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Investigadoras contra la invisibilidad

Solo tres de cada diez profesionales en el mundo de la investigación son mujeres | A pesar de estar en minoría, buscan ganar un espacio público

Investigadoras contra la invisibilidad

Matilda Joslyn Gage. Así se llama la activista nacida en 1826 en Cicero (Nueva York) y defensora del sufragio femenino. También era conocida por dirigir el diario El Ciudadano Nacional, que cada número publicaba una columna para glosar la figura de mujeres relevantes en la historia que fueron condenadas al olvido.

Fallecida en 1898 sin ver su sueño cumplido (el derecho al voto de la mujer en Estados Unidos no llegó hasta 1920), sí inspiró a féminas como la historiadora Margaret Rossiter. En 1993, Rossiter acuñó el término efecto Matilda para denunciar la invisibilidad de las científicas, que sistemáticamente recibían un reconocimiento por sus trabajos menor del que merecían, tanto en términos reputacionales como económicos.

Desde ese momento y con la mirada de la retrospección, infinidad de estudios han redescubierto a las Matildas, mujeres que fueron borradas de los libros de historia aunque realizaron contribuciones clave para la ciencia. Lo lograron a pesar de las trabas que debieron superar, ya que “hasta bien entrado el siglo XX, las mujeres tuvieron vetado tanto el ingreso en las universidades como el ejercicio de muchas profesiones que requerían estudios. Antes habían sido expulsadas de las bibliotecas de los monasterios, los centros donde se refugió el saber durante la Edad Media”, explica Adela Muñoz, química y autora del libro Sabias: La cara oculta de la ciencia.

Entre las contribuciones inicialmente arrebatadas a las Matildas, en ocasiones en beneficio de compañeros de profesión, destacan inventos como el primer lavavajillas de uso comercial (Josephine Cochrane, 1893), la jeringuilla que se puede usar con una sola mano (Letitia Geer, 1899), el filtro de las cafeteras (Melitta Bentz, 1908) o el limpiaparabrisas (Mary Anderson, 1903), entre otros.

Hoy, casi tres décadas después de que Rossiter bautizara el efecto Matilda, siguen las campañas para denunciar la invisibilidad de las científicas y paliar la desigualdad, como la que ha realizado la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), No more Matildas.

Infrarrepresentación

Revertir el olvido y que estas científicas aparezcan en los libros de texto no es un fin baladí, ya que la falta de referentes femeninos contribuye a que el peso de las mujeres en las carreras científicas sea muy bajo. “Las niñas y mujeres no se ven siendo científicas”, explica Sonia Estradé, portavoz de AMIT en Cataluña. A este desapego pueden contribuir los estereotipos del imaginario popular, que dibujan a los científicos como unos genios abnegados y encerrados cual ratas de laboratorio.

Las estadísticas confirman la infrarrepresentación femenina. Solo el 35 % de los alumnos matriculados en estudios de ciencia, tecnología, ingeniería o matemáticas son mujeres, según datos de la Unesco, y únicamente tres de cada diez profesionales de la investigación en el mundo pertenecen al sexo femenino.

Marta Macho Stadler, profesora de Geometría y Topología en la Universidad del País Vasco y premio Emakunde a la Igualdad en 2016, sostiene que el efecto Matilda funcionará siempre y costará un mundo eliminarlo. “En España el escenario hoy es distinto del que existía a principios del siglo XX. La mujer sí puede estudiar en la universidad y la ciencia ahora sí es una opción. Pero muchas estudiantes se decantan por las ramas más bio de las ciencias, como las relacionadas con el ámbito sanitario, y no por otras como la tecnología o la informática”.

La mayor presencia de mujeres en las aulas de las carreras de la rama biosanitaria puede ser consecuencia, entre otros motivos, de que la elección entre un bachillerato biosanitario y otro científico-tecnológico se produce “demasiado pronto, cuando los alumnos están en tercero o cuarto de ESO, dependiendo de cada comunidad autónoma”, explica Pas García Martínez, física y catedrática de la Universidad de Valencia. En este contexto, resulta difícil que las mujeres se aproximen a la disciplina de García Martínez y “cada vez más se eleva la polarización”. “Un tercio de mis alumnas eran chicas y ahora el porcentaje se reduce cada vez más”, indica.

La brecha entre hombres y mujeres se amplía después de dejar la universidad tanto en la investigación, como a la hora de alcanzar puestos de responsabilidad en instituciones del sector (ver gráfico adjunto). Una de las causas de esta brecha es la maternidad. Lorena Segura, matemática de la Universidad de Alicante y divulgadora, explica que “para que las mujeres puedan avanzar en la ciencia se requiere prácticamente sacar un diez en docencia y un diez en investigación. Conseguir eso y conciliar con la vida familiar es muy complicado”. Segura añade que muchas madres quedan relegadas al dejar su trabajo de forma temporal por la familia, ya que el avance en sus respectivos campos no se para. “Los competidores no te esperan”, afirma.

Movilización

La campaña No more Matildas fue el aperitivo de las movilizaciones que se produjeron en España en febrero y de las se están desarrollando este mes. AMIT prepara un manifiesto para denunciar las brechas de género en la ciencia, que será presentado en varias ciudades europeas, entre ellas Madrid y Bruselas. La portavoz de la delegación catalana de la AMIT, la física Sonia Estradé, alerta de las “diversas tormentas perfectas” que azotan a la mujer científica y el efecto Matilda está bien presente.

El movimiento feminista de la ciencia tuvo “una explosión extraordinaria” en 2018, con las grandes manifestaciones del día de la Mujer, y ese es el espíritu que quiere vehicular la AMIT para impulsar las vocaciones y superar la precariedad del sector.

Solo hay un 24% de mujeres entre el personal investigador de las Ingenierías y Tecnologías de las universidades públicas, y probablemente como consecuencia las mujeres ocupadas en la industria de los sectores tecnológicos estaban en una tasa del 2,3%, respecto a los hombres, que alcanzan una tasa del 5,5%. Que el número de universitarias matriculadas en Ingeniería y Arquitectura siga en recesión no hace vislumbrar mejoras.

“Para cambiar la sociedad hemos de apostar por iniciativas educativas que den valor a referentes olvidados”, dice Estradé. Divulgar mejor la ciencia entre las niñas, pero también se les tienen que dar modelos más diversos, porque “Marie Curie queda lejos, como prototipo de mujer abnegada y con un final dramático”, añade. La pandemia hizo que este año el Día de la niña y la mujer en la ciencia (11 de febrero) transcurriera de manera muy diferente a otros años, pero la energía mantuvo el listón alto. “Tecnología y ciencia pueden favorecer el equilibrio social”, razona la informática Alícia Casals. “La visión y la orientación de la investigación son diferentes en una mujer, ni mejor ni peor, y eso acarrea que conduzcan a un tipo de aplicaciones más sociales que si solo se busca el baremo económico”, pone como ejemplo.

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