La Provincia - Diario de Las Palmas

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la espiral negacionista

La edad de oro de laconspiranoia

La pandemia ha disparado el caudal de ‘fake news’ y relatos conspirativos que nos rodean, la mayoría propagados por las redes sociales P Los expertos vinculan este clima tóxico al momento de crisis que vive el planeta

La edad de oro de la conspiranoia

Ninguna formación conspiranoica puede presumir de los logros alcanzados por los adeptos a QAnon: no solo lograron el apoyo del expresidente de EEUU, Donald Trump, que siempre habló bien de ellos; también dieron músculo y discurso al grupo de asaltantes que se coló en el Capitolio el pasado 6 de enero, muchos de los cuales llevaban estampadas en el pecho las cinco letras que identifican al movimiento.

El nombre es una abreviación de Anónimo Q, el nickname tras el que se camuflaba a finales de 2017 un usuario del foro 4chan para publicar supuestos informes clasificados que probarían que un grupo de destacados políticos del Partido Demócrata como Hillary Clinton y Barack Obama, junto a rostros conocidos como Tom Hanks y Oprah Winfrey, formaban una red secreta de pedófilos que traficaba con menores. Tras la irrupción del coronavirus, los seguidores de QAnon adaptaron sus sospechas a los nuevos tiempos y difundieron la teoría de que la pandemia había sido planeada por una logia secreta.

Una de las últimas famosas en subirse al carro negacionista fue Victoria Abril, que afirnó que el covid no causó en 2020 “ni el 5% de las muertes del año”, pero antes fueron otros rostros conocidos, como los músicos Miguel Bosé, Enrique Bunbury y Carmen París, los que se animaron a poner en duda que la alarma sanitaria generada alrededor del SARS-Cov-2 esté justificada.

La corriente de opinión que niega la dimensión de la pandemia es plural y transnacional. En países como Alemania o EEUU ha tenido un importante seguimiento, y en España tampoco han faltado las manifestaciones multitudinarias en las que se rechazan las medidas impuestas para mantener a raya al virus, e incluso su peligrosidad. La más reciente, en enero, congregó a 2.000 negacionistas bajo la lluvia en la plaza de Colón de Madrid. No sustentan su tesis en datos oficiales, sino en informes elaborados por expertos en pseudoterapias y medicinas alternativas como las doctoras María Martínez Albarracín y Natalia Prego, que han llegado a crear una asociación llamada Médicos por la verdad.

El movimiento antivacunas es tan antiguo como las propias vacunas, que empezaron a ser utilizadas a finales del siglo XVIII. A mediados del siglo XIX, en Inglaterra ya existía la Liga antivacunación y en décadas posteriores prosperaron grupos parecidos en EEUU y otros países europeos. La incontestable victoria de esta medicina sobre enfermedades como la viruela o la polio no ha hecho mella en su desconfianza hacia un fármaco que consideran responsable de dolencias como el autismo. La vacuna del covid estaba llamada a ser víctima también de sus sospechas, aunque esta vez las teorías conspirativas han llegado a asociarla a un supuesto plan oculto tramado por Bill Gates y George Soros para dominar el mundo activando, desde las antenas del 5G, el chip que, según sostienen, viaja dentro de los viales. Sin llegar a esos extremos, los más moderados del club antivacunas reniegan de las fabricadas por Pfizer y Moderna porque creen que las moléculas de ARN-mensajero de las que están hechas pueden acabar provocando mutaciones genéticas en los humanos.

El último grito en teorías conspiranoicas lo protagonizó la tormenta Filomena. No la borrasca en sí, que nadie relacionó con ningún contubernio en la sombra, sino la nieve que dejó a su paso. El día que el centro de la Península amaneció cubierto de blanco, empezó a circular por las redes un vídeo en el que se veía a una mujer apelmazando un puñado de nieve recogido de su terraza, a continuación le acercaba un mechero encendido y, viendo que la bola no solo no se derretía, sino que se ponía negra, concluía: “Esta nieve no es de verdad, es puro plástico, esta es la mierda que nos mandan, nos están engañando con todo”.

La gran carcajada que el vídeo provocó en las redes no evitó que la negacionista de la nieve tuviera también multitud de émulos que repitieron el experimento con similar resultado. No solo en España. La reciente ola de frío que ha asolado Texas ha dejado tras de sí una variada cosecha de vídeos de tiktokers que insisten en la misma sospecha. Se han alineado bajo una misma etiqueta: #Governmentsnow (la nieve del Gobierno).

De entre todas las teorías conspirativas, la de chemtrails o estelas químicas es, probablemente, la más exuberante por las dificultades que entraña probarla y sostenerla, a pesar de lo cual cuenta con miles de adeptos en todo el mundo. También es una de las más jóvenes. Nació a finales de los 90 en foros de internet donde empezaron a circular informes anónimos que denunciaban una supuesta trama oculta para controlar el mundo fumigando a la población con productos químicos que lograrían tenernos poco menos que drogados. La prueba de este envenenamiento masivo serían las estelas que a veces dibujan los aviones en el cielo. Según esta tesis, esas marcas blancas no las causa la condensación de los gases calientes que desprenden los motores de las aeronaves, sino los productos químicos que se vierten a la atmósfera. En las webs que suscriben esta idea solo se aportan como pruebas imágenes de estelas y fotos de aviones cargados de bidones, pero jamás una demostración fehaciente. Tampoco de la mano negra que habría detrás moviendo este complejo plan.

A pesar de su disparatada enunciación y del atentado que acarrea contra las leyes de la física, la idea de que la Tierra no es esférica, sino plana, constituye una de las teorías conspiranoicas más argumentadas. Cuenta hasta con un club, la Asociación de la Tierra Plana, que desde 1956 trata de rebatir a Eratóstenes, el astrónomo griego que hace 2.300 años llegó a medir el diámetro del planeta. A mediados del siglo XIX, el inventor ingles Samuel Birley Rowbotham formuló las nociones básicas de la Astronomía Zetética, según la cual la Tierra es un disco rodeado de hielo con el polo norte situado en el centro. La ocurrencia lleva un siglo y medio dando bandazos por los márgenes de la historia, pero ha ganado adeptos en la última década gracias a las redes sociales. En 2017 llegó a celebrarse en Carolina del Norte una conferencia internacional sobre terraplanismo. En enero de 2020, el terraplanista norteamericano Mike Hugues murió al caer del cohete casero con el que quería demostrar que el horizonte de la Tierra no es curvo sino plano.

La pandemia del coronavirus es mentira. Las vacunas llevan chips para controlar a la población a través del 5G y otras están hechas con células de fetos abortados. El Partido Demócrata norteamericano esconde una red de pederastas. La toma de posesión de Joe Biden no ocurrió en directo, sino que estaba pregrabada. La Tierra es plana. Las mascarillas causan daños neuronales. La nieve de la tormenta Filomena es de plástico.

Por exóticas y disparatadas que puedan parecer, estas afirmaciones circulan en este momento por la red, son explicadas y justificadas con todo lujo de detalle por supuestos expertos en vídeos y artículos con apariencia científica, y un volumen indefinido de personas de toda orden y condición las suscriben y comparten con el fervor de los conversos. No es un fenómeno nuevo. Hay teorías de la conspiración desde que el ser humano empezó a sentarse alrededor de una hoguera para buscarle explicaciones a lo que no entendía. Pero en los últimos tiempos parece haber más, o al menos hacen más ruido.

Más de un año después del inicio de la pandemia, la sensación de respirar un aire cargado como nunca de bulos, fake news y extravagantes relatos conspirativos se ha instalado en la población. Algunos son viejos clásicos del pensamiento conspiranoico, otros han emergido en el clima de pavor e incertidumbre que ha sembrado el coronavirus. No hay nada como el miedo para acabar abrazando cualquier idea que permita conjurarlo.

El cuadro invita a ver el inicio de la segunda década del siglo XXI como la edad dorada de las teorías de la conspiración. Nunca antes tuvimos acceso a tanta información, pero tampoco nos vimos rodeados de tantas mentiras. Tampoco estas ideas estrafalarias fueron objeto de estudios tan sesudos como los que últimamente las analizan y desmontan.

De Nerón al covid

“Nerón hizo creer a los romanos que los cristianos habían prendido fuego a la ciudad. Más tarde, los cristianos quemaron en la hoguera a las brujas culpándolas de todos los males. Hitler convenció a Alemania de que los judíos causaron su derrota en la Primera Guerra Mundial, Stalin hizo lo mismo con los que consideraba enemigos del pueblo y Franco se pasó la dictadura hablando de la amenaza del contubernio judeo-masónico. Más recientemente, en EEUU sigue habiendo gente que cree que el 11-S lo organizó Bush y en España hay medios de que aún sostienen que hay una mano negra detrás del 11-M que no ha salido a la luz”.

El doctor en filosofía —y comisario de la policía local de Gijón— Alejandro M. Gallo necesita tomar aliento para enumerar la retahíla de teorías de la conspiración que habitan en los libros de historia. De todas da cuenta en Crítica de la razón paranoide, el voluminoso estudio de 1.000 páginas que acaba de publicar donde identifica los condimentos que nunca faltan en un buen relato conspirativo. “Afloran en tiempos de crisis y suelen ser aprovechados por el poder para señalar a chivos expiatorios, o desde fuera del poder para justificar sus derrotas. Detrás de cada teoría de la conspiración hay siempre alguien que sale ganando si ese constructo falso triunfa”, explica el analista.

Que los bulos no sean exclusivos del siglo XXI podría invitar al alivio, sin embargo Gallo advierte: “Esto era así hasta que llegó internet. En el siglo XVIII, el abad Agustín Barruel necesitó años para extender el cuento de que la Revolución Francesa la habían orquestado los Iluminati, y su impacto fue limitado. Hoy, cualquier mentira puede recorrer el planeta entero en cuestión de horas. La edad de oro de las teorías conspirativas fue la Guerra Fría. Hoy vivimos la edad de platino”.

Las redes lo cambian todo

El término fake news forma parte ya del habla de la calle, pero si bien las trolas son tan antiguas como el lenguaje, el anglicismo con el que hoy se suelen identificar a las noticias falsas está muy ligado a nuestro tiempo. Fue en 2004 cuando Craig Silverman, periodista de la plataforma de medios Buzzfeed, acuñó la expresión en el título de un estudio que publicó sobre la mentira, y en 2017 cuando el diccionario Collins la propuso como “palabra del año”.

La popularización de las fake news habría sido imposible sin la comunicación digital. “Antes las noticias tenían su espacio y su tiempo. Ahora, la información llega a todas horas y por todos lados, sin control, y en ese alud siempre salen ganando los bulos. En las redes sociales, las narrativas falsas corren más y llegan más lejos que las verdaderas. Deseamos compartir lo que nos sorprende, aunque sea mentira”, explica el psicólogo Ramón Nogueras, autor del ensayo ¿Por qué creemos en mierdas?

Los algoritmos aportan, además, un sesgo que fomenta la difusión de los relatos infundados. “En Youtube se da un fenómeno conocido como madriguera de conejo que hace que empieces viendo vídeos de Trump y en menos de cinco clics estés viendo teorías conspirativas. Si en Facebook entras en una información de este tipo, tu timeline se llena enseguida de historias parecidas”, denuncia el periodista Marc Amorós, autor de ¿Por qué las fake news nos joden la vida?, actualización de 2020 del estudio Fake news. La verdad de las noticias falsas (2018).

2020. El gran año de los bulos

Que las épocas de crisis son proclives a la emergencia de las teorías conspirativas lo prueba el volumen que ha alcanzado la infodemia —neologismo admitido para identificar la sobresaturación informativa sin contrastar que a veces padece la población— en los 12 meses que llevamos lidiando con el coronavirus. Nunca antes habíamos estado sometidos a semejante caudal de infundios, medias verdades o truculentas trolas como hemos visto y oído a cuento del virus, su tratamiento médico y la gestión gubernamental de la crisis sanitaria.

Un millar de patrañas

El portal Maldita.es, dedicado a denunciar bulos, ha llegado a contabilizar un millar de patrañas relacionadas con la pandemia del covid. La mayoría fueron propagadas por las redes sociales, pero a veces contaron con el prestigio de autoridad que les aportaron algunos personajes conocidos. 2020 pasará a la historia como el año en que vimos a Miguel Bosé decir que “el coronavirus es la gran mentira de los gobiernos”, al obispo Antonio Cañizares sostener que hay vacunas “fabricadas a base de células de fetos abortados”, y al presidente de la Universidad Católica de Murcia, José Luis Mendoza, sostener que “Bill Gates y George Soros quieren controlarnos poniendo un chip en las vacunas”.

En 2020, los hospitales donde la gente moría de covid tuvieron que compartir callejero con manifestaciones de ciudadanos que niegan la misma existencia de la pandemia. “En las elecciones norteamericanas de 2020, el nivel de noticias falsas duplicó al de 2016, que ya estuvieron marcadas por las fake news. Esto se nos está yendo de las manos. Ya no son cuatro flipados que dicen que la Tierra es plana. Es gente dispuesta a asaltar el Capitolio siguiendo las mentiras de Qanon o de oponerse a las vacunas que podrían salvar vidas”, avisa Amorós.

Ventajas de ser conspiranoico

La youtuber y periodista Rocío Vidal conoce bien a los negacionistas de la pandemia. Ha desmontado sus locas teorías en su canal de divulgación científica La gata de Schrödinger y en su libro Que le den a la ciencia, e incluso ha llegado a enfrentarse a ellos en plena calle. Tras estudiarlos a fondo, ha logrado identificar los incentivos que el conspiranoico encuentra al secundar estas teorías. “El primero, el sentido de pertenencia al grupo. A menudo forman comunidades donde comparten información que refuerza sus creencias y en las que se sienten protegidos. Pero también encuentran consuelo emocional. Vivimos rodeados de incertidumbre. Esas teorías, aunque sean falsas, les aportan seguridad”, explica la investigadora, quien añade: “Lo habitual es que haya vasos comunicantes entre teorías conspirativas, y que alguien que se declara terraplanista desconfíe también de las vacunas o crea en los chemtrails” [las estelas de condensación que dejan los aviones son interpretados como tóxicos con los que nos fumigan].

En su condición de grupo minoritario y marginal, los conspiranoicos se saben señalados por el resto de la sociedad, pero este marcaje, lejos de hacerles dudar, les fortalece. “El enfado provoca bienestar porque hace que nos sintamos justos y válidos. El conspiranoico se siente indignado. Para él, el rebaño son los demás”, apunta Ramón Nogueras.

Cómo confrontar a un negacionista

El escritor Felipe Benítez Reyes se ha visto tan abrumado “e indignado” por la cantidad de teorías de la conspiración que han pasado por delante de sus ojos a lo largo del último año que ha acabado escribiendo una novela protagonizada por quienes las defienden: La conspiración de los conspiranoicos. Se documentó hurgando en las redes sociales de varios “conspiranoicos profesionales” y la conclusión que extrajo es el vivo retrato del iluminado: “Tienen una capacidad infalible para simular un sustento racional para sus teorías. Aparentan una seguridad absoluta en sus deducciones y una suficiencia intelectual que excluye cualquier duda. Son irreductibles. Lo suyo no es el debate, sino el dogma”, describe.

Futuro inmediato

¿Es posible confrontar con ellos? “La lógica no sirve. Hay que ponerse en su mismo plano emocional y hacerles dudar usando su mismo patrón mental, empatizando con ellos, pero evitando tomarles por locos, porque es lo que quieren para poder decirte que el loco eres tú, porque no quieres conocer la verdad”, responde el periodista Marc Amorós.

Los expertos no se ponen de acuerdo sobre el devenir que tendrá este fenómeno en el futuro inmediato. De momento, las herramientas digitales de comunicación no parecen ser grandes aliadas de la verdad: en el año 2018, la consultora norteamericana Gartner calculó que hasta la mitad de las noticias que circularán por las redes en 2022 serán falsas.

Sin embargo, otros prefieren ver la botella medio llena: “Cuando cambien las circunstancias y superemos la actual crisis, los relatos conspirativos bajarán. Hemos empezado a verlo en Estados Unidos: la caída de Trump ha silenciado a los locos de QAnon. Es buena señal”, pronostica, optimista, Alejandro Gallo.

La espiral negacionista

Las teorías conspiratorias son tan antiguas como la humanidad Las redes sociales amplifican un fenómeno que se alimenta de buscar explicaciones sencillas a procesos complejos

Los demócratas esconden una red de pederastas

qAnon

Los demócratas esconden una red de pederastas 


Ninguna formación conspiranoica puede presumir de los logros alcanzados por los adeptos a QAnon: no solo lograron el apoyo del expresidente de EEUU, Donald Trump, que siempre habló bien de ellos; también dieron músculo y discurso al grupo de asaltantes que se coló en el Capitolio el pasado 6 de enero, muchos de los cuales llevaban estampadas en el pecho las cinco letras que identifican al movimiento. 

El nombre es una abreviación de Anónimo Q, el nickname tras el que se camuflaba a finales de 2017 un usuario del foro 4chan para publicar supuestos informes clasificados que probarían que un grupo de destacados políticos del Partido Demócrata como Hillary Clinton y Barack Obama, junto a rostros conocidos como Tom Hanks y Oprah Winfrey, formaban una red secreta de pedófilos que traficaba con menores. Tras la irrupción del coronavirus, los seguidores de QAnon adaptaron sus sospechas a los nuevos tiempos y difundieron la teoría de que la pandemia había sido planeada por una logia secreta.

La pandemia es mentira: una corriente transnacional

Coronavirus

La pandemia es mentira: una corriente transnacional


Una de las últimas famosas en subirse al carro negacionista fue Victoria Abril, que afirnó que el covid no causó en 2020 “ni el 5% de las muertes del año”, pero antes fueron otros rostros conocidos, como los músicos Miguel Bosé, Enrique Bunbury y Carmen París, los que se animaron a poner en duda que la alarma sanitaria generada alrededor del SARS-Cov-2 esté justificada.

La corriente de opinión que niega la dimensión de la pandemia es plural y transnacional. En países como Alemania o EEUU ha tenido un importante seguimiento, y en España tampoco han faltado las manifestaciones multitudinarias en las que se rechazan las medidas impuestas para mantener a raya al virus, e incluso su peligrosidad. La más reciente, en enero, congregó a 2.000 negacionistas bajo la lluvia en la plaza de Colón de Madrid. No sustentan su tesis en datos oficiales, sino en informes elaborados por expertos en pseudoterapias y medicinas alternativas como las doctoras María Martínez Albarracín y Natalia Prego, que han llegado a crear una asociación llamada Médicos por la verdad.

Los viales llevan chips conectados al 5G

Vacunas del covid

Los viales llevan chips conectados al 5G


El movimiento antivacunas es tan antiguo como las propias vacunas, que empezaron a ser utilizadas a finales del siglo XVIII. A mediados del siglo XIX, en Inglaterra ya existía la Liga antivacunación y en décadas posteriores prosperaron grupos parecidos en EEUU y otros países europeos. La incontestable victoria de esta medicina sobre enfermedades como la viruela o la polio no ha hecho mella en su desconfianza hacia un fármaco que consideran responsable de dolencias como el autismo. La vacuna del covid estaba llamada a ser víctima también de sus sospechas, aunque esta vez las teorías conspirativas han llegado a asociarla a un supuesto plan oculto tramado por Bill Gates y George Soros para dominar el mundo activando, desde las antenas del 5G, el chip que, según sostienen, viaja dentro de los viales. Sin llegar a esos extremos, los más moderados del club antivacunas reniegan de las fabricadas por Pfizer y Moderna porque creen que las moléculas de ARN-mensajero de las que están hechas pueden acabar provocando mutaciones genéticas en los humanos.

La tormenta ‘Filomena’ cubrió la Península de plástico

Negacionistas de la nieve

La tormenta ‘Filomena’ cubrió la Península de plástico



El último grito en teorías conspiranoicas lo protagonizó la tormenta Filomena. No la borrasca en sí, que nadie relacionó con ningún contubernio en la sombra, sino la nieve que dejó a su paso. El día que el centro de la Península amaneció cubierto de blanco, empezó a circular por las redes un vídeo en el que se veía a una mujer apelmazando un puñado de nieve recogido de su terraza, a continuación le acercaba un mechero encendido y, viendo que la bola no solo no se derretía, sino que se ponía negra, concluía: “Esta nieve no es de verdad, es puro plástico, esta es la mierda que nos mandan, nos están engañando con todo”.

La gran carcajada que el vídeo provocó en las redes no evitó que la negacionista de la nieve tuviera también multitud de émulos que repitieron el experimento con similar resultado. No solo en España. La reciente ola de frío que ha asolado Texas ha dejado tras de sí una variada cosecha de vídeos de tiktokers que insisten en la misma sospecha. Se han alineado bajo una misma etiqueta: #Governmentsnow (la nieve del Gobierno).

Nos fumigan con la estela de los aviones

‘Chemtrails’

Nos fumigan con la estela de los aviones


De entre todas las teorías conspirativas, la de chemtrails o estelas químicas es, probablemente, la más exuberante por las dificultades que entraña probarla y sostenerla, a pesar de lo cual cuenta con miles de adeptos en todo el mundo. También es una de las más jóvenes. Nació a finales de los 90 en foros de internet donde empezaron a circular informes anónimos que denunciaban una supuesta trama oculta para controlar el mundo fumigando a la población con productos químicos que lograrían tenernos poco menos que drogados. La prueba de este envenenamiento masivo serían las estelas que a veces dibujan los aviones en el cielo. Según esta tesis, esas marcas blancas no las causa la condensación de los gases calientes que desprenden los motores de las aeronaves, sino los productos químicos que se vierten a la atmósfera. En las webs que suscriben esta idea solo se aportan como pruebas imágenes de estelas y fotos de aviones cargados de bidones, pero jamás una demostración fehaciente. Tampoco de la mano negra que habría detrás moviendo este complejo plan. 

La Tierra es un disco plano, no un planeta esférico

Terraplanistas

La Tierra es un disco plano, no un planeta esférico



A pesar de su disparatada enunciación y del atentado que acarrea contra las leyes de la física, la idea de que la Tierra no es esférica, sino plana, constituye una de las teorías conspiranoicas más argumentadas. Cuenta hasta con un club, la Asociación de la Tierra Plana, que desde 1956 trata de rebatir a Eratóstenes, el astrónomo griego que hace 2.300 años llegó a medir el diámetro del planeta. A mediados del siglo XIX, el inventor ingles Samuel Birley Rowbotham formuló las nociones básicas de la Astronomía Zetética, según la cual la Tierra es un disco rodeado de hielo con el polo norte situado en el centro. La ocurrencia lleva un siglo y medio dando bandazos por los márgenes de la historia, pero ha ganado adeptos en la última década gracias a las redes sociales. En 2017 llegó a celebrarse en Carolina del Norte una conferencia internacional sobre terraplanismo. En enero de 2020, el terraplanista norteamericano Mike Hugues murió al caer del cohete casero con el que quería demostrar que el horizonte de la Tierra no es curvo sino plano. 

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