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Cuando una mentira venció al miedo

1976 fue el año de la ‘subida del telón’ carnavalero y 1977 el de la explosión de una fiesta que ni la actual crisis sanitaria ha logrado ensombrecer tras 45 años de historia

Una comparsa del Carnaval de Las Palmas de 1977.

Como no podía ser de otra forma, la historia del Carnaval de Gran Canaria como lo conocemos actualmente reúne en su relato grandes dosis de valentía, alguna mentira piadosa, mucha picaresca y bastante sentido del humor. Han pasado 45 años desde la puesta en escena de las fiestas y pese a la situación sanitaria que este año ha obligado a suspender los actos oficiales, los carnavales grancanarios están más vivos que nunca. Como dice Inmaculada Medina, responsable de las carnestolendas de Las Palmas de Gran Canaria, “el Carnaval vive en tu corazón”.

Los carnavales que conocemos hoy en día tienen tres nombres propios: un barrio (La Isleta); un pícaro (Manolo García) y un coronel franquista (Salvador Escandell Cortés). Sin estas patas no habría sido posible alcanzar lo que entonces, con Franco recién fallecido, supuso un auténtico hito histórico que convulsionó a la sociedad grancanaria y al resto de la provincia. Ya mientras el dictador agonizaba, los preparativos para la fiesta iban in crescendo. De hecho, en 1975 la comparsa Los Caribe, con 110 integrantes y fundada en La Isleta, desfila colada por las calles de la ciudad durante una cabalgata de Reyes y alguna celebración de los festejos de La Naval, actos organizados por una comisión vecinal de la cual era presidente Manolo García. Se iniciaba así, casi sin proponérselo, con paso firme y decidido de los vecinos de La Isleta, un nuevo ciclo de libertad, alegría y carnavaladas. La insistencia de todos no cesó hasta convertir el Carnaval en algo más que una fiesta clandestina, en la que la participación popular pudo más que la falta de recursos.

Desde el fallecimiento del dictador, el 20 de noviembre de 1975, la disputa por celebrar la fiesta costó sangre, sudor y lágrimas. No fue nada fácil, especialmente desde que entra en escena el responsable de la organización de las fiestas, el recordado Manuel García Sánchez, quien tuvo que lidiar con el gobernador civil de la época, el coronel Salvador Escandell Cortés. Oír la palabra Carnaval le producía terror a la primera autoridad política y su postura inicial suponía un muro infranqueable para los fines vecinales. Era el máximo mandatario en Canarias y sus decisiones iban a misa. Con el dictador fallecido hacía poco más de dos meses, Escandell continuaba ejerciendo su influencia pero sin saber que la transición democrática en España se estaba gestando.

Público y mascaritas en la cabalgata del Carnaval de 1976.

“¿Pero usted no sabe que Franco ha muerto?”, recordaba Manolo García que respondió el militar cuando en enero de 1976 se reúne con él, junto a varios colaboradores, para solicitarle autorización y organizar el Carnaval. “Por eso vengo a pedirle permiso. ¿No lo voy a saber yo, señor gobernador? Si yo estaba en Tejeda y cuando me enteré por la radio [de la muerte del dictador] agarré un avión y me planté en Madrid a verlo”, le mintió García, un excambullonero reconvertido en empresario que, pese a su leve tartamudez, tenía un innato don de la palabra y era un tremendo negociante.

Escandell no lo veía claro: el Carnaval no era posible autorizarlo por motivos de orden público. Pero García insistió argumentando que en Tenerife sí se celebraba “y no pasaba nada”, le dijo, y el gobernador civil llamó a su homólogo en la otra isla, quien le confirmó que allí se organizaban las Fiestas de Invierno, que era como se conocían las carnestolendas tinerfeñas.

El máximo responsable político del Estado español en Canarias finalmente accedió pero con un requisito. “Me respondió que como condición para celebrar el Carnaval debía hacerlo bajo el título de Fiestas de Invierno, y le dije que de acuerdo. Una vez salí del Gobierno Civil llamé a los directores de los periódicos El Eco de Canarias, La Provincia y Diario de Las Palmas para contarles que los carnavales estaban en marcha”, contaba Manolo García años más tarde sobre una estrategia que contó con la complicidad de los responsables de las tres cabeceras quienes, en días posteriores, titularon en portada que el Carnaval volvía tras 40 años de prohibición. “El haber destacado la palabra Carnaval y no la de Fiestas de Invierno me costó que me echara una sonora bronca telefónica que duró unos cinco minutos, sin que me dejara mediar palabra, ni tan siquiera una corta explicación de lo ocurrido. Cuando vino a recoger de nuevo resuello aproveché para contestarle lo primero que se me ocurrió: Yo no sé si usted está de acuerdo conmigo, señor gobernador, en que los periodistas son una manada de pencos y mentirosos, a lo que me contestó: ‘Sí, tiene razón, en eso coincidimos usted y yo’. A Dios gracias esas palabras tranquilizaron al coronel”, aseguraba García.

El alcalde Juan Rodríguez Doreste y Manolo García, enmascarados.

Desde ese momento, las negociaciones tomaron una nueva dimensión al dar el sí a las fiestas el gobernador civil. Dejó en manos de los vecinos la organización y vigilancia de los actos. El temor del gobernador era que se produjera una rebelión de las masas, con banderas y pancartas de ideología comunista o cualquier otra de izquierdas, al aprovechar, entre otros eventos, la celebración de la cabalgata, por ser el más multitudinario y participativo. Por suerte nada de eso ocurrió y las mascaritas se echaron a la calle con el único objetivo de divertirse y empezar a consolidar las fiestas.

Mientras la actividad en los despachos y oficinas iban a todo ritmo, en las casas y en la calle las modistas y profesionales de la costura no daban tregua para que todo estuviera listo entre el 1 y el 6 de marzo de 1976, que fue la fecha propuesta al gobernador para sacar las fiestas a la calle por primera vez. Desde ese momento estalló el júbilo entre vecinos y organizadores poniéndose todos manos a la obra en un proyecto que ilusionaba a la ciudadanía. Sociedades tan influyentes dentro de la esfera social y cultural como el Círculo Mercantil de Las Palmas, Gabinete Literario, Club Victoria, etcétera. También se sumaron a la gran movida carnavalera junto a Las Palmas de Gran Canaria el barrio de Cardones, en Arucas, y el municipio de Agüimes, entre otros.

Manolo García preside una reunión del Patronato del Carnaval.

En apenas unos años se produjo un crecimiento espectacular, aportando a las fiestas humor, alegría y fantasía dentro de una amplia participación popular. En solo dos años se pasó de 4.000 participantes a 200.000. Ya se podía decir que el Carnaval iba viento en popa, a velocidad de crucero entre 1976 y 1977. Personajes populares como Santiago García Díaz (el Charlot), Juanito El Pionero, La Palmera o Iván Cortés, con su espíritu carnavalero, ayudaron a engrandecer el Carnaval grancanario junto a otros muchos participantes. En la actualidad, convertida en un referente global, lleva camino de ser declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional gracias al trabajo de muchos, incluidos los “pencos” periodistas a quienes implicó Manolo García.

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