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El altar pop

La ficción televisiva dialoga con la tradición católica en producciones como ‘The new pope’ y ‘Fleabag’. Los expertos apuntan a que en la televisión poscovid habrá más series religiosas y espirituales

El altar pop

Quizá pocas escenas sinteticen mejor esa comunión ecuménica entre los nuevos tiempos, la Iglesia católica y la sociedad del espectáculo que cuando el pontífice aristócrata, yonqui y atormentado de The new pope se asoma a la plaza de San Pedro y, en su último Ángelus, proclama que ha llegado por fin la hora de los excluidos y los despreciados del mundo. “Como vosotros, yo también lo recuerdo todo –declama un afligido John Malkovich metido en los coquetos mocasines rojo-mártir de ese papa “de porcelana” que es Juan Pablo III–. No hay lugar para vosotros, nos dijeron con su silencio. Pero ahora sabemos que nuestro lugar está aquí. Todos nosotros somos miserables desastres a los que dios ha unido para formar una gloriosa iglesia. Nosotros somos la Iglesia”. Convendrán que la relectura de la bienaventuranza de “los últimos serán los primeros” no podría sonar hoy más queer.

Cabe decir que la incursión de Paolo Sorrentino en las aflicciones e intrigas vaticanas no es una excepción. De un tiempo a esta parte, tanto The new pope como artefactos del alcance de Fleabag mantienen una conversación contemporánea –y ciertamente esquinada– sobre la fe tras la muerte de la fe, el amor y la necesidad profunda de paz y comunidad. Un fangal de ansiedades que, a su vez, encuentran arrullo y factor chocante –dos pilares de la nueva televisión– en las promesas de perdón, amor y esperanza cristianas. “La religión está en las series, como lo ha estado siempre en la ficción norteamericana, porque forma parte de la realidad, y las sectas, minoritarias o mayoritarias, siempreresultan atractivas porque son motor de conflicto”, apunta Jorge Carrión, autor de Teleshakespeare y Lo viral, quien también relaciona estas ficciones con la furiosa expansión del streaming: “Hay que buscar temas en todas partes”.

The new Pope

Era de esperar, por tanto, que el apetito feroz de las plataformas acabara también olisqueando en ese otra “hambre de espiritualidad» y búsqueda de sentido y nuevos valores que el profesor de filosofía política Camil Ungureanu relaciona con las crisis de la sociedad capitalista. Un sistema que, desde la política hasta la sexualidad y la naturaleza, “intenta reducir a una racionalidad instrumental y calculadora todos los ámbitos de la vida”.

¿Y qué aportan las narrativas católicas a este gran “supermercado espiritual” que es el streaming y cuyos algoritmos dispensan ficciones para todos los perfiles y exigencias? Según el investigador, el rechazo a la Iglesia por su ominoso historial de abusos sexuales convive a su vez con un prestigio global apuntalado por la figura de “celebrity” del Papa, que ha sido capaz de repensar críticamente la tradición espiritual católica, afirma Ungureanu, para responder a necesidades actuales como la emergencia climática. Así, las plataformas “se hacen eco de la cultura de la celebridad”, en este caso pontificia –ahí están si no los papas de Sorrentino y de Fernando Meirelles–, sin desatender “una búsqueda y oferta continua de espiritualidad kitsch basada en conspiraciones y magia”.

Sin embargo, que un grueso de las ficciones abunden menos en el pecado y la culpa que, por ejemplo, en la afectividad, la fragilidad y la posibilidad de renovación no deja de ser síntoma, según el profesor, del proceso de secularización. Y luego está la emergencia de la sociedad de la felicidad, siamesa de la gratificación exprés. “Los problemas ético-espirituales y la cuestión del mal hoy están falsificados y reducidos a cuestiones terapéuticas de gestión de las emociones negativas, fenómeno del que se nutren plataformas como Netflix”.

Más allá de eso, la investigadora en Comunicación de la UPF Marta Lopera- Mármol también considera que esta renovación de los mensajes católicos tiene que ver con que la vida religiosa y espiritual en general, y el cristianismo en particular, “parecen demandar narrativas más flexibles y autocríticas sobre, por ejemplo, la concepción familiar y el papel de la comunidad LGTBI y las mujeres con el fin de ampliar sus bases”.

Pero si hablamos de streaming, no podía faltar el punch epatante. “The new pope y Fleabag juegan con el tabú de la orientación sexual y la sexualidad como elemento dramático, excitante y casi hiperbólico”, añade. Sin embargo, aunque la antiheroína desnortada y adicta al sexo de Fleabag descarga sin piedad su ironía sobre las bases del catolicismo –de hecho, contempla sus ritos y dogmas como si asistiera a un extrañado espectáculo manicomial–, “su flirteo con el cura también es inseparable del que mantiene con la religión”. A pesar del retrato negativo del cristianismo y de la Iglesia, “la serie también contempla la posibilidad de alguna cosa más allá de lo secular, y permite a la religión poner en duda la visión del mundo predominantemente profana”, dice la investigadora, quien entiende que “el entretenimiento post-secular sugiere sutilmente que religión y espiritualidad aún son necesarias en la cultura occidental” .

Por supuesto, no hay caídas paulinas en la ficción de Phoebe Waller-Bridge –más bien la religión acaba siendo un pretexto para hablar del amor: “Cuando encuentras a alguien que quieres, surge la esperanza”, dice el sacerdote. Sin embargo, su tango con el catolicismo sí es sintomático de que en “un contexto de secularización, las tradiciones religiosas empiezan a ser vistas como un otro con el que hablar y que incluso puede aportar algo de interés”, dice Rafael Ruiz Andrés, del Instituto Universitario de Ciencias Religiosas de la Universidad Complutense de Madrid.

Y acabamos, cómo no, con spoiler, en argot del ramo. Hay cierto consenso en que lo espiritual tendrá mayor papel en la ficción poscovid. “La pandemia ha acentuado los problemas estructurales que vivimos –afirma Ungureanu– y aún no sabemos si y cómo van a ser superados”. Ante un colapso civilizatorio, pues, se abre paso el asidero de la fe.

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