De todos los problemas que en la actualidad tiene la naturaleza canaria y que hacen peligrar su biodiversidad y el equilibrio de sus ecosistemas, el de las especies exóticas invasoras es, al menos, uno de los más importantes. Las especies exóticas invasoras son aquellas que afectan al medio natural de muchas maneras, no solo ocupando el territorio, sino también, en el caso de las plantas, compitiendo con las especies autóctonas por los polinizadores, los dispersores de sus semillas, o hibridizándose con ellos. De todas estas maneras y seguramente de más, algunas especies traídas y propagadas por el ser humano, hoy hacen peligrar la pervivencia de plantas y animales exclusivos de Canarias.

Las especies vegetales invasoras más importantes que encontramos en Canarias pueden dividirse en dos grupos, aquellas que llegaron hace más de tres siglos, como especies de interés agrícola o industrial, como fueron las cañas, las tuneras y las piteras o el tojo, y las plantas que llegaron desde finales del siglo XIX y que en su mayoría son plantas ornamentales. Este último grupo es el que hoy produce mayores problemas y está en franca expansión.

Plantas como el rabo de gato (Pennisetum setaceum), el hediondo o espuma de mar (Ageratina adenophora), el plumero de la Pampa (Cortaderia selloana) o varias especies de acacias y mimosas (Acacia spp., Paraserianthes lophanta, Leucaena leucocephala), son y serán las principales especies invasoras que debemos controlar en la naturaleza pero que, sin embargo, siguen apareciendo en nuestros jardines, ya sean públicos o privados, y en los viveros. Y no es únicamente el problema de las plantas invasoras que se han asilvestrado ya en nuestros montes, sino el gran potencial que encierran un gran número de plantas que se están introduciendo como novedades ornamentales y de las que desconocemos su capacidad para aclimatarse y asilvestrarse en las islas.

Sobre las que ya están creando problemas hay legislación, pero no hay ninguna norma que impida introducir en las islas una planta ornamental con potencial invasor desconocido. Es como jugar a la ruleta rusa. Con la mayoría de las especies ornamentales que llegan desde lugares exóticos no ocurre nada malo, pero de vez en cuando el arma se dispara. Se disparó hace mucho tiempo con los geranios (Pelargonium spp.), se volvió a disparar hace unos 50 años con el rabo de gato, y cada vez se introducen más balas en el cargador. Las últimas tienen forma de cactáceas, o de Pluchea spp., un grupo de plantas que se están extendiendo a toda prisa por el sur de Tenerife, o de algunas chenopodiáceas (como Maireana brevifolia o Atriplex spp.) que ocupan ya extensiones apreciables en Gran Canaria y Fuerteventura. Todas son plantas que han llegado a Canarias como ornamentales.

Pero no sólo es un problema de introducción de nuevas especies invasoras, sino que los ajardinamientos en zonas rurales contribuyen también a la expansión de estas especies por todas las Islas, llegando hasta las puertas de los espacios naturales protegidos. Y las usan seguramente por desconocimiento del peligro que suponen y porque a los vecinos les gustan estas plantas “verditas y raras”. Falta formación e información de los responsables municipales, de los trabajadores y de los vecinos.

A estos problemas, ya de por sí importantes, se suman las modas en jardinería. En la actualidad triunfan dos: la xerojardinería, el cultivo de especies resistentes a la sequía, que necesitan poco mantenimiento, e incluso preparadas en los viveros para que puedan mantenerse y reproducirse con muy pocos recursos; y la jardinería con plantas autóctonas, empleando especies locales, lógicamente adaptadas al medio.

En el primer caso el problema es que estamos introduciendo en nuestros jardines plantas que tienen mucha facilidad para asilvestrarse, para escapar del cultivo y proliferar, sobre todo en lugares removidos y humanizados a los que no suelen entrar las plantas locales. La segunda moda, el uso de flora autóctona tampoco está libre de graves peligros. Una planta muy usada en los últimos años en jardinería en la cumbre Gran Canaria es el taginaste rojo del Teide (Echium wildpretii), una especie espectacular y que hibrida con facilidad con varias plantas de su mismo género. Igualmente se utilizan taginastes blancos grancanarios en Tenerife o Fuerteventura. No todas las plantas canarias pueden emplearse en todas las islas. La enorme diversidad de la flora canaria hace que muchas especies sean exclusivas de una isla, de un barranco o de un monte, por lo que el cultivo de sus parientes en su proximidad puede producirle problemas de hibridación y su desaparición como especie. El uso de plantas autóctonas en jardinería necesita de un control tan minucioso que hace muy difícil utilizarlas con plenas garantías.

Pero vivir sin jardines no es una alternativa, necesitamos jardines urbanos donde respirar y tener un mínimo contacto con el medio natural, jardines privados donde trabajar y tocar la tierra, manteniendo una tradición secular en las islas y adornando nuestras casas, calles y caminos. Podría pensarse en simplemente hacer cumplir la legislación vigente sobre especies invasoras, pero eso no es suficiente y se hace evidente cada día. Además de no solucionar el problema de la entrada continua de nuevas especies ornamentales con potencial invasor, tampoco es fácil cumplir la norma, y si la ley no puede cumplirse no produce el efecto deseado.

En definitiva, hay mucho trabajo que hacer. Generar un cuerpo normativo efectivo, de ámbito local, que produzca el efecto deseado, y para eso es necesario ampliar la vigilancia. Formar a los operarios de ayuntamientos, policías locales, gestores locales. No crear únicamente listas de especies prohibidas, que se hacen larguísimas e inútiles para las nuevas introducciones, sino indicar qué plantas son las adecuadas en cada zona, no ya en cada isla, tanto autóctonas como exóticas. Utilizar de manera adecuada la flora local para que los jardines rurales sean focos de dispersión de las propias especies canarias, muchas de ellas amenazadas de extinción a la vez que con gran potencial ornamental.

Normas sencillas, que puedan cumplirse, y vigilancia para que se haga. Y mucha educación ambiental, pero no sólo para niños o jóvenes, sino para técnicos, políticos y gestores, las personas que toman las decisiones que afectan al medio en este campo. Y sobre la entrada de nuevas plantas para su uso ornamental, hacer disminuir la demanda de novedades botánicas. Si sigue existiendo esa demanda, en los tiempos de la globalización e internet, será imposible evitar que acaben entrando en las islas.

Finalmente, hay que recordar que la jardinería canaria es una actividad tradicional de gran arraigo y que nos habla de relaciones trasatlánticas con América, África y el Mediterráneo. La biodiversidad de esta tradición es también enorme y si no la cuidamos no sólo se perderá la cultura que atesora, sino que las plantas que una vez adornaban nuestras fincas y casas de campo, se escapan de sus lugares originarios y producen graves trastornos en nuestro medio. Regresar a esta tradición con nuevos ojos, con una mirada más amplia que incluya los problemas ambientales, debe ser la solución definitiva para solventar en parte este problema de las especies ornamentales e invasoras.