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Entrevista | César Rendueles

César Rendueles: “Con la igualdad de oportunidades, nos han dado gato por liebre”

"Me importa hablar de políticas familiares porque es una cuestión tradicionalmente ausente de la izquierda y, en cambio, es muy reivindicada por la derecha", afirma el profesor de Sociología en la UCM

“Con la igualdad de oportunidades, nos han dado gato por liebre”

Es uno de los pensadores más leídos _de la izquierda_ y acaba de publicar ‘Contra la igualdad de oportunidades. Un panfleto igualitarista’ que aboga con razones éticas, sociales e incluso económicas por una sociedad más justa y equilibrada que dé a cada uno lo que necesita. Lo que más sorprende de César Rendueles, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) es su capacidad de enunciar ideas que para algunos podrían sonar incendiarias con una tranquilidad y un sentido común desarmantes. Hablar con él supone abordar desde un punto de vista nuevo –pero evidente– las grandes preguntas sobre nuestro ajado pero insustituible sistema democrático.

¿Que el libro haya sido concebido entre el 15-M y la pandemia le da un significado especial?

Bueno, no es que lleve 10 años escribiéndolo, pero sí es verdad que ha sido una época convulsa que he vivido con bastante intensidad.

¿Cuál es la pregunta que echa a rodar su argumentario?

En los foros en los que suelo moverme sentía cierta incomodidad al verme rodeado por gente sociológicamente muy parecida a mí. Me preguntaba dónde están los demás, los que no tienen carrera universitaria, los económicamente débiles. Y sobre todo, por qué no nos importa que no estén y hacemos como que no pasa nada.

Hemos ido normalizando ese elitismo.

Sí, incluso entre la gente que nos consideramos igualitaristas. Son reflexiones muy incómodas e intento reflejarlas de una manera amable, que no resulte fustigante.

Define su libro como un panfleto a sabiendas de la carga negativa de la palabra.

Cada vez que defiendo políticas igualitaristas, en seguida me tachan de utópico o planfletario populista. Es una forma irónica de decir que lo asumo y subo la apuesta. Mi intención era escribir un libro dirigido a gente más conservadora que yo. Y lo hago porque creo que el igualitarismo puede ser un valor muy transversal. Hay gente de derechas más igualitaria de lo que imagina.

Cuesta creerlo.

Las cifras lo avalan. Cuando el CIS pregunta por la autopercepción en materia de clase social, prácticamente nadie responde que son de clase alta y casi nadie de clase media-alta. Existe una cierta repugnancia a sentirse por encima de los demás. Eso es una forma de igualitarismo al que tienden personas con valores más cercanos al centro-derecha del espectro político.

Usted define la meritocracia como un espejismo que no se ajusta a la realidad.

Los ideales igualitaristas forman parte del ADN de las democracias modernas. De hecho, en el periodo de profundización democrática posterior a la segunda guerra mundial, cuando se crean los instrumentos del Estado de bienestar que hoy consideramos como una parte insustituible de nuestra sociedad democrática, también se produce una situación de fuertes dinámicas igualitaristas. Pero eso, en cierto momento, se truncó y comenzó una dinámica en la que los valores igualitaristas se transformaron en otra cosa, en la meritocracia.

La igualdad de oportunidades, vamos.

Eso es. Y ahí es donde nos han dado gato por liebre. Nos lo han vendido como una forma moderna, adecuada a las sociedades avanzadas, lo que en el fondo es un proyecto de circulación de las élites, un proyecto neolitista.

Pero en los 60 y 70, muchos hijos de la emigración del campo a la ciudad se subieron al ascensor social y llegaron a la universidad.

En el caso español eso tiene un punto de mitología porque el porcentaje de gente que accedía a la universidad entonces era el 1% de la población española, aunque es verdad que había ejemplos de gente muy talentosa.

En muchos casos, era la primera generación que accedía a estudios superiores.

Eso sigue pasando aún, pero es curioso cómo lo hemos tergiversado en nuestra memoria colectiva. Lo atribuimos a que la gente se esforzaba, fruto de la disciplina de la escuela tardofranquista y no es verdad. Algo más tarde, se empieza a ampliar la capacidad del Estado social para generalizar la escuela obligatoria y después la universidad. Pero también eso tiene que ver con una cierta transversalidad de los valores igualitaristas.

La idea de premiar el esfuerzo no está mal.

Está muy bien y creo que hay que incorporarla a los proyectos igualitaristas. Pero, al final, la mejor forma de hacer eso es vivir en sociedades igualitarias. Que la hija de una campesina pueda llegar a ser ingeniera es vivir en un país donde las diferencias entre un campesino y un ingeniero sean reducidas. Y sabemos que es así. Los países más igualitarios tienen más movilidad social.

En su libro dispara con bala contra la escuela concertada. La considera un apaño extraño.

El proyecto elitista de los últimos 40 años ha fomentado salidas individuales a los problemas que causan la desigualdad. En el caso de la vivienda, nos da instrumentos hipotecarios y capacidad para endeudarnos. Lo mismo pasa con la sanidad y la educación. La escuela concertada es una especie de educación privada low cost que permite sortear el derrumbe de la escuela pública. Yo intento no demonizar a las familias que recurren a ese sistema de conciertos educativos.

"El marco general es muy preocupante, porque la escuela pública se ha convertido en una especie de coche escoba que recoge los restos de quienes no se pueden permitir otra escuela"

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Quizá lo hacen con la mejor voluntad.

Sí, pero el marco general es muy preocupante, porque la escuela pública se ha convertido en una especie de coche escoba que recoge los restos de quienes no se pueden permitir otra escuela.

Tampoco queda muy bien parada la familia, que suspende en igualdad.

Me importaba hablar de políticas familiares porque es una cuestión tradicionalmente ausente de la izquierda y, en cambio, es muy reivindicada por la derecha.

¿Cómo solucionar eso?

Es uno de los terrenos en el que más lentamente cambian las relaciones entre hombres y mujeres, donde se dan unas desigualdades enormes en el reparto del trabajo doméstico. Mucha gente desespera concluyendo que con las familias no hay nada que hacer, pero eso es un error. Las familias son fundamentales para nuestra sociabilidad, y más en España. Ahí deberíamos ser capaces de plantear políticas públicas que aborden los enormes problemas que tienen las familias respecto al cuidado de los menores o la atención de las personas dependientes.

Se podría decir que la pandemia ha sido un banco de pruebas de todo esto.

El covid nos está mostrando las costuras de lo que estaba pasando. Lo que ha hecho es concentrar procesos que más o menos éramos capaces de sortear, pero no todo el mundo, claro. Así que de repente el problema se ha universalizado.

Las residencias serían un buen ejemplo.

Eso es, solo afectaban a los que tenían que recurrir a ellas y no formaba parte de la agenda pública.

Que la única reacción haya sido aplaudir ¿no es bastante pobre?

Pues sí. En un primer momento hubo gente que vio una ventana de oportunidades para defender los servicios públicos. Pero después se ha normalizado la catástrofe. Eso permite a las élites hacer intervenciones todavía más agresivas en defensa de sus intereses.

¿Y qué diría que le pasa a la extrema derecha, que enaborla la antorcha de la libertad y la democracia?

Parece estar viviendo algo así como su 15-M, un proceso de reposicionamiento, buscando estrategias, nuevos discursos. Creo que están tanteando con distintas posibilidades. La pandemia les ha llevado a posiciones desde mi punto de vista nihilistas. Están dispuestos a incrementar la catástrofe hasta donde sea necesario dentro de una política cuyo único punto no negociable es que se blinden los privilegios de las élites. Eso ha quedado muy claro en Madrid, cuando salieron a protestar en el barrio de Salamanca.

Dentro de todo este caos armagedónico, se muestra bastante esperanzado.

Tenemos una tendencia a eso que los católicos llaman la delectación morosa del catastrofismo. Y bueno, en 200 años la gente ha estado peor . Y es cierto que la ultraderecha ha irrumpido a toda velocidad, pero también ha habido otras fuerzas muy esperanzadoras, como la movilización feminista, que produjo un gran cambio en el sentido común en poquito tiempo.

La pregunta del millón es cómo refundar la democracia.

Nuestra experiencia se remonta a 200 años. Estamos mejor de lo que pensamos . En los últimos años mucha gente trabaja en la recuperación de instrumentos, como incorporar en las decisiones ciudadanos al azar. También es cierto que ha habido una degradación muy fuerte de la participación democrática, ligada a la pandemia. Lo malo es que es más rápido destruir la confianza que reconstruirla. No es imposible, pero es muy lento.

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