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Activismo musical

Jazz contra la pena de muerte

Músicos españoles hacen campaña por la libertad de Keith LaMar, un hombre preso desde hace 28 años y condenado a la pena capital en Ohio - Piden que se reabra su caso

(L) | LP/DLP

La ejecución de su sentencia de pena de muerte está programada para el 16 de noviembre de 2023. En realidad, su condena es doble: Keith LaMar, de 51 años, lleva 28 años encerrado en una celda de aislamiento en la cárcel de máxima seguridad de Youngstown, en Ohio. Se le permite salir dos horas al día para hacer ejercicio y hablar por teléfono. El resto del tiempo lo pasa en su celda, acompañado solo de sus libros y sus discos. «Estoy convencido de que la música es lo que me ha mantenido cuerdo y con vida durante todos estos años. Y lo digo literalmente», asegura por teléfono desde la prisión. La llamada, de no más de máximo de 15 minutos, se interrumpe cada tanto. Un mensaje pregrabado recuerda que la conversación puede ser grabada. LaMar no se altera. «El jazz, con su ritmo, me ha ayudado a entender y sobrellevar el ritmo de mi propia situación».

Los músicos Marc Ayza, sobre estas líneas y Albert Marquès, a la izquierda, participan en la plataforma Freedom First. El proyecto pretende impulsar el activismo contra la pena de muerte desde la música. (L) | LP/DLP

Hace años, cuando la dirección del centro quiso restringir el número de libros y cedés que los presos podían tener en sus celdas, LaMar se declaró en huelga de hambre. Y logró su objetivo: quedarse con sus libros y con sus discos. Ahora, la música se ha convertido en un apoyo aún más tangible para él. El pianista Albert Marquès, un músico catalán instalado en Nueva York, lidera una plataforma de músicos que se han unido para denunciar su situación.

Jazz contra la pena de muerte ROGER ROCA

Asesinato y revuelta

El caso de LaMar se remonta a 1989, cuando entró en la cárcel de Lucasville, en Ohio, por el asesinato de un traficante rival al que mató en un tiroteo con 19 años. Durante esos primeros años en prisión, asegura, la lectura y la música le convirtieron en otra persona. En 1993, en la cárcel de Lucasville estalló una revuelta en la que murieron nueve presos y un guardia. LaMar fue acusado y condenado a muerte por su supuesta participación en el asesinato de cinco presos, un delito del que él siempre se ha declarado inocente.

Está convencido que el Estado de Ohio le eligió como chivo expiatorio para ocultar la responsabilidad de la administración en la mala gestión de la cárcel que dio lugar a la revuelta. LaMar asegura que su juicio fue una farsa. En 1995 se negó a aceptar un trato con la fiscalía y a señalar a otros reclusos, aun sabiendo que se enfrentaba a la pena capital. «Hay días más difíciles que otros, es cierto. Pero estoy orgulloso de haberme mantenido fiel a mis principios. Antes de la revuelta, en esos cuatro años de prisión había descubierto no solo quién era, sino qué significa estar vivo. ¿Y me pedían que renunciara a todo eso? No me arrepiento. Pero ha sido duro», explica. En 2015 agotó las posibilidades de apelar su sentencia, y ahora lucha para que su caso se reabra.

Racismo institucional

Cuenta su caso en el libro Condemned, disponible en la web Keithlamar.org, donde también se puede ver un documental que lleva el mismo título. A pesar de las limitaciones que le impone el régimen de aislamiento, LaMar ha plantado cara al sistema penitenciario con una tenacidad extraordinaria, fruto de lecturas de autores como James Baldwin, Toni Morrison, Richard Wright, que le han dado una fuerte perspectiva política. En 2011 lideró una huelga de hambre de 11 días para conseguir que los presos en su situación tuvieran el derecho a tener contacto físico con sus familiares durante las visitas.

Llevó con éxito a los tribunales las prohibitivas tarifas que los presos tenían que pagar por sus llamadas telefónicas. Denuncia el racismo institucional y el modelo de las supermax, las cárceles de máxima seguridad como la de Ohio, que se multiplicaron en Estados Unidos a partir de una ley impulsada en los años 90 por el hoy presidente Joe Biden.

El pianista Albert Marquès conoció su historia casi por casualidad. Vive en un barrio de Brooklyn puerta con puerta con el músico Brian Jackson, colaborador del legendario artista Gil Scott-Heron. En verano de 2020, Jackson puso en marcha un podcast, Pieces of a man, donde entrevistó en profundidad a LaMar para hablar de su caso, pero también del sistema penitenciario norteamericano, de racismo y de música. A Marquès, implicado en movimientos sociales desde muy joven, le impresionó el testimonio de LaMar. «Si me preguntas si lo le creo, la respuesta es sí. Pero te diré más: incluso si Keith fuera culpable, lucharía para que no estuviera en una celda de aislamiento y para que no le matasen», asegura el pianista. «Él es un hombre extraordinario y creo que en este tiempo se ha convertido en un intelectual interesantísimo. Pero hay miles de casos como el de Keith. Y el objetivo global es hablar de todos».

Marquès ha puesto en marcha la plataforma Freedom First, dedicada a organizar conciertos en las calles de Nueva York para dar visibilidad al caso de LaMar. En estas iniciativas participan desde músicos de jazz hasta numerosos activistas contra la pena de muerte. En esos conciertos, LaMar tiene un papel activo: el repertorio lo elige él mismo. Entre sus artistas imprescindibles hay tótems como John Coltrane y Ahmad Jamal y artistas contemporáneos como Kamasi Washington o Jason Moran.

200.000 firmas

En invierno, durante una estancia en Cataluña, el pianista contactó con músicos locales para grabar dos vídeos en los que, de alguna forma, participa LaMar. En uno de ellos, la mitad de la pantalla muestra al preso recitando un poema del autor turco Nâzim Hikmet, Acerca del vivir, mientras en la otra mitad de la imagen se aprecia un quinteto de músicos de jazz que improvisa sobre el texto que recita LaMar. «He recitado este poema para mí mismo durante muchos años. Nunca imaginé que vería mi cara junto a la de músicos como estos. Me ayuda a darme cuenta de que hay gente que se toma en serio mi situación», dice LaMar con emoción.

El batería Marc Ayza, que participó en la grabación, tiene claros sus motivos para darle apoyo. «Hasta donde sé, creo que Keith es inocente. Pero esto no se reduce a si lo hizo o no. Le apoyo porque, en cualquier caso, esta persona no debería estar donde está. Y porque, además, estoy en contra de la pena de muerte». El vídeo ha dado sus frutos. Tras verlo, un profesor de Georgetown que se dedica a investigar sentencias dudosas se ha puesto en contacto con el entorno de LaMar para estudiar el caso.

Está en marcha una recogida de firmas dirigida al gobernador de Ohio que pide la completa exoneración del preso, y que a día de hoy han firmado más de 200.000 personas. «El gobernador es católico, algo muy poco habitual, y los católicos generalmente están en contra de la pena de muerte. Hay posibilidades que por lo menos paren la ejecución», opina Marquès. La iniciativa Freedom First sigue adelante con más conciertos y grabaciones, y LaMar, siempre por teléfono, participa en varias charlas para contar su historia a quien la quiera escuchar. «Pueden tenerme en aislamiento, pero no pueden impedir que establezca lazos de amistad. Lo que he aprendido es que hay que alzar la voz. Porque cuando alzas la voz, descubres que no estás solo».

El jazz vuelve a la trinchera 


En junio de 2020, durante la oleada de protestas por la muerte de George Floyd, el compositor y pianista de Nueva Orleans Jon Batiste, flamante ganador del Oscar por la banda sonora de Soul, convocó con éxito varias marchas por las calles de Manhattan en las que la música era la protagonista. Por las mismas fechas nacía Musicians United NYC, una plataforma que se ofrece a dar apoyo a protestas callejeras de todo tipo. «Está demostrado que cuando en las manifestaciones hay música, la policía actúa de otra forma. Es una manera muy efectiva de desescalar la tensión», dice Albert Marquès, uno de los miembros del colectivo. 


El movimiento Black Live Matters ha tenido en la música uno de sus mayores altavoces. Y aunque no puede competir con el hip hop en relevancia social, el jazz norteamericano también alza la voz. La dimensión política nunca desapareció de esta música: con más o menos beligerancia, veteranos en activo como los trompetistas Wynton Marsalis y Nicholas Payton o el contrabajista William Parker no han dejado nunca de señalarla. 


Pero hoy en el jazz de Estados Unidos se oyen cada vez más voces que hablan abiertamente de racismo, de violencia policial y de igualdad. Artistas como Terrace Martin, productor y saxofonista, han sabido conectar con otras músicas de más impacto social. Produjo uno de los himnos oficiosos del BLM, Alright, del rapero Kendrick Lamar, y tras la muerte de Floyd lanzó Pig Feet, una colaboración con varios raperos que habla muy a las claras de violencia policial. Junto al saxofonista Kamasi Washington, en el festival online Black Power Live estrenó una suite de título inequívoco, Racism on Trial (juicio al racismo). 


Denuncia de la policía


Hace años que el trompetista Christian Scott aTunde Adjuah habla sin tapujos sobre estos temas en piezas musicales como KKPD, una denuncia de la policía de Nueva Orleans. En Blue Note, el sello más poderoso del sector, apuestan por jóvenes talentos, como Immanuel Wilkins o Joel Ross, que tampoco esquivan la política. 


En el ámbito académico, la prestigiosa batería Terry Lynn Carrington ha puesto en marcha el Berklee Institute of Jazz and Gender Justice, que se presenta con una pregunta: «¿Cómo sonaría el jazz en una cultura libre del patriarcado?». Y el trompetista Jeremy Pelt ha publicado Griot, un libro de conversaciones muy reveladoras con músicos afroamericanos de varias generaciones en el que se habla de jazz en clave social y política. 


«En Estados Unidos los músicos se están mojando. En Londres, con colectivos como jazz re:freshed, también», dice el batería Marc Ayza, que echa de menos esta implicación en la escena del jazz local. «Aquí estamos en las antípodas. Yo soy muy crítico con el racismo que hay en la escena del jazz de aquí. Es un poso que se nota en los referentes, el desprecio a músicos negros… Y tengo la sensación de estar solo en esto». Albert Marquès, desde Nueva York, le da la razón. «Irónicamente, en el país de Trump, George Floyd o Keith Lamar, por lo menos se puede tener este debate cada día».

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