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La auténtica guerra de las galaxias

La conquista del espacio

Branson y Bezos ya han viajado al espacio P Los proyectos de los dos magnates, junto con el de Musk, agitan la industria aerospacial P Tras estas operaciones late la pugna por ser los primeros en conquistar el cielo

La conquista del espacio

En el segundo verano consecutivo con restricciones de movilidad por culpa de la pandemia, la noticia turística de la temporada no tiene que ver con ninguna ruta por lugares recónditos del planeta ni con nuevos hoteles de lujo dotados de servicios exclusivos, sino con una propuesta mucho más exótica e insospechada: viajar al espacio. En apenas nueve días, varias personas pueden presumir de haber hecho turismo en los confines de la atmósfera y más allá.

Diez lo han probado ya. El vuelo espacial realizado el pasado día 11 por la compañía Virgin Galactic —que elevó a su propietario, el magnate Richard Branson, a otros tres tripulantes y dos pilotos hasta una altura de 80 kilómetros sobre la superficie terrestre— figurará para siempre en los anales de la navegación como el primer viaje turístico espacial de la historia, aunque en su caso apenas rozaron la capa exterior del planeta durante unos minutos. Lo justo para sentir la ingravidez y observar la curva de la Tierra recortándose sobre la inmensidad negra del cosmos.

Su hazaña se vio superada el martes pasado por la de Jeff Bezos, fundador de Amazon, quien a bordo de su cohete, el New Shepard, alcanzó durante unos tres minutos, junto a otros tres viajeros, los 105 kilómetros de altitud, distancia considerada por los astrónomos como las puertas del espacio. Por su parte, el también multimillonario Elon Musk tiene previsto poner en órbita a un número aún no confirmado de turistas antes de que acabe el año. Estarán dando vueltas alrededor de la Tierra durante tres días a 540 kilómetros sobre el nivel del mar.

Laboratorio de pruebas

Considerados hasta ahora territorio exclusivo de astronautas y agencias estatales, los viajes espaciales han empezado a acercarse al gran público a raíz de la fiebre que estos magnates han desatado por el turismo galáctico, aunque de momento sigan vedados para quienes no pueden pagar los 210.000 euros que, como precio de partida, cuestan los asientos en estas naves. La guerra de Branson, Bezos y Musk por ser los primeros en llevar tripulantes particulares fuera de la Tierra y hacerlo más lejos que el anterior ha revitalizado la carrera aeroespacial, un combate que permanecía prácticamente en el olvido desde los tiempos de la Guerra Fría.

Sin embargo, sería miope pensar que el impacto de estos proyectos se limita a saciar el capricho de un puñado de millonarios por darse un garbeo fuera del planeta. La tecnología punta que hace realidad estas excursiones está sirviendo de laboratorio de pruebas para otras aspiraciones espaciales de mayor enjundia. Recurriendo a la metáfora del dedo y la Luna, muy apropiada para este caso, en la carrera sobre la que se han lanzado Bezos, Branson y Musk, el dedo es el turismo espacial y la Luna es, justamente, eso, la Luna, pero también Marte, la exploración del Universo y el suculento negocio que se esconde en un nicho de mercado que acaba de empezar a ser explotado desde el sector privado.

De momento, la competitividad de los tres empresarios ha servido para superar uno de los principales retos que tenía ante sí la ingeniería aerospacial: conseguir que el mismo cohete que viajaba al espacio pudiera plantarse de nuevo en la Tierra en perfectas condiciones para ser reutilizado en más misiones, habilidad que ya han conseguido perfeccionar, después de varios intentos fallidos, el Falcon 9 de Musk y el New Shepard de Bezos.

Banda ancha universal

Con la ayuda de estos sistemas de lanzamiento, el fundador de Tesla ha conseguido poner en marcha Starlink, proyecto que aspira cubrir la estratosfera por una red de satélites para llevar internet a todo el planeta, y ha transportado mercancías y astronautas a la Estación Espacial Internacional por encargo de la NASA. Por su parte, Bezos presentó en 2019 su Blue Moon, el módulo espacial con el que se ha propuesto llegar a la Luna si en el camino no se le adelanta Musk, que ya ha cerrado un contrato con la agencia estatal norteamericana para llevar astronautas al satélite de la Tierra en 2024. Si lo del Apolo norteamericano y el Sputnik soviético era una carrera, lo de los nuevos reyes del espacio es un puro frenesí por ver quién llega más lejos y lo hace antes.

«Nos encontramos ante un nuevo desafío, el de la exploración espacial a gran escala, y está claro que estos grandes empresarios están intentando tomar posiciones de ventaja», analiza Diego Rodríguez, director del área de Espacio de Sener, empresa española de ingeniería aerospacial. En su opinión, se está produciendo un «cambio de enfoque» en el sector: «Antes, las empresas y los países contrataban a la NASA o la ESA para poner en órbita sus satélites. Ahora, las agencias nacionales delegan esa labor en estas nuevas compañías lideradas por multimillonarios», señala.

¿De quién es el espacio?

Ese cambio de paradigma no solo está revolucionando el mercado aeroespacial. También lleva camino de trastocar la relación que la población mantenía con la aventura galáctica. «Antes, la conquista de nuevas metas en el cosmos era una cuestión de orgullo nacional, pero ahora, ¿quién se identifica con el presidente de una multinacional?», plantea David Galadí, astrónomo del Observatorio de Calar Alto (Almería). Desde su punto de vista, la irrupción de estas nuevas figuras «le cambia el rostro a la carrera espacial y le resta épica, porque los recién llegados se guían básicamente por un interés económico y personal, no filantrópico ni en beneficio de toda la Humanidad, como ocurría antes».

La pandemia apenas ha afectado a los proyectos liderados por los nuevos magnates del cielo. De hecho, en el último año y medio ha habido más noticias de lanzamientos y presentaciones de misiones que en todo el lustro anterior, con una aceleración de proyectos que recuerda a la fiebre del oro que se desató en el Oeste norteamericano a mediados del siglo XIX.

Con aquella aventura comparte la carencia de un marco legal que regule su actividad. La única legislación que existe en este sector es el Tratado del Espacio Exterior, que se firmó en 1967 para mantener a raya a soviéticos y norteamericanos en plena Guerra Fría. «Antes de que sea más tarde, habría que dejar claro de quién es el espacio, quién tiene derecho a explotar los recursos de la Luna y quién puede crear colonias en Marte. Y esta es una demanda que debe partir de la sociedad», advierte Miquel Sureda, ingeniero aeroespacial de la Universidad Politécnica de Cataluña.

De momento, la fuerte inversión de dinero que Branson, Bezos y Musk están haciendo en la carrera aeroespacial tiene un efecto positivo que nadie niega. «Nunca había habido tantos ingenieros desarrollando tecnología de vanguardia relacionada con la conquista del espacio», destaca Sureda.

¿Ese esfuerzo investigador redundará en todo el sector? Desde la industria de satélites y componentes para la navegación, Diego Rodríguez mantiene una duda: «Estas empresas son muy verticales y cerradas, al estilo de Apple, lo fabrican todo ellas mismas de principio a fin, y está por ver que faciliten la diseminación tecnológica». En su opinión, el empujón que los nuevos actores han dado a la carrera aeroespacial entraña una sombra y una virtud. «Corremos el peligro de que, al final, esto se convierta en un oligopolio y quede en pocas manos. Pero, de momento, el atractivo de sus proyectos ha hecho que mucha gente vuelva a hablar de la aventura del espacio, y esto es inspirador», opina Rodríguez.

Del Oeste al espacio: el negocio


El propietario de Virgin Galactic, Richard Branson, ha ganado la carrera a Jeff Bezos para convertirse en el primer turista del espacio. Mientras, Elon Musk se mantiene estos días en un discreto segundo plano, a pesar de que su Space X es la empresa privada mejor posicionada en esta competición, que parece una especie de casting para saber quién hará de malvado megalómano en la próxima película de James Bond.

Estábamos acostumbrados a que la lucha por el control del espacio era cosa de los estados. De hecho, hace pocos meses fuimos testigos de la carrera de misiones a Marte protagonizadas por Estados Unidos, China y Emiratos Árabes. Esto no deja de ser una continuación de lo que comenzó durante la Guerra Fría, cuando EEUU y la Unión Soviética se disputaban la hegemonía del planeta mandando cohetes a las estrellas.

Precisamente cuando se conmemoraba el 50º aniversario de la llegada del hombre a la Luna, la cadena CBS entrevistó a Bezos. La conversación fue muy reveladora. El fundador de Amazon declaraba que su objetivo no tiene nada de lúdico. Quiere encontrar el lugar idóneo en el espacio para fabricar aquellos productos necesarios en la Tierra pero que son demasiado nocivos para el medio ambiente o demasiado caros para ser producidos aquí. Él lo revestía de preocupación climática, diciendo que de esta manera se dejaría de hacer daño al planeta.


Filibusteros 

En el fondo, sin embargo, el espacio es una oportunidad de negocio, como lo era para un tipo concreto de colonos que en EEUU eran conocidos como filibusteros. Aunque, originariamente, el término, en el siglo XVII, servía para identificar a los piratas que actuaban en el mar de las Antillas, a mediados del siglo XIX la palabra se aplicó a los aventureros, mayoritariamente estadounidenses, que llevaban a cabo misiones militares privadas a ciertas zonas del continente.


Entre 1848 y 1860, dueños de grandes plantaciones del sur de EEUU patrocinaron expediciones privadas en México, el Caribe y Latinoamérica con el objetivo de crear nuevos estados esclavistas y ponerlos bajo tutela de EEUU. Varias razones explican esas ansias expansionistas. Para empezar, cada vez había más áreas del norte a favor del abolicionismo y también existía el temor de que se produjera una rebelión de esclavos. Si todo esto ocurría, los esclavistas corrían el riesgo de perder su negocio y, por tanto, debían cubrirse las espaldas.


Los filibusteros no eran un grupo muy numeroso, pero sí muy activo. El más representativo fue William Walker. Nacido en Nashville en 1824, estudió Medicina y luego Derecho, pero se acabó dedicando al periodismo. Parece que la muerte de su prometida le afectó de tal manera que decidió dar un nuevo rumbo a su vida. Al tener noticia de que algunos aventureros intentaban comer terreno a México, reunió medio centenar de hombres para conquistar Sonora, convertirla en república e incorporarla a EEUU. Cuando los mexicanos lo derrotaron, se dirigió a Nicaragua, donde se rumoreaba que se podría construir el canal que finalmente hizo Panamá. Walker llegó a ser presidente de ese país entre 1856 y 1857. Desde esa posición quería expandir los dominios de EEUU en América Central, pero los estados vecinos lo derrotaron y ejecutaron.


Al igual que su caso se podrían citar los de James Long en Texas o William Chanler en Cuba y Venezuela, por ejemplo. Personajes que iban por libre pero que favorecían el expansionismo norteamericano por todo el continente sin que el país tuviera que ensuciarse directamente las manos. | XAVIER CARMANIU

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