La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cuando el peligro tomó las calles

Las fiestas de Carnaval cuentan con gran tradición en Gran Canaria, donde se celebraban bailes de máscaras de inspiración veneciana en el siglo XV

1931. Cinco niños disfrazados posan en la calle San Bernardo

Durante los últimos años de la dictadura española, el Carnaval canario se convirtió en una celebración clandestina que se vivía, como se podía, de puertas adentro. En el franquismo era un delito, castigado y perseguido por la ley de vagos y maleantes. Disfrazarse para salir a la calle podía costarle caro a quien se atreviera a saltarse esa norma que dictó el 3 de febrero de 1937 el gobernador general de la Junta Técnica de Estado, el militar Luis Valdes Cabanillas, y posteriormente refrendó Serrano Suñer, como ministro de la Gobernación, el 12 de enero de 1940.

Algunos vecinos lo mantuvieron vivo en la clandestinidad, sobre todo en el barrio de La Isleta, en convocatorias que casi siempre albergaban los clubes sociales y deportivos más señalados como el Círculo Mercantil, el Gabinete Literario o el Club Las Palmas donde se convocaban bailes y fiestas para los socios que para trasladarse por las calles ocultaban sus disfraces bajo sábanas hasta llegar al local, una medida que daría origen con los años a la tradicional fiesta de las sábanas en la capital grancanaria y el resto de la isla. Generalmente, sus juntas directivas avisaban a los asistentes de que en estos bailes estaba terminantemente prohibido el uso de antifaces o maquillajes especiales que ocultasen o desfigurasen el rostro, origen real de la paranoia del gobierno fascista ante la posibilidad de que, aprovechando que tenían la cara tapada, se produjeran protestas contra el régimen o incluso ataques contra el poder.

1928. Carroza mora, en Las Palmas de Gran Canaria.

Eso es precisamente lo que le confiesa en 1976 Salvador Escandell Cortés, gobernador civil en Canarias, al presidente de la junta de Fiestas de la Naval, Manolo García, cuando éste le solicita permiso para recuperar los carnavales canariones. De hecho, según recoge el periodista José Febles Felipe en el libro Cuatro décadas de Carnaval en Las Palmas de Gran Canaria, “el día de la primera cabalgata permitida en la ciudad, en marzo de 1976, el gobernador se sintió aliviado al esfumarse de la isla casualmente por motivos profesionales, puesto que acompañaba al ministro del Ejército, que rendía visita a las islas, en su recorrido por Fuerteventura y Lanzarote. Durante su estancia en los Jameos del Agua, llamaba cada cuarto de hora al comisario de la Policía Local de Las Palmas de Gran Canaria, Juan Zamora, para que le informase sobre lo que sucedía en la cabalgata”.

No sucedió nada en aquellos actos carnavaleros, que tienen una enorme tradición en la capital grancanaria. Sus antecedentes se remontan casi al inicio de la historia de la ciudad. Al término de la conquista de Gran Canaria, a finales del siglo XV, comienza a poblarse no sólo de castellanos sino también de distintas nacionalidades, acogiendo así pobladores de diversa procedencia. En agosto de 1521, un grupo de genoveses residentes en la ciudad, entonces llamada Real de Las Palmas, fueron decisivos en la estructuración del Carnaval primero, con tintes claramente italianos. Aparece por esos días lo que se podría considerar como comisión de festejos, ordenando corridas de toros, colocación de luminarias y el nombramiento de caballeros para que cuiden de las fiestas. También en el siglo XVI, distintos documentos aluden a la presencia de italianos en la ciudad, y a su afición a los bailes de máscaras.

1936. Baile de Carnaval en el Teatro Cine Hermanos Millares.

Néstor Álamo, cronista oficial de la ciudad y de la isla, en sus crónicas conservadas en el Museo Canario, relata el 5 de agosto de 1574 las reyertas en un “sarao o farsa de gentes disfrazadas” por disputas familiares que dieron a fin un prólogo inquisitorial, hablando ya Álamo de baile de máscaras.

Los festejos se continuaron desarrollando y se popularizó el denominado Carnaval de Antaño, que abarcaba desde la plaza de La Feria hasta el final del paseo de San José, con su epicentro en el Gabinete Literario, la Alameda de Colón y su eje principal en la Calle Mayor de Triana. La tónica era grandes celebraciones de disfraces y máscaras en los salones más adinerados y sábanas de los barrios más humildes a mediados del siglo XIX. Ya comenzaban a realizarse los primeros desfiles, paseos con música y quema de cohetes. Aunque la fiesta debía parar a medianoche, por limitaciones de la Inquisición justificada en motivos religiosos.

Un grupo con mascaritas, en Telde, en la década de los setenta.

El Club Victoria o el Club Náutico se sumaron al engrandecimiento de los carnavales de la ciudad pero con la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista, se prohibió esta celebración y se impidió el desarrollo del Carnaval que en Tenerife se enmascaró bajo la denominación de Fiestas de Invierno.

1910. Seis jóvenes disfrazadas a su paso por la calle de la Peregrina

Tras el fin del régimen franquista, a partir de 1976, se recuperó entonces la fiesta en la calle, conociéndose como el actual Carnaval moderno y sentando las bases de lo que sería con los años su dimensión actual. Meses después de la muerte de Franco, desde el barrio de La Isleta, de la mano de Manolo García, lograban la autorización para que el Carnaval volviera a las calles de la ciudad y se pudo celebrar aquella cabalgata de disfraces, después de 40 años de prohibición, que el gobernador civil, Salvador Escandell, prefirió no presenciar. Hoy, casi 200.000 personas participan en el principal pasacalle de los carnavales capitalinos, muchos de ellos mascaritas reincidentes que semanas después repiten jolgorio desfilando en la cabalgata de Maspalomas, que se ha ganado por méritos propios un lugar en el calendario carnavalero de Canarias.

Compartir el artículo

stats