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Entrevista
Jorge Fernández Díaz Escritor

Jorge Fernández Díaz: «Maradona, brillante futbolista, malgastó su talento y se volvió aborrecible»

(L) | LP/DLP

El escritor argentino de origen español Jorge Fernández Díaz, autor de Mamá, el inolvidable retrato literario de Carmina, su madre asturiana, vuelve a la actualidad literaria con las nuevas andanzas del agente Remil. Tras El puñal y La herida llega La traición, donde su personaje «se mueve directamente sobre la actualidad caliente, aquella por la que discurren los periódicos, casi en tiempo real. Y tiene esta vez un conflicto emocional muy complejo: su madre y su padre putativos —dos jefes de Inteligencia— se pelean entre sí con armas muy peligrosas, y él no sabe cómo impedirlo y en todo caso, qué partido tomar. Es la novela más política de las tres».

Las guerras políticas se han recrudecido con la pandemia.

Es insólito que ante un cataclismo universal no se decidan por treguas y acuerdos. Es la estupidez humana en grado supremo.

¿Qué encontraría Remil si investigara en la trastienda de las farmacéuticas?

El bien y el mal. Corporaciones non sanctas, pero absolutamente necesarias para la vida. Supongo que también espionaje industrial, rubro en el que Remil todavía no incursionó.

¿Cómo le ha afectado el covid?

Mi mujer, Verónica, que es periodista y jefa de la sección opinión del diario La Nación de Buenos Aires, tuvo hace dos años una neumonía, y debe cuidarse especialmente. Así que convertimos nuestra casa en una sala de redacción, en un escritorio literario, en una biblioteca, en un estudio de radio —transmito desde allí todas las noches mi programa, Pensándolo bien—, en un gimnasio y un restaurante atendido por sus propios dueños. Confieso con pudor que no lo hemos pasado mal.

España sufre el drama de las residencias para mayores.

Tengo a mi suegra ingresada en una residencia de Buenos Aires. Por suerte, está muy bien y ya vacunada. No podemos verla, pero hablamos con ella por teléfono.

¿Cómo habría afrontado Mamá la situación?

Pienso mucho en mi madre en estos días. Ella y Marcial, mi padre, ambos tenían ese espíritu guerrero de los viejos emigrantes. Ellos tenían la vacuna para hacerse fuertes y sobrevivir, y salir adelante. La prosperidad tardó mucho en llegar, y por lo tanto no los había atontado. Son mi inspiración en momentos difíciles. Nuestros viejos, que han vivido verdaderas gestas, deberían ser la vacuna de los más jóvenes, que deberían escucharlos más y aprender de ellos.

¿Qué echa más de menos de la antigua normalidad?

Ver a mis hijos, charlar largamente con ellos de cine, como nos gusta hacer desde siempre en las sobremesas. Yo soy del viejo Hollywood y tenemos discusiones apasionantes sobre el cine actual, que me parece, en comparación, una vergüenza. También extraño comer en restaurantes con amigos. Y, sobre todo, algo que Verónica y yo hacíamos cada domingo por la noche: íbamos a tomar una copa al café del Hotel Alvear. Era un ritual para conversar de literatura, de filosofía y de películas. Echo mucho de menos ese ritual. +

«Yo creo que Bergoglio no soñaba con ser Papa, sino con ser Perón. Es por eso que juega a la política menuda en el patio de atrás»

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¿Tiene futuro el periodismo serio y veraz?

Sí, el periodismo nunca morirá. Aunque necesita adaptarse a las nuevas tecnologías, y ese proceso será incesante y lo llevará a playas que todavía no visitamos. Déjame decirte que, para mí, el periodismo como la medicina no es una sola cosa. Es una profesión que contiene muchas vocaciones y disciplinas distintas. El periodismo puede ser servicio, investigación, denuncia, consolación, polémica, narración, defensoría, fiscalía, entretenimiento… y a veces, obra de arte.

¿El asalto al Capitolio fue una vacuna contra Trump?

El nacionalpopulismo de derecha o de izquierda acecha a la democracia. Es una derivación posmoderna de los viejos fascismos, amoldados a la cultura de hoy. Lo más grave es que, aprovechando problemas económicos derivados de los flujos de la globalización, culpan al sistema democrático. Entran entonces por los votos a ese sistema, desde adentro corroen las instituciones y un día descubres que hay un partido único y de nuevo un caudillo. Así se destruyen las democracias hoy en día. Es una metodología muy peligrosa, porque es por etapas y desde adentro del propio sistema. En la olla de agua cada vez más caliente, la rana no sabe que la están cocinando y se queda dormida, hasta que es demasiado tarde.

¿Cómo está viviendo Argentina el drama de la pandemia?

Muy mal. En la emergencia, el Gobierno no supo acordar con la oposición, ni presentar un plan económico para acceder a créditos internacionales, ni comprar vacunas sin mirar a quién. Al contario que Chile y Uruguay, nuestros vecinos, la Argentina compró vacunas con prejuicios ideológicos, siguiendo solo el eje Rusia-China, y despreciando a Pfizer y a Moderna, por ser productos del “imperialismo”. Estamos en manos de nacionalistas ciegos e ineptos, que tienen léxico progre pero son conservadores rancios.

¿Argentina glorifica los 70?

Sí, un grupo de señores feudales —los Kirchner— sin ideología, que habían gobernado años y años como caciques únicos su provincia patagónica, llegan accidentalmente al poder y se plantean adoptar un discurso con ecos izquierdistas. Eligen los discursos de los viejos revolucionarios que tomaron las armas en la década del 70. Dicen: sin armas, pero con los mismos ideales. Aquellos ideales eran totalitarios, y nacionalistas. Luego comenzaron a enseñarles a los chicos en las escuelas que aquellos militantes armados eran héroes: como si en España los colegios glorificaran a la ETA. Esta irresponsabilidad, que se ve en los medios públicos y en los colegios y en las universidades, ha calado hondo, se ha institucionalizado como nueva verdad, y eso es muy grave.

“A veces los grandes hombres deben ser protegidos de sí mismos”… ¿Está pensando en el Papa Francisco?

Esa es una frase que un amigo de Bergoglio, un sacerdote ficcional, se dice a sí mismo en La traición. Claro, uno de esos exguerrilleros de los 70, ahora devenido «referente social», visita asiduamente al Papa, y entonces alguien avisa al Vaticano de que se ha tomado demasiado en serio la fabulación insurreccional y que está a punto de cometer un atentado. Esa situación enlodaría la sotana del Papa. Es por eso que en Roma contratan discretamente a Remil y a su grupo para que desbaraten esa locura. Actuarán, durante toda la novela, al servicio secreto de Su Santidad. Aunque nunca sabrán si Bergoglio está o no enterado de la movida.

¿Balance de este papado?

Soy incapaz de hacer ese balance. Lo único que puedo decirte es que Europa ignora cómo Bergoglio opera día y noche en la trastienda de la política argentina. Él es el ideólogo de este Gobierno esperpéntico que tenemos. Yo creo que Bergoglio no soñaba con ser Papa, sino con ser Perón. Es por eso que, para distenderse por la tarde, en lugar de jugar el mus o al dominó en Santa Marta, juega a la política menuda en el patio de atrás. Cuando yo critico duramente a la cúpula de la Iglesia argentina, tomada hoy en gran parte por el peronismo a instancias de Bergoglio, ellos se muestran como simples e inocentes curas. Atacan como políticos y se defienden como pastores…

¿Qué le preguntaría al Papa si lo tuviera delante?

Sobre política local. Sobre barbaridades que dijo e impulsó.

¿Qué representó Maradona?

Maradona representó esa Argentina decadente, ignorante, agresiva e hipócrita que convive con la otra, lo que yo llamo «el país bueno». Cuando mi madre me trajo por primera vez a España, en 1969, los dos países estaban parejos: nosotros veníamos cayendo y ustedes levantando cabeza. En 1975, teníamos 3% de pobreza y la desigualdad de Dinamarca. Hoy tenemos cerca de 50% de pobreza, y una desigualdad pavorosa. Aquel país bueno había sido forjado, centralmente, por emigrantes españoles, italianos, polacos. Era hijo del esfuerzo y propendía, con todas las dificultades, al progreso. Maradona, que fue brillante como futbolista, malgastó su talento y se volvió un personaje aborrecible y autoritario, y representó como nadie a la otra Argentina: la tramposa, la facilista y dilapidadora, la llena de supersticiones nacionalistas, la fanfarrona y demagógica. La que sospecha del progreso, se desvive por la guita y se tatúa el Che Guevara en un brazo.

«El kirchnerismo y las barras bravas han establecido una fuerte alianza. Muchas de esas barras, prestan servicio a los narcos»

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Y su muerte desató la locura.

Fue un acto organizado por los ultras —les decimos barrabravas y son mafiosos de nota— y por el Gobierno. Pero no son capaces de organizar ni siquiera un velorio. Así que todo terminó en desastre. El kirchnerismo y las barras bravas han establecido una fuerte alianza territorial. Muchas de esas barras, además, prestan servicio a los narcos en los barrios carenciados.

¿Las novelas son el reverso de su tarea como columnista?

Los periodistas podemos publicar el 20 % de lo que sabemos. Los códigos periodísticos y el buen tino, nos impiden publicar lo que no podemos probar. Muchas veces, la ficción me permitió cruzar esa frontera y contar como novela lo que no podía narrarse como reportaje o columna. La serie de Remil es perfecta para contar cómo es el poder sin discursos y sin máscaras, y en este caso le tocó al progresismo argento, que ha dejado de ser progresista, porque relativiza la corrupción, protege a los corruptos y se asocia con autoritarios.

¿Cómo se ve desde Argentina al Gobierno español?

No quiero adentrarme en la política española, porque no conozco la sutileza de los detalles. Sí te diré que me preocupa, y mucho, que un grupo como Podemos tenga como referencia los libros de Ernesto Laclau y asesores de Cristina Kirchner. No digo que sean lo mismo. Solo digo que me genera una profunda desconfianza.

¿Hay que tomarse a broma todas las teorías de conspiraciones sobre el virus?

No sabemos nada. Dentro de algunos años, cuando la pandemia haya pasado, nos enteraremos de cosas asombrosas. De bajezas y de rarezas, y de conjuras comerciales y geopolíticas. Y también de la increíble ceguera que tuvimos para tomar decisiones.

Remil se juega la vida. ¿Y usted?

No temo a un riesgo físico, si es eso lo que me preguntas. Sí me juego la vida en dar esta batalla cultural contra un movimiento nacionalista que quiere constituir un partido único y quedarse para siempre. Si lo consiguen, no tendré consuelo. Luchar contra el partido hegemónico es luchar también a favor de la libertad de expresión (siempre amenazada) y contra el establishment literario, que mayoritariamente está cooptado por el kirchnerismo.

Los independentistas atacan a Javier Cercas, ¿es un precio que un intelectual paga gustoso?

Gustoso no lo paga nadie. Pero cuando hay una convicción, hay un deber. Así cuando Dios da un don, da un látigo. Yo rompo una lanza por Javier Cercas, que es una persona realmente democrática, además de un grandísimo escritor. Lo veía siempre en Buenos Aires y es también un tipo extraordinario.

¿La estupidez, el malentendido, la codicia y la maldad son los pilares del poder?

Sí, claro. En estos meses de pandemia regresé a Stephan Zweig. Sus biografías políticas, que son algunos de los más grandes libros que se han escrito sobre el poder, muestran claramente que todo ya ocurría antes. Hay que releer Fouché para entender la política de España y de la Argentina.

Una novela mediana que tuviera la intensidad de una novela extensa, ¿cómo se consigue?

Quería llevar a cabo ese experimento. Reducir más el libro, pero manteniendo su intensidad. Para provocar una lectura de una o dos sentadas. Los libros más felices son aquellos que te provocan insomnio y que acabas rápido, aunque te acompañan para siempre. Para lograr eso, decidí estudiar a Simenon. No para copiar su tono —yo a los 60 ya tengo el mío—, sino para entender su carpintería interna. Leí ocho novelas de Maigret, anotando sus elipsis, sus pinceladas cortas y definitivas, su velocidad. Me ayudó mucho con La traición.

¿Su mujer fue el mejor salvavidas para un escritor en crisis?

Sí, mi mujer es mi gran interlocutora. Es, además, una lectora formidable. Y muchas veces, cuando yo me levantaba con insomnio o salía del escritorio y le decía «todo está mal, la novela naufraga, fue un error», Verónica me sentaba y me obligaba a discutir horas sobre la trama y a cambiar el guion original. Salvó muchas veces esta novela, que precisaba un nivel de verosimilitud mucho más grande. La verosimilitud de un periódico.

«El progresismo argentino ha dejado de ser progresista: relativiza la corrupción, protege a los corruptos y se asocia con autoritarios»

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¿Remil fue el mejor refugio contra el covid?

La literatura, desde los 12 años, ha sido el gran refugio de la ­vida.

Su representante literaria, María Lynch, le dijo: «Levantará ampollas». ¿Acertó?

Sí, puso en tensión a muchos. Es una novela polémica. Que han leído también mis enemigos. No hay nada más fiel que un enemigo.

De tener 20 años, ¿volvería a ser periodista?

Sí, me dio un modus vivendi y además me hizo aprender muchas cosas. Durante diez años fui redactor de sucesos en Buenos Aires y en la Patagonia. Conocí la trastienda verdadera del poder. Y además, los diarios me permitieron que yo hiciera experimentos literarios: relatos de héroes verdaderos, cuentos de amor, narraciones épicas por entregas, novela negra a la manera del moderno folletín, ensayo político. Soy, orgullosamente, tanto un escritor de libros como de periódicos. Y uso los insumos del periodista, su mirada, para las novelas.

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