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Entrevista a Carme Valls Llobet

“La medicina androcéntrica perjudica a la mujer”

"Con la posesión de la tierra, los hombres querían la certeza de que los hijos fueran suyos y encerraron a las mujeres", indica la médica y activista en combatir los sesgos de género en la salud

Carme Valls Llobet Jordi Cotrina

La endocrinóloga (Barcelona, 1945) reivindica una sanidad con perspectiva de género. Uno, porque la fisiología y las cargas de hombres y mujeres son distintas. Y dos, porque el sistema de salud, que aún arrastra tics patriarcales, ningunea o despacha con psicofármacos el malestar femenino.

El origen de la vocación de Carme Valls Llobet no hay que buscarlo en ser hija de médico –que influyó–, sino en algo mucho más íntimo: sus reglas eran terriblemente dolorosas. Entender el ciclo menstrual que tan mala vida le daba no solo hizo de ella una afanosa endocrinóloga. También la convirtió en un incordio para el sistema de salud que, hasta hace cuatro días, estaba pensado por y para los hombres. Su lucha por incorporar la perspectiva de género a la sanidad ha surtido efecto. No el suficiente, en su opinión. En Mujeres invisibles para la medicina (Capitán Swing), un clásico ahora actualizado, desgrana argumentos.

¿Qué fue antes, la medicina o el feminismo?

Llegué al feminismo a través de la biología. Mi primer impacto fue en quinto de Medicina, en 1966: venían a urgencias mujeres con fracturas y contusiones que no encajaban con «haber caído por las escaleras», y el jefe zanjaba: «No te metas, es un tema privado». ¿Privado? Además, en la historia clínica señalábamos las lesiones en siluetas de hombres.

¿Ahí le nació la conciencia?

Diría que fue a raíz de la organización del primer congreso de Mujer y Calidad de Vida, en 1990, donde formulé la pregunta: «¿Hay diferencias en la mortalidad y morbilidad entre hombres y mujeres?».

Y la respuesta es que las hay.

Yo no acuso a la ciencia de machista. En los hospitales había hombres, y la ciencia médica nacía de los hospitales. Pensaban que lo que le pasaba al hombre, le pasaba a la mujer. Pero la vida de las mujeres está atravesada por el ciclo menstrual. Impregna los sistemas del cuerpo femenino: toda la piel cicla, influye en el metabolismo del corazón, en el colesterol... Desde los 14 a los 50 años, insisten en que no es importante; pero cuando no tienes la regla, dicen que ahora sí que tendrás problemas. A ver, ¿importa o no? Apenas hay trabajos de investigación que incluyan la menstruación. Y el 70% de las ratas que se emplean para el estudio de medicamentos son machos.

Difícil corregir el rumbo.

Marcia Angell, jefe del New England Journal of Medicine, impuso como exigencia que no se aceptarían trabajos científicos que no diferenciaran por sexo.

¿Cómo explica la conformidad de las mujeres?

Cuando éramos nómadas, la mujer –con visión de ojo de pez– avisaba de la llegada del león, y el hombre –con visión de túnel– le clavaba la lanza. Había paridad, y la maternidad era muy respetada. Eso acabó con la posesión de la tierra.

¿El minuto cero del patriarcado?

Los hombres querían la certeza de que los hijos eran suyos y encerraron a quien los paría. Para lograr ese encierro, se infirió que la mujer era inferior. Y a ellas, que ya tenían dolores menstruales y parían y seguramente estaban anémicas, les vino bien. Si no, no se entiende que haya habido tanta dominación y culpabilización en todas las culturas.

La culpa salta al terreno de juego.

Cuando te sientes culpable, no protestas. Y el estereotipo se instaló y perpetuó hasta en las propias mujeres. La Biblia dejó claro que Eva era la responsable de la caída. Hace solo dos siglos, Olympia de Gouges dijo que la mujer debía tener los mismos derechos y fue guillotinada. Y el siglo pasado corrió que el cerebro femenino era más pequeño, aunque luego se vio que la diferencia es agua, no neuronas.

¿La desigualdad enferma?

Sí. La doble jornada, que hace que cuando la mujer llega a casa, el hombre descanse y ella no, enferma desde el punto de vista cardiovascular y les causa ansiedad.

¿Aplicaría el término violencia de género sanitaria?

Cuando falta ciencia de la diferencia es una violencia. Que no te escuchen en la consulta es una violencia. Que te obliguen a tratamientos que no deseas es una violencia. La actitud de los médicos y médicas hacia la paciente, a veces, es agresiva, impositiva y dictatorial.

Por un lado se las ningunea, y por otro, se les exige perfección.

Esa tensión provoca ansiedad. En realidad es un conflicto imaginario: no vales nada, pero te embarcas en una carrera por ser perfecta. Algunas mujeres lo proyectan en tener la casa perfecta, o en ser la madre perfecta, o la superwoman que lo hace todo y se destruye por dentro. Como se trata de un problema social y cultural, no puedes despacharlas con un «eres una depresiva» y tratarla con psicofármacos. Las jóvenes han progresado, pero en las cúpulas siguen sin estar. Y las que están, puede que no tengan una perspectiva de género. Hay que extirpar la sensación de culpa en las mujeres para no caer en la medicalización.

Un ejemplo igual resulta iluminador.

Un estudio de la Fundación Galatea-CAPS indagó qué es lo que más estresa a las médicas catalanas. Tenían un síndrome premenstrual más alto que en cualquier profesión, había más cáncer de mama y más riesgos obstétricos. Descubrimos que, en gran medida, era por el estrés que les provoca no tener capacidad de decisión respecto al propio trabajo. La respuesta del Colegio de Médicos fue hacer un curso antiestrés. ¡No y no! Ellas quieren una organización sanitaria que no esté hecha a la medida de los hombres, sino a la medida de la vida. Más ahora, que la pandemia ha puesto de manifiesto que de todos los sanitarios infectados, el 70% son mujeres.

Las infecta más, las mata menos.

El virus incorpora receptores de la encima convertidor de angiotensina (ECA) y el cuerpo de la mujer tiene más, aunque es capaz de fabricar el ECA-1 y ECA-2, este último protector de la inflamación.

¿Lo sabrá Fernando Simón?

Seguro. Estaría bien que diera datos del covid por sexos. Y que se repartiera la exposición pública con miembros de su equipo, como Marina Pollán Santamaría, que dirige el estudio serológico en toda España, y Raquel Yotti, la directora del Instituto Carlos III.

¿De qué mueren más las mujeres?

La primera causa es la cardiopatía isquémica. Como no se identifican los síntomas –que son distintos de los hombres–, se tarda más en aplicar el tratamiento y la mortalidad posinfarto es más elevada. Patricia Healy acuñó el término síndrome de Yentl: las mujeres deberían ir al cardiólogo vestidas de hombres. ¿Se ha avanzado? Algo. El 38% de los estudios de enfermedades cardiovasculares ahora incluyen mujeres.

Les desaconseja la aspirina.

Los primeros 50.000 humanos con los que experimentaron fueron hombres. Cuando han incluido a las mujeres, se ha visto que puede causarles más hemorragia gastrointestinal.

Luego están las cremas, los champús, los tintes.

Gran parte de los cánceres de mama son por exceso de estrógenos, propios o ambientales. Lo normal es tener menos de 80 cm³ de pérdida de sangre cada mes, y se ha visto que los parabenos de champús y cremas –que imitan el efecto del estrógeno–, la aumentan; y que los tintes pueden ocasionar linfoma no Hodgkin. Todo aquello que imita el efecto del estrógeno se acumula más en la célula grasa y la mujer tiene más célula grasa que el hombre.

Llevamos la peor parte...

Ser mujer en una sociedad androcéntrica nos perjudica. La medicina no nos ve, pero antes de eso ya nos han dado por todas partes: los insultos en la adolescencia, el agobio en la maternidad –un 25% desarrolla tiroiditis autoinmune–; la vida laboral, donde puede haber tóxicos ambientales. Llegan a la consulta relatando que les duele todo, y les dan un anticonceptivo o un sedante. ¡Eso no puede ser! El covid dejará síndrome de fatiga crónica en las mujeres.

A una parte del feminismo le incomoda marcar las diferencias.

Algunas dicen que si te pones muy biológica das pie a argumentos machistas. Pero la diferencia no significa desigualdad de derechos. Se ha visto que las células del cuerpo de las mujeres tienen unas proteínas diferentes. Y el cuerpo calloso, que conecta el cerebro derecho y el izquierdo, es tres veces más grande. Tenemos derecho a ser miradas en nuestras diferencias.

Extienda una receta para ir tirando.

Hay que comenzar a ser como nos da la gana. Recuperar nuestros deseos. Solo mejoran las personas que dejan de ser víctimas para convertirse en protagonistas de su salud. Hay que darse cinco gustos cada día.

¿Cuáles se da usted?

Yo he recuperado mi deseo intentando recuperar el de las otras.

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