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Entrevista

Emilio Muñoz Ruiz: “La globalización dirigida desde una óptica economicista es contraevolutiva”

Emilio Muñoz.

Emilio Muñoz Ruiz (Valencia, 1937), doctor vinculado ad honorem en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CCHS-CSIC), es uno de los grandes especialistas en el estudio de las relaciones de las ciencias y la tecnología con la sociedad. En su trayectoria ha desempeñado diversos cargos de responsabilidad y gestión, incluyendo la propia dirección del CSIC. Su trabajo más reciente, cofirmado con Jesús Rey Rocha y Víctor Ladero, es El dilema entre salud y economía por la covid-19, un debate estéril a la luz de la Ciencia y la Historia, un texto publicado en The Conversation que se inscribe en una línea de reflexión y análisis en torno a la pandemia, sus repercusiones en un mundo globalizado y cómo esta crisis ha puesto de relieve otra, de calado más profundo, que afecta a nuestra propia evolución como especie.

Considera que contraponer la salud a la economía, tal y como desde algunos sectores se está haciendo, es falaz. ¿En qué sentido?

Creemos que es falaz en el sentido de que sin salud no puede haber economía, aunque es una reflexión que es difícil de plantear, en el sentido de que es un poco como el dilema del huevo y la gallina, en un momento en el que uno de los problemas que tenemos es una amenaza fuerte para la salud, y la salud es a su vez fuente de economía. Lo único que hay que hacer es plantearse la posibilidad de que en estas circunstancias pueden surgir oportunidades, incluso la posibilidad de hacer o desarrollar cosas partiendo de los problemas que la pandemia no está planteando. Yo no soy empresario ni emprendedor, y tampoco sé jugar con el dinero, nunca he jugado a la Bolsa. Pero aplico el sentido común y me dice que hay oportunidades.

La vieja premisa de que toda crisis es una oportunidad.

Claro, eso por descontado. Así hemos funcionado y así se ha producido el desarrollo humano. Lo que pasa, y esta es mi opinión, es que hemos vivido un tiempo muy malo. Ya digo que los cuarenta últimos años del mundo occidental necesitan una revisión.

¿En qué sentido?

En muchos. Tenemos que reflexionar sobre el auge de las políticas neoliberales, de estrategias que no han traído nada bueno. Una figura como Dani Rodrik, al que han dado hace poco el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, ha analizado cómo han disfrazado la globalización con un dato, el aumento de la renta media, que es falso, engañoso. Porque sí que ha aumentado la renta media, pero a costa de unas desigualdades increíbles, brutales. Es como esto que se dice de que si hay un pollo y dos personas tocan cada una a medio pollo, pero si el que tiene el pollo es uno de los dos, ya no tocan a medio pollo. Ha habido un intento de que la globalización fuese un mecanismo para favorecer a unos pocos, que es algo que no ha traído beneficios para la mayoría, realmente. Eso explica qué está pasando, cómo ha aumentado, por ejemplo, la pobreza en España, donde la desigualdad es muy grande. Y no es solo eso: las tecnológicas han pasado, durante esta pandemia, de tener beneficios de 8,9 billones norteamericanos (lo que serían para nosotros 8.900 millones), a llegar a 10,2. No parecen beneficios pequeños, ¿no?

“La pandemia ha puesto de manifiesto que no se puede seguir haciendo las cosas que hacíamos antes”

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En absoluto.

Eso quiero decir. La globalización se ha dirigido solo desde una visión absolutamente economicista. Pensemos que se han dado casos de gente que solo por gerenciar un banco al que además han llevado al desastre se pueden retirar con pensiones de 10, 11 o 12 millones de euros. No se trata de resucitar el fantasma del comunismo o del marxismo, solo de pensar desde la lógica en cómo ha funcionado, en cierto modo, la evolución. Porque en la evolución, esencialmente, el altruismo y la cooperación son los grandes factores. Y eso es algo que se ha podido demostrar, porque es falso eso de la supervivencia de los más fuertes: los que evolucionan son aquellos que son capaces de interactuar con el medio, adaptarse a él y modificarlo. Y, en todo este proceso, algunos han tratado de hacer una evolución contraevolutiva, creando un medio para que no hubiera en él cooperación ni altruismo.

Usted habla, a este respecto, de cómo incluso entre los neandertales había una vocación de cuidar de los enfermos, incluso habla, con matices, de una “incipiente seguridad social”.

Claro. Además, desde el momento en que se empezó a revisar la teoría de la evolución, hace como doce o catorce años, se vio la importancia de la cultura, de los comportamientos, en la evolución, y no solo los genes. Está claro que la acción cooperativa tenía ventajas. Recuerdo incluso un artículo publicado en Investigación y Ciencia que hablaba de la importancia de la crianza en los seres humanos. Que es además un esfuerzo absolutamente cooperativo.

¿Estamos perdiendo la empatía y esa cualidad altruista?

Claro. Bueno, es que en este ¬país nuestro yo he escuchado no hace mucho tiempo a una persona que ocupaba un puesto muy importante en el Gobierno que decía que los de Cáritas probablemente no estaban ayudando a las personas. Era Cristóbal Montoro, cuando era ministro de Hacienda, un señor simpático que se exacerbó en un debate absurdo. Pero a mí eso me produjo una conmoción profunda, porque Cáritas es un área de la Iglesia católica que se ha dedicado y se dedica a hacer lo que puede por ayudar a personas desfavorecidas. Yo no soy una persona practicante, me defino como un laico, y esto a mí me pareció doloroso.

Desde otros ámbitos políticos, como Podemos, se han criticado las donaciones de Amancio Ortega a los hospitales. ¿Cómo ve eso?

Las donaciones son un poco más debatibles. Estoy de acuerdo con que es mejor que se hagan donaciones que el que no se hagan, pero entiendo que las donaciones tienen que hacerse en absoluta relación con el ámbito al que se dirigen y con la gente que sepa de ese ámbito. Poner muchas máquinas en sitios determinados no sé si es lo ideal, y la prueba es la experiencia actual. ¿De qué han servido esas donaciones para este problema actual? Yo también me enfadé no por el hecho de que Amancio Ortega haga donaciones, sino porque hubiera sido mejor poner el dinero en manos de gente que supiera dónde se puede invertir mejor. Y con la pandemia se ha visto que el sistema sanitario español tiene profesionales extraordinarios.

¿Van a resistir mejor la pandemia aquellos países que hayan ¬invertido más en su sistema sani¬tario?

El resultado creo que será mixto, una combinación de aquellos países que por tener un sistema -autoritario sean más capaces de introducir medidas restrictivas y de aquellos que, en democracia, mantengan un buen sistema hospitalario. Pero no va a haber muchos países que salgan bien de esta crisis. Hay otro matiz, que son las formas sociales de relacionarse. Querer comparar ahora la gestión entre países es horroroso, ahora toca analizar qué gestión se está haciendo y qué hay que hacer. La epidemiología y la virología son dos ciencias que me gustan mucho, que me ha gustado conocerlas y que no han tenido mucho apoyo en las épocas neoliberales. De hecho, tenemos métodos de acción muy primitivos.

Similares, en gran medida, a los que se usaron para la pandemia de gripe de 1918.

Claro. Y también para la epidemia de cólera de Londres (de mediados del siglo XIX). Son métodos, en muchos casos, medievales, con la ventaja de que el agua es más potable, que han mejorado las cuestiones de salubridad pública y que la forma de trabajar es mejor._Lo que es una gran ventaja, porque son avances que han contribuido mucho a incrementar la esperanza de vida.

La epidemia de SARS de 2002 se logró contener en regiones muy determinadas. ¿Puede haber contribuido una globalización acelerada a que el covid-19 no se lograse contener de igual forma?

Aquello quizá pasó porque aquel SARS no era tan inteligente, en términos de virus, como este. Probablemente eran virus más mortales, con mayor índice de mortalidad, y con menos movilidad, por lo que se pudo contener estratégicamente. En este caso tenemos un proceso de un virus que ha surgido con un diseño terrible, porque es muchísimo más contagioso y no tiene una letalidad excesiva.

Lo que permite que haya más huéspedes.

Exactamente, esa es la inteligencia de los virus. Un virus como el ébola, por ejemplo, es terriblemente mortal, pero la contagiosidad de este covid-19 es bastante diversa, rica e imaginativa.

Antes hablaba de las medidas que puede tomar un sistema autoritario, ¿teme que de esta pandemia se saque una conclusión perniciosa de que los sistemas autoritarios son mejores que las democracias para atajar una crisis de esta índole?

Son conclusiones que se pueden sacar desde una aproximación simplista, pero yo creo que no es así. Porque lo que pasa, insisto, es que pagamos las consecuencias de los terribles últimos cuarenta años del mundo occidental. Esto chocará mucho, me imagino, pero tenemos que revisar la historia de los últimos cuarenta años. Alguien diría que tenemos que hacer una auditoría.

¿Cree que en estos cuarenta años hemos creado sociedades más débiles?

No diría más débiles, lo que pasa es que hemos hecho sociedades en las que los individuos se convierten en consumidores compulsivos. Hablamos de individuos que podrían disfrutar de los beneficios de la gran libertad de adquirir cosas y disfrutar de bienes, muchos de ellos con obsolescencia programada, y eso hay que preguntarse por qué es así. Las sociedades no es que sean más débiles, es que son sociedades que quieren seguir haciendo lo mismo que hacían antes. Y la pandemia pone de relieve, como ya se estaba mostrando antes con problemas como la desigualdad o la pobreza infantil, que no se puede seguir haciendo las cosas que hacíamos a lo largo de estos cuarenta años. Al menos no igual.

¿Tiene alguna esperanza de que la sociedad, los individuos, revisen su comportamiento tras la pandemia?

No, yo no tengo ninguna esperanza. Lo que tengo, y contribuyo con estas formas modestas, es la posibilidad de ayudar a que la gente reflexione, que piense, que se dé cuenta de que a veces, y eso lo digo ahora ya, hay que dejar de hacer cosas que queremos hacer. Tenemos que apostar por un desarrollo que incorpore todo lo que nos está desvelando el tema climático, por una economía más verde y por la economía circular. Y que la gente que tenga esa capacidad emprendedora tendrá que ir por ahí, y otros tendremos que ofrecer soporte técnico, para conseguir que se creen empleos que permitan que de verdad la gente pueda tener una estrategia temporal. No es una esperanza, es que la pandemia ha puesto de relieve que el mundo se iba diluyendo de una forma que era palpable, simplemente desde el análisis de los datos de las grandes organizaciones que destacan el aumento de la desigualdad, que es un instrumento que va en contra de lo que es la evolución, incluso del sentido común de un capitalismo que quiere que haya gente que compre y gaste dinero. Porque es evidente que eso no se puede dar si hay muchos ¬pobres.

Pero esa desigualdad se está incrementando, el comercio de proximidad sufre mientras las grandes empresas ganan más, y también se está produciendo un cambio en los modos de consumo. Se ve con el ocio, que estamos pasando de un ocio colectivo, de poder ir al cine o al teatro, a uno más individual, más privado y a la carta. Y todo eso se ha acelerado con la pandemia.

También, claro. Hablábamos antes de esa referencia de cuánto han ganado las grandes tecnológicas en estos meses. Pero la otra cuestión, la del ocio, creo que los cines y los teatros no tendrían por qué sufrir tanto en estas circunstancias, son víctimas inconscientes. Son entornos que no favorecen la transmisión del virus más allá de que la gente está junta y en un sitio cerrado. Pero en un cine, el mayor exceso que puedes cometer es quitarte la mascarilla para comer palomitas. No tiene nada que ver con lo que puede pasar en un bar, por ejemplo. Se están produciendo injusticias dentro de la propia dinámica, son contradicciones enormes, errores que tienen una incidencia muy negativa en estos sectores cuando no tendrían por qué. Y es verdad que con toda esta estrategia están llevando a la gente a consumir en casa. Luego la preocupación es que el ocio nocturno se vaya al garete; dirán que soy un anacoreta, pero eso no es la gran esperanza de nuestra vida ni una esperanza de futuro. Si contraponemos el ocio nocturno al cine y al teatro, es bastante triste.

¿Le ha decepcionado la juventud durante toda esta crisis?

No lo sé, porque la juventud también ha sido muy maltratada en estos periodos últimos. Eso no quiere decir que no haya jóvenes que no hayan triunfado, pero creo que no se ha primado el talento, ni la búsqueda de reflexión entre los jóvenes para que pudieran asentarse. Hay que contar con la juventud, dentro de un esfuerzo intergeneracional. Tenemos que ser híbridos, que es lo que enriquece.

Se ha dicho que tenemos la ¬peor clase política, la de más bajo nivel, de la historia reciente en el peor momento posible. ¿Coincide con el diagnóstico?

A lo mejor hemos ido seleccionando eso también. Porque si somos una democracia, al final los políticos que tenemos son aquellos a los que la gente vota. El problema es que, si todo lo interpretamos desde la evolución, nos sale este resultado. Si buscamos que los políticos se conviertan en marionetas de un poder económico, si los políticos se tienen que desarrollar en un entorno en el que tienen que trabajar en determinadas condiciones, los hemos seleccionado nosotros. Es una reflexión para que hagamos autocrítica, porque nada ha nacido porque sí.

Para concluir, ¿puede decirse que el neoliberalismo es enemigo de la evolución?

Yo lo considero contraevolutivo, porque la evolución pasa por la cultura de la cooperación, el altruismo, la ética, que sabemos que también es importante. Pero todo eso ha sido cada vez menos tenido en cuenta. El valor esencial del dinero y el cumplimiento de deseos de modo compulsivo no favorecen a la evolución. Tenemos que hablar de verdad de la importancia de la evolución y de la historia de la humanidad, porque el desprecio a la historia es otra característica de este tiempo. Ya lo dijo Francis Fukuyama: es el fin de la historia. Hay que recordarlo.

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