitsin en su referencial Archipiélago Gulag, “el español Fuster” operó a los heridos durante 48 horas, hasta que se desmayó por agotamiento.

La historia de este doctor vertebra 'Cartas desde el Gulag' (Alianza), donde la historiadora Luiza Iordache Cârstea reúne documentos guardados por su hijo, Rafael Fuster. Entre 1940 y 1956 pasaron por los campos de concentración rusos 345 republicanos españoles, “de ellos, 193 eran niños de la guerra, 4 maestros y educadores, 9 exiliados políticos, 40 pilotos, 64 marinos y 36 republicanos, trabajadores forzados del Tercer Reich capturados en Berlín, en 1945, por el Ejército Rojo”, desgrana la autora.

En el Gulag “convivieron en condiciones de hacinamiento, desnutrición, pésimas sanidad e higiene, temperaturas muy bajas o elevadas, brutalidad” unos 18 millones de hombres y mujeres, considerados a la mínima sospecha “enemigos del pueblo”, acusados, entre otros delitos, de “traición a la patria” o, como fue el caso de Fuster, de “espionaje y agitación y propaganda antisoviética” por el solo hecho de criticar o disentir.

Fuster en Kengir, en el quirófano.

Fuster en Kengir, en el quirófano.

Doctor en el frente de Aragón y Catalunya, Fuster, que pasó por los campos de concentración franceses, donde formó parte del equipo médico, fue seleccionado con otros miembros del PSUC y el PCE para ir a la URSS, donde tuvo una posición privilegiada y fue cirujano de campaña en el Ejército ruso contra los nazis, incluso en Stalingrado.

“Vivimos como prisioneros en un país de dictadura cruel, trabajo agotador y falta total de cualquier tipo de perspectivas”

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Pero con el fin de la segunda guerra mundial se acentuó su desencanto con un régimen que había creído modélico. “Vivimos como prisioneros”, escribió, en “un país de dictadura cruel, trabajo agotador y falta total de cualquier tipo de perspectivas”, y culpaba de ello “a los líderes criminales del partido comunista español, que se han vendido a Moscú”, con Dolores Ibárruri a la cabeza. “Todo lo que hay aquí me es extraño y hostil”, decía.

Iordache, que ya investigó el tema en 'En el Gulag', explica que “la desilusión, la discrepancia, la disidencia o el deseo de reagrupación familiar motivaron a algunos españoles a buscar la repatriación y solicitar el permisos de salida del país”. Como Fuster, que pidió un visado para México, algo nada bien visto. Eso, y considerarle cómplice del intento de huida de dos amigos españoles escondidos en baúles diplomáticos llevó a su detención, en1948, por agentes de la policía secreta que lo llevaron a la temida Lubianka, donde durante ocho meses fue torturado y sometido a interrogatorios nocturnos para privarle del sueño y a una dieta de hambre, antes de condenarle al campo de Kengir.

Fuster expresa “lo terrible que resulta estar entre muros” en una carta desde Kengir, donde guardias y presos le ven un “cirujano de primera clase” que operaba “con facilidad y rapidez” a pesar de las precarias condiciones y la falta de instrumentos adecuados. Pero también sufrió castigos: como relató Soljenitsin, fue enviado a la cantera por un jefe que cayó enfermo y que mandó traerle de vuelta porque “solo confiaba en Fuster (pero se le murió en la mesa de operaciones)”.

Muchos republicanos compartieron Gulag con prisioneros de la División Azul (hubo 350). “Los campos soviéticos les unieron, sus diferencias ideológicas quedaron difuminadas por la experiencia concentracionaria compartida en calidad de víctimas del sistema estalinista, por la lucha común por la supervivencia y la libertad y por la solidaridad, la camaradería y el compañerismo forjados por los avatares del cautiverio”, afirma Iordache. Tenían un fin común: “sobrevivir y regresar a España”.

Fuster lo logró. Liberado en 1956, tras pasar por Cuba y trabajar tres años en el Congo para la OMS, se estableció en Palafrugell, donde montó un quirófano y fue amigo de Josep Pla.

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