La última maravilla del cine de animación es una irresistible comedia familiar de acción y ciencia ficción capaz de aunar diversión, espectáculo y emoción al nivel de los históricos títulos de Pixar. Palabras mayores, cierto, pero Los Mitchell contra las máquinas, producción de Sony Pictures Animation recién estrenada por Netflix, es una auténtica locura cuyo sentido del entretenimiento evoca tanto a Toy story como a Los increíbles, aunque tamizado por el ingenioso y travieso talento de sus productores, Phil Lord y Chris Miller, artífices de tres de las mejores muestras animadas de la última década, tanto por su inventiva visual como por sus tronchantes prestaciones: Lluvia de albóndigas (2009), La LEGO película (2014) y Spider-Man: Un nuevo universo (2018).

En poco más de una semana, desde su estreno a finales de abril, Los Mitchell contra las máquinas ha recibido el aplauso de la crítica (alcanza un intimidante 97% de votos positivos en la web de valoraciones críticas Rottentomatoes) y de un público entregado al ritmo imparable de su relato aventurero-familiar, su festival de referencias cinéfilas y su catálogo de personajes sobrados de carisma. Y el pasado lunes, fue la segunda película de streaming más vista en el mundo, solo por detrás del thriller de terror La apariencia de las cosas, también de Netflix. Más cercana a un capítulo loco de El asombroso mundo de Gumball que a la profundidad existencialista de Soul, la película, ópera prima de Mike Rianda, relata cómo la desastrada familia Mitchell debe salvar a la humanidad después de que una inteligencia artificial al estilo de Siri o Alexa se rebele y decida acabar con todos nosotros. Aquí intentamos explicar las claves de este inesperado hito de la animación.

Los genios creadores

Los Mitchell contra las máquinas debía haberse estrenado en cines de todo el mundo en septiembre de 2020, pero la pandemia obligó a su aplazamiento hasta que, en enero de 2021, Sony Pictures Animation acabo vendiendo los derechos de distribución a Netflix. Se nota en la película, y mucho, la mano de sus productores, los siempre divertidos Phil Lord y Chris Miller; y de su director, Mike Rianda, que fue guionista y director creativo de la fabulosa serie de animación de Disney Gravity falls. Una colisión de talentos que dan rienda suelta a una imaginación desbordante y a una exaltación de la ilusión y el espectáculo que resulta conmovedora en esta era de cinismo al cubo. Como afirma Álex de la Iglesia en su cuenta de Twitter, estamos ante «un soberbio trabajo de gente que se nota que tiene el culo pelao de contar historias, pero con las ganas de uno que empieza». O, como añade el escritor de novela negra Marc Pastor, «qué magia ver nacer una nueva animación simplemente brillante».

Las (mil y una) referencias cinéfilas

Estamos acostumbrados a que las películas de animación contemporánea incluyan un aluvión de referencias al imaginario cinematográfico, pero en el caso de Los Mitchell contra las máquinas, la batería de guiños se sucede a una velocidad de vértigo no por una cuestión de impostura, sino porque es una manera de reflejar la personalidad de la protagonista, Katie.

Ella quiere ser cineasta y todo el universo que ha creado a lo largo de sus cortometrajes aparecerá integrado en la película a través de animaciones a modo de pop-up entre el lenguaje del cómic y el cartoon, en las que se aprecian sus intereses y que nos llevan de Agnès Varda a Alfred Hitchcock, de Hal Ashby a R.W. Fassbinder. En la propia trama, que no deja de ser una distopía sci-fi en forma de road movie, se integran además menciones a Terminator 2 de Cameron, Zombi de Romero o Están vivos de Carpenter, así como la genial idea de transformar a un muñeco Furby en monstruo creepy.

Los grandes ídolos de Katie se encuentran representados en su particular versión del monte Rushmore, que presiden cineastas como Greta Gerwig, Céline Sciamma o Lynne Ramsay, y en su indumentaria se rastrean unos calcetines con los motivos de la mítica alfombra del Hotel Overlook de El resplandor, un pin vinculado nada menos que a ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú y un detalle en la mochila que evoca a la ópera prima de Wes Anderson, Ladrón que roba a ladrón. Nivel de gama extra.

Una joven heroína, al fin, lesbiana

Estamos ante una película familiar, pero diametralmente opuesta al canon prototípico y conservador que ha ido inoculando (con algunas excepciones, como Vaiana) la factoría Disney hasta el momento. Parte de la grieta generacional entre padres e hijos, pero su discurso tiene que más que ver con la aceptación de la diferencia dentro de la típica familia americana.

Katie se siente inadaptada en su entorno (se cita la película Las ventajas de ser un marginado) y a lo largo de la trama encontraremos alusiones a su orientación LGTBIQ+ (esa bandera arcoíris omnipresente en su simbología virtual) hasta hacerse explícito al final de la película.

En los últimos años algunas películas de animación (como Onward) han comenzado a incluir (muy tímidamente) personajes gays en sus tramas, pero es la primera vez que en una película familiar (aunque sea más juvenil que infantil) una joven lesbiana adquiere un protagonismo absoluto sin necesidad de velar o enmascarar sus inclinaciones, sin caer en los estereotipos y apelando a la integración de la forma más natural.

El uso de la tecnología

¿Podríamos afirmar que Los Mitchell contra las máquinas es la mejor película de los últimos tiempos que ha sabido integrar en su trama las nuevas tecnologías con la obsesión que generan en los usuarios? No solo conecta las teorías que ya estaban presentes en las novelas de Isaac Asimov o en 2001. Una odisea en el espacio sobre la inteligencia artificial y la rebelión de las máquinas, sino que es capaz de darle la vuelta a toda esa tradición para conectarla con toda la paranoia millennial que se ha creado a la hora de expresarse y de comunicarse únicamente a través de las pantallas. Por eso, los filtros de Snapchat, Instagram, Stories, Youtube, los GIFs, Facetime o los memes se convierten en herramientas narrativas imprescindibles en la historia relatada. Y por eso, también, la villana de la función es una aplicación, PAL (a medio camino entre el HAL 9000 de 2001 y la pronunciación a la inglesa de Apple sin la a inicial), que se resiste a ser actualizada.

Puede que los creadores quieran hacer una pequeña crítica a toda esa vida virtual que desplaza a la real, así como a la falsedad que esconde la cultura de las apariencias en las redes sociales, pero lo cierto es que, al ser una de las formas de expresión de Katie, no hay intención de satanizarla, sino de ironizar alrededor de ella, al mismo tiempo que se les saca el máximo partido imaginativo.

El tronchante Monchi (y doug the pug)

Más allá del carisma de la familia protagonista, encabezados por la irresistible e hipercreativa Katie, el personaje que acumula más gags por centímetro cuadrado es Monchi, el tronchante perro carlino de grandes ojos bizcos capaz de provocar un cortocircuito en los robots invasores al ser incapaces de desencriptar si se hallan delante de un perro, un cerdo o una barra de pan de molde. Detrás de Monchi (inspirado en la figura de Monchichi, el carlino real de la hermana del director, Mike Rianda) está nada menos que Doug the Pug, la mayor celebrity del mundo animal en internet, con más de 15 millones de seguidores en todo el mundo, 3,9 de ellos solo en Instagram y 2,7 en Twitter. Autodenominado en sus cuentas, y con razón, Rey de la Cultura Pop, el popular carlino, nacido en Nashville en 2012 y artífice de un emporio alucinante en forma de vídeos paródicos, peluches, libros, camisetas y demás merchandising, se encarga de poner las voces de Monchi; en este caso, los ladridos, ronquidos, gruñidos y otros sonidos guturales de la desternillante mascota de los Mitchell.