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De la guerra civil a la Resistencia francesa

Una investigación de Evelyn Mesquida saca del olvido a los españoles que lucharon en células rebeldes contra los alemanes

La republicana María Vázquez, de la Resistencia, tras liberar Ruán.

Hombres, mujeres y niños esqueléticos, presos tras las alambradas, barracones, letrinas bajo la lluvia, mutilados de guerra… una miserable cotidianidad que contrasta con los rollizos gendarmes franceses y senegaleses, de grotescos rostros animalizados como cerdos o perros de presa. Así lo reflejó en sus dibujos, trazados en los campos de concentración del sur de Francia en que estuvo recluido -Bram, Argelès, Saint-Cyprien-, el exiliado republicano Josep Bartoli (Barcelona, 1910 - Nueva York, 1995). Había luchado en el frente de Aragón y sido fundador del sindicato de dibujantes de la UGT. Antes de que la Gestapo lo deportara a Dachau, huyó a México, donde fue amante de Frida Khalo. Pero en la segunda guerra mundial otros muchos excombatientes de la guerra civil siguieron luchando contra el fascismo desde la Resistencia francesa. Si de sacar a estos del olvido se ocupa Evelyn Mesquida en Y ahora, volved a vuestras casas (Ediciones B), otro libro, La retirada (editorial El mono libre) reúne los dibujos de Bartoli.

Mesquida (Alicante, 1945), periodista e “hija de vencidos”, ya contó en La Nueve el papel de los españoles en la liberación de París en 1944, y fue la frase que De Gaulle pronunció entonces ante los republicanos la que usa para el título: “¡Pero si no tenían casa a la que volver! Habían luchado contra Franco. Les habrían matado”, exclama ante ese sinsentido.

"Pensaban que si ganaban la guerra los aliados les ayudarían contra Franco y podrían regresar a España. Sintieron como una gran traición que no fuera así”

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Calcula que había unos 300.000 combatientes entre los exiliados pero no hay cifras de cuántos se enrolaron en la Resistencia. Ella ha seguido sus pasos hablando con supervivientes. “Francia llamó a sus hombres a filas en la guerra contra Alemania, y al quedar campos, minas y fábricas vacíos creó compañías de trabajadores extranjeros a las que se apuntaron españoles que estaban en los campos. Fueron enviados por todo el país y algunos vieron en la Resistencia contra los nazis la oportunidad de seguir luchando contra el fascismo. Pensaban que si ganaban la guerra los aliados les ayudarían contra Franco y podrían regresar a España. Sintieron como una gran traición que no fuera así”.

Su motivación y su experiencia en combate en la guerra civil fue esencial en las acciones de la Resistencia, donde algunos dirigieron importantes células. Como Francisco Ponzán, quien con su ‘tribu’ de militantes libertarios creó una de las redes de evasión de perseguidos por los nazis más efectivas en estrecha colaboración con los aliados. Murió fusilado y quemado en 1944 junto a otros 53 detenidos de la prisión de Saint-Michel en circunstancias poco claras.

La republicana María Vázquez, de la Resistencia, tras liberar Ruán.

La republicana María Vázquez, de la Resistencia, tras liberar Ruán.

O la cuarentena de españoles que, liderados por Cristino García y Miguel Arcas, derrotaron a una división de mil alemanes en la batalla de la Madeleine (1944). Apunta Mesquida cómo los dos oficiales al mando se suicidaron con su pistola al ver que habían sido vencidos “por un puñado de españoles harapientos”. Entre ellos se sabe que había dos mujeres anónimas. A diferencia de sus compañeros, ellas no recibieron medalla alguna de Francia.

El olvido es más flagrante en el caso de las mujeres, la mayoría jóvenes, que hacían de enlaces y correo entre los maquis. “Eran mujeres en la sombra” que se arriesgaban al arresto, la tortura y la muerte. Entre ellas, Carmen Bazán, María Vázquez (que participó en la liberación de Ruán), Valentina Serres (que embarazada de siete meses osó recoger con una carretilla el cadáver de su marido, asesinado por los nazis) o Conchita Grange (a la que con 19 años torturó la Gestapo. “No hablé”, le contó a Mesquida. La deportaron a Ravensbruck).

Volviendo a Bartoli, que llegó a esconder su cuaderno de dibujo en la arena del campo de Brams cuando lo llevaron al hospital enfermo de tifus, su obra era una forma de resistencia. Parte de ella se conserva hoy en el Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona. “Su lápiz era, en cierto modo, el fusil que le habían confiscado”, opina su sobrino fotorreportero, Georges Bartoli, que incluye en el libro fotos propias. Su figura la recupera también la película de animación Josep, del dibujante Aurel, de estreno aplazado por la pandemia. Bartoli escapó de los campos franceses hacia el París ocupado gracias a una red de ayuda a judíos y acabó instalándose en Nueva York en 1946, donde trabajó de escenarista, participó en la revista antifranquista Ibérica y expuso junto a artistas como Rothko, Pollock, De Kooning. No volvió a Barcelona hasta 1977, tras la muerte de Franco.

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