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El efecto Matilda

Marie Cermínová ‘TOYEN’

Un retrato de Toyen. |

Figura primordial del movimiento surrealista, la checa fue una mujer de vanguardia, difícil de definir y de espíritu andrógino, pues adoptó un rol masculino por miedo a ser rechazada que mantuvo hasta su muerte en 1980, en París. Allí la acogieron con respeto y admiración mientras que su país prácticamente acaba de recuperar su nombre

¿Alguna vez habéis pensado hasta qué punto la identidad masculino-femenino es capaz de limitar o definir nuestra vida? ¿Son nuestros actos juzgados según aquello que se asocia a nuestro sexo? En realidad, sí. Todavía hoy existen ciertas actitudes consideradas normales para unos o fuera de lugar para otros, siempre condicionadas por ese lazo azul o rosa que todos llevamos desde que nacemos, no somos del todo objetivos y solemos pasar bajo ese filtro de colores los actos de los demás; también los propios.

Creemos que somos libres pero seguimos estando atados por esos hilos que otros, antes que nosotros, pusieron ahí y son tan difíciles de cortar. Consciente de todas estas barreras que van implícitas a cada género, y la dificultad añadida de triunfar en un mundo dominado básicamente por hombres, la joven artista checa Marie Cermínová decidió desligarse de todo aquello que era implícito a su sexo, tiró todos esos cuadrados arquetipos y cambió su femenino nombre por otro indefinido, Toyen, creado para ella por su amigo el poeta Jaroslav Seifert. En ese mismo instante fue como ponerse una piel nueva, libre, sin ataduras ni limitaciones, sin identidad o género alguno que delimitara de algún modo su forma de vivir.

Pintora, dibujante e ilustradora, ferviente defensora de la libertad de la mujer, su propia actitud era muy contraria a la del papel que la sociedad le tenía asignado, frecuentemente vestía como un hombre y hablaba de ella misma en tono masculino, nunca se casó ni tuvo hijos. Fue esa manera tan independiente de pensar lo que le valió el respeto de sus compañeros de vanguardia y la fascinación de quienes la conocieron, a pesar de ser muy reservada con su vida personal (nunca dio ninguna entrevista).

Poco se sabe de su infancia, no era algo de lo que le gustara hablar, incluso negaba haber tenido nunca una familia, así que su primera huella la encontramos a los dieciséis años en una fábrica de jabón donde trabajaba mientras cursaba estudios en la Academia de Artes, Arquitectura y Diseño de Praga, aunque se cree que no llegó a terminar su formación.

De la mano del poeta y artista surrealista Jindrich Styrský, del que no se separaría hasta la muerte de éste, viajó en varias ocasiones a París y juntos colaboraron en diferentes proyectos literarios que ella ilustró. Aunque al principio el trabajo de Toyen era un tipo de paisaje de un cubismo puro que fue evolucionando hacia una figuración con fuerte contenido erótico, incluso de cierta connotación lésbica, obras con las que ilustró no sólo revistas, sino también diferentes libros. No era un problema para la pintora tocar el tema de la sexualidad femenina, tanto desde el punto de vista del placer como de la insatisfacción, al contrario, se movía con total soltura, sin prejuicios, muy fiel a ese carácter suyo tan avanzado.

Juntos crearon una alternativa a la abstracción y al surrealismo a la que llamaron Artificialismo, definido por ellos como «la identificación del pintor con el poeta, donde el artista crea poesía sin usar el lenguaje».

Tras su experiencia parisina y su contacto con el grupo de surrealistas, sobre todo con André Breton, la pareja regresa a Praga y en 1934 fundan, junto con un grupo de artistas y escritores, el movimiento surrealista checo, siendo Toyen cabeza visible de esta nueva corriente. La angustia, el dolor y la impotencia son una constante en sus visiones surrealistas donde los sueños, la imaginación y hasta la religión coabitan de manera natural.

Muchas de sus obras hacen una inevitable alusión a la política y sus consecuencias, por desgracia demasiado presentes en su vida por culpa del recuerdo del tiempo que pasó bajo tierra durante la Segunda Guerra Mundial. Como otros muchos artistas, durante ese tiempo continuó pintando, pero de manera oculta, en la clandestinidad, incluso arriesgó su vida escondiendo en su apartamento al poeta judío Jindrich Heisler. A pesar del fin de la guerra, los comunistas se estaban preparando para tomar Checoslovaquia, así que ante la inestabilidad que se avecinaba decidió viajar con Heisler a París en 1947, donde se estableció definitivamente para no regresar. Gracias a esta decisión parte de su pintura ha podido perdurar hasta hoy pues al marchar se llevó toda su obra con ella, por ese motivo la mayor parte se encuentra actualmente en manos de coleccionistas franceses.

Surrealista, mujer de vanguardia difícil de definir, de espíritu andrógino, adoptó un rol masculino por miedo a ser rechazada que mantuvo hasta su muerte en 1980, en París, la patria que la acogió mientras la suya ni siquiera llegó a mencionar en la prensa su pérdida. Como un castigo a su rebeldía, a su lucha contra los prejuicios sociales y el orden político establecido, por ayudar a un judío, y huir a París, la obra de Toyen fue silenciada por el régimen comunista y ha permanecido en el olvido hasta 1989. Hoy la ciudad de Praga vuelve a dar luz a su nombre, femenino o masculino, qué más da, reconociéndola como una figura clave en el desarrollo del arte en su país y figura prominente del movimiento surrealista internacional, pero sobre todo un emblema de la libertad de género y diversidad.

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