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(Casi) la peor idea del siglo XX

Un iluminado llamado John P. Allen montó en Arizona Biosfera 2, versión en miniatura de la Tierra, con un océano, ocho humanos y 3.800 especies de animales y plantas | Todo salió mal

Instalaciones del Biosfera 2 en el desierto de Arizona | LP/DLP

Si usted cree que pasar tres meses en casa consumiendo Netflix y comida a domicilio supuso un confinamiento arduo, imagínese un encierro de dos años junto a otras siete personas dentro de un terrario gigante de vidrio construido en medio del desierto de Arizona y diseñado a imagen de los diferentes ecosistemas terrestres. No es el punto de partida de un nuevo formato de telerrealidad, sino el de un experimento real conocido como Biosfera 2, que tuvo lugar entre 1991 y 1993, y cuyo objetivo era salvar el mundo. En Movistar Plus y Filmin se puede ver el documental Spaceship Earth, que se sirve de abundantes imágenes de archivo y entrevistas a los protagonistas de aquel ensayo para recordar lo que pasó de ser aclamado como «el proyecto científico más significativo de todos los tiempos» a ser considerado «una de las peores ideas del siglo XX».

Como casi todas las visiones utópicas, el proyecto había surgido del tipo de mentalidad que nutre tanto las revoluciones científicas como las sectas. Empezó a gestarse en los años 60 cuando su impulsor, John P. Allen, logró congregar a su alrededor a una colección de jóvenes que compartían con él inquietudes humanistas y medioambientales. Junto a ellos fundó un grupo teatral vanguardista y, a principios de los 70, una comuna totalmente autosuficiente en Nuevo México; allí construyeron un gigantesco barco a bordo del que pasaron meses viajando por el mundo, propagando sus ideales. Irónicamente, para financiar esas iniciativas contaron con el apoyo de un multimillonario llamado Ed Bass, heredero de un emporio petrolífero que, asimismo, desde mediados de los 80, aportó los más de 150 millones de dólares de la época que Biosfera 2 acabó costando.

Las instalaciones bíblicas que acogieron el experimento contenían un océano en miniatura, entornos selváticos, sabanas, desiertos, laboratorios y una granja, y fueron pobladas con más de 3.800 especies de animales y plantas. El objetivo de los ocho miembros de la expedición que inicialmente se instaló allí —una mezcla de científicos, activistas y aventureros a quienes se bautizó como biosferianos— era explorar la posibilidad de crear un ecosistema autosostenible en otro lugar del sistema solar en caso de que la Biosfera 1 —es decir, nuestro planeta—llegara a ser inhabitable. Su misión era hacer que el ciclo de la vida funcionara en esa versión simulada de la Tierra tal como lo hace en la Tierra misma.

En la práctica, bastaron solo unas semanas para que los colibrís y las abejas empezaran a morir, los cultivos quedaran sin polinizar y las cucarachas lo invadieran todo. La producción de alimentos demostró ser complicadísima y los biosferianos perdieron muchísimo peso. La moral del grupo cayó en picado, también porque a los exteriores del lugar llegaban a diario autocares llenos de turistas que, desde el otro lado del cristal, los trataban como a animales de zoológico. Y, entretanto, a causa del aumento de los niveles de CO2 y la falta de oxígeno, empezaron a experimentar apnea del sueño y sofoco al andar y al hablar. De no haberse hecho algo al respecto, podrían haber sufrido problemas graves de salud.

La opinión pública tardó un tiempo en conocer que la Biosfera 2 nunca pretendió ser exactamente un entorno autosuficiente. Meses después de iniciarse el experimento se supo que la despensa del lugar había sido llenada de antemano con reservas alimentarias para tres meses, que los biosferianos habían estado recibiendo suministros regulares de diferentes productos —semillas, vitaminas, nutrientes, trampas para roedores—, y que un depurador de dióxido de carbono había sido instalado para que, en caso de necesidad, la atmósfera de las instalaciones pudiera gestionarse artificialmente. Cuando el ensayo fue completado en 1993, la prensa dictó sentencia: había sido un fraude.

Pese a que una segunda expedición entró en Biosfera 2 en marzo de 1994, un par de meses después Ed Bass decidió que era hora de empezar a hacer negocio con el lugar, y para ello contrató a un joven tiburón de Wall Street llamado Steve Bannon —sí, el mismo Steve Bannon que años después se erigiría en negacionista del cambio climático, icono de la extrema derecha y asesor de Donald Trump—. Al final, resultó imposible armonizar la promesa de futuro imaginada por Allen con la búsqueda del beneficio a corto plazo inherente al capitalismo. Y por eso, en medio de la carrera que los multimillonarios Elon Musk y Jeff Bezos mantienen por conquistar el espacio y vender un futuro multiplanetario a la humanidad —o más bien a aquellos que puedan pagarse el billete a Marte—, es tentador percibir Spaceship Earth como un presagio.

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