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Entrevista
Kristen R. Ghodsee Etnógrafa

«A las ‘apps’ de contactos no les interesa que tengas buen sexo»

Kristen R. Ghodsee

Esta etnógrafa norteamericana, experta en la Europa del Este, asegura que durante el socialismo las mujeres, liberadas de las tareas domésticas, tenían más y mejores orgasmos. Tras la caída del Muro de Berlín, el capitalismo acelerado se encargó de jibarizar la intensidad del placer. Licenciada en Estudios Culturales por la Universidad de Berkeley, es profesora de Estudios Rusos y de Europa del Este en la de Pensilvania. Escribe artículos en ‘Le Monde Diplomatique’, ‘The Washington Post’ y ‘The New York Times,’ y conduce el pódcast ‘Forty-seven Selections from the Works of Alexandra Kollontai’. Este año ha publicado ‘Red Valkyries: The Revolutionary Women of Eastern Europe’ (Verso Books), que explora la carrera revolucionaria de cinco socialistas de los siglos XIX y XX.

Kristen R. Ghodsee (California, EEUU, 1970) ha dedicado la mayor parte de su vida al estudio de los países de Europa del Este y Rusia, de antes y después del comunismo, y ha alimentado una decena de libros de análisis. En una de sus últimas publicaciones, Por qué el capitalismo se cargó el orgasmo femenino (Capitán Swing), relaciona la sexualidad con las exigencias del capitalismo emergente. Ghodsee aborda cuestiones como la práctica sexual a cambio de dinero o poder o la sorprendente igualdad que gozaban las mujeres en el régimen comunista. Una forma indirecta de confrontarse con el capitalismo del siglo XXI.

¿Por qué el capitalismo se ha cargado el orgasmo femenino?

Hoy tenemos una idea muy física de la sexualidad: todo se basa en la estimulación, en querer ver y tocar. En el sexo influyen factores como vivir en una sociedad sana, tener responsabilidad medioambiental e interpersonal, pero también independencia económica. En el socialismo, las parejas no se preocupaban de la estabilidad económica, porque la tenían garantizada.

Entonces, ¿el capitalismo aguó la pulsión?

Exacto. No pensamos en disfrutar el momento, sino en subir una fotografía a Instagram o compartir un estado en Facebook o Twitter. Si no capturas el momento, no vale. Y precisamente esta mentalidad capitalista —que es muy cuantificadora— le va genial a las aplicaciones de citas.

¿Por qué?

A las apps de contactos no les interesa que tengas buen sexo, al contrario. El capitalismo se ha impuesto hasta el punto de no fomentar una experiencia sexual buena sino cuantificable. En las citas de internet se busca sexo a secas. Como empresa no les interesa perder clientes: si consigues buen sexo y una pareja estable, la aplicación desaparecerá de tu teléfono. Por lo tanto, hay que buscar que los consumidores tengan sexo, y que repitan.

¿Cómo ha cambiado el papel de la mujer antes y durante el capitalismo?

Con el socialismo, las mujeres tenían cubiertas las necesidades básicas. Podían hacer su vida de manera independiente sin tener que preocuparse de las tareas domésticas, porque había pocas y estaban repartidas. Por ejemplo, existían locales llamados milk bar (bar de leche), donde vendían comida y bebida a precios muy asequibles, lo que ahorraba cocinar y limpiar el hogar. Y aunque parezca una tontería, aparte de crear una comunidad en el vecindario, también liberaba a las mujeres. Cuando el capitalismo se impuso, los gobiernos empezaron a ahorrar dinero para distribuirlo entre pocos, recortaron todo lo que era público. Y así se acabaron disolvieron los milk bars.

Las mujeres volvieron al juego de los roles.

Exacto. Normalmente, las mujeres aceptan la diferencia por el simple hecho de tener una estabilidad económica. Y la situación acaba convirtiéndose en una especie de moneda de cambio: tú me garantizas una vida cómoda y feliz y yo cuido el hogar y te doy sexo.

¿Y a consentir en vender el cuerpo sexualmente?

También. Hemos visto múltiples casos de mujeres con precariedad económica —y que deciden no depender de un hombre como pareja— que han tenido que vender su cuerpo para conseguir dinero para llegar a final de mes. Y lo mismo pasa con la gestación subrogada, son —la mayoría— mujeres que necesitan dinero para su día a día. Así, la moneda de cambio se establece entre sexo y dinero. Pero al fin y al cabo es como otro mercado.

¿Otro mercado?

Sí. Existe una teoría de la economía sexual —o intercambio sexual— que afirma que las primeras fases del flirteo y la seducción entre hombres y mujeres se pueden considerar un mercado en el que las mujeres venden sexo y los hombres lo compran con recursos no sexuales: poder, amor, estabilidad o dinero, entre otras.

Tiene leyes propias.

Incluso tiene oferta y demanda. Cuando hay más demanda (más hombres que mujeres), los precios suben exponencialmente y beneficia al vendedor; por el contrario, cuando la oferta supera a la demanda, el precio es bajo.

¿En el socialismo no se podía aplicar esta teoría?

No exactamente. Se pudo comprobar que en los países con más igualdad de género —en los estados socialistas— había más sexo informal, más parejas sexuales per cápita, una edad de inicio en el sexo más temprana y una mayor tolerancia hacia el sexo premarital. Por lo tanto, el socialismo estableció una fuerte protección de la libertad reproductiva y con sólidas redes de protección sexual. Las mujeres apenas tenían que preocuparse del precio del sexo en un posible mercado abierto. Así, en estas circunstancias, el modelo de la teoría de la economía sexual diría que la sexualidad femenina dejaría de ser una mercancía vendible.

En el libro explica que defiende el socialismo, pero no en la versión que se aplicó. Entonces, ¿de qué socialismo habla?

Creo que no tenemos que volver atrás en el tiempo, pero que tenemos que aprender y restablecer las políticas buenas del socialismo. Antes de que llegaran los totalitarismos, había sociedades bastante igualitarias, donde las mujeres tenían mucha representatividad e independencia económica. Asimismo, mientras el socialismo define una ideología igualitaria, el capitalismo provoca una desigualdad social, porque es un producto inevitable de la propiedad privada de los medios de producción, donde los ricos se enriquecen cada vez más y con más rapidez. Pero tampoco apuesto por destruir el capitalismo, se está cayendo solo.

¿Podría haber una cuenta atrás para el capitalismo?

Al capitalismo le quedan dos días, porque el sistema no es capaz de resolver los tres problemas emergentes de este siglo XXI: el automatismo, el cambio climático y las desigualdades. La situación es tan insostenible que acabará estallando. La derecha ya está preparada y la izquierda todavía no se pone de acuerdo. Lo mismo pasó con Lenin y su mujer: llevaban cinco años planeando la revolución y, de un día para el otro, sucedió. No lo planearon, pero estaban preparados.

Esta etnógrafa norteamericana, experta en la Europa del Este, asegura que durante el socialismo las mujeres, liberadas de las tareas domésticas, tenían más y mejores orgasmos. Tras la caída del Muro de Berlín, el capitalismo acelerado se encargó de jibarizar la intensidad del placer.

Licenciada en Estudios Culturales por la Universidad de Berkeley, es profesora de Estudios Rusos y de Europa del Este en la de Pensilvania. Escribe artículos en ‘Le Monde Diplomatique’, ‘The Washington Post’ y ‘The New York Times,’ y conduce el pódcast ‘Forty-seven Selections from the Works of Alexandra Kollontai’. Este año ha publicado ‘Red Valkyries: The Revolutionary Women of Eastern Europe’ (Verso Books), que explora la carrera revolucionaria de cinco socialistas de los siglos XIX y XX.

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