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Trastienda de una industria en auge

Corea el frenético plató de Netflix

Netflix ha invertido 1.200 millones de dólares desde 2015 en el audiovisual coreano, un sector en ebullición creativa y de producción, que ha sido acusado de registrar jornadas de 150 horas semanales

‘Kingdom’ ( apocalipsis zombi medieval)

Sin duda hay formas más sutiles de simbolizar los males del capitalismo que mostrar una bola gigante de poliestireno llena de dinero que permanece suspendida en el aire, y a un grupo de personas que la contemplan deslumbradas mientras deciden si estarían dispuestas a ver morir al resto con tal de quedarse con el botín. Y a pesar de ello —o, quizá, precisamente por ello— esa escena de El juego del calamar está destinada a ser su significante visual por antonomasia ahora que sus nueve episodios están conquistando el mundo. La imagen de una esfera llena de billetes, después de todo, se entiende en cualquier idioma.

Durante la era del streaming, pocas series han alcanzado el estatus de acontecimiento cultural a la misma escala y con la misma rapidez que la nueva ficción coreana de Netflix. Desde que vio la luz el pasado 17 de septiembre, su llamativo título ha extendido sus tentáculos a titulares de prensa, discusiones en redes sociales y charlas en grupos de whatsapp, y va camino de convertirse en el título más visto de todo el catálogo de la plataforma. Se trata de un logro especialmente notorio si se tiene en cuenta que también es uno de los que contiene escenas más perturbadoras.

‘Sweet home’

El éxito de El juego del calamar supone un paso de gigante en el proceso de propagación por todo el planeta —originalmente conocido como Hallyu— que los diferentes exponentes de la cultura coreana —de películas y series a bandas de K-Pop como BTS y Blackpink pasando por los platos más típicos de la gastronomía nacional— llevan protagonizando desde hace tiempo; concretamente desde 1993, cuando Corea del Sur se liberó de la censura que había imperado durante décadas de dictadura militar y protagonizó un auge en el sector cultural. La eclosión de las ficciones televisivas, también conocidas como K-Dramas, coincidió con el principio del florecer económico de China y su creciente demanda de entretenimiento. Pekín consideraba que las series estadounidenses eran incompatibles con los valores comunistas, y asimismo se negaba a importar contenidos desde un país enemigo como Japón; inmediatamente, Corea se convirtió en su principal proveedor. Durante la década posterior, la popularidad de los K-Dramas se extendió por el resto de Asia, y a partir de 2010 empezaron a abrirse camino en Occidente. Y entonces llegó Netflix.

Agresiva estrategia financiera

En realidad, varios de los motivos que explican el triunfo internacional de El juego del calamar se resumen con una gran N roja. El todopoderoso generador de contenido llegó a Corea en 2015, y tras gastarse 700 millones de dólares en la producción de 80 películas y teleseries entre ese año y 2020, sus planes de inversión solo para 2021 se sitúan en los 500 millones. Esa agresiva estrategia financiera, complementada con la magia que obran los algoritmos en los que se basa su plataforma de visionado, ya había proporcionado a la compañía series de éxito en el pasado. Entre ellas está Kingdom, imponente mezcla de intrigas políticas y zombis ambientada en tiempos de la dinastía Joseon; o D.P. El cazadesertores, drama social centrado en los maltratos sistemáticos sufridos por los reclutas que realizan el servicio militar; o Sweet Home, relato de terror que imagina a los humanos mutando en monstruos feroces y que, solo cuatro semanas después de su estreno, a finales de 2020, ya había sido visto por 22 millones de suscriptores.

‘Está bien no estar bien’

Dicho esto, conviene recordar que, hasta hace no mucho, el grueso de los K-Dramas eran comedias románticas y melodramas dirigidos principalmente a esa etiqueta llamada público femenino. También en ese sentido fue un revulsivo la llegada al país de Netflix, que empujó a productoras rivales y canales de televisión por cable a apostar por contenidos más diversos, atrevidos y provocadores. En los últimos años han proliferado las series sobre asesinos en serie —Beyond Evil, The Tunnel—, sectas destructivas —Save Me—, espíritus diabólicos —The Guest, The Uncanny Counter—, empresas que ayudan a sus clientes a satisfacer su sed de venganza —Taxi Driver—, siniestros aéreos que esconden conspiraciones a gran escala —Vagabond— y detectives que viven en épocas distintas y aun así se comunican a través de walkie-talkies para resolver crímenes, como The Signal.

Desigualdad y violencia

Aquellos espectadores para quienes Parásitos (2019) supuso la primera toma de contacto con el entretenimiento coreano detectarán varias similitudes entre El juego del calamar y la película de Bong Joon-ho; después de todo, la nueva serie también recurre a abundantes dosis de humor negro y también, decimos, habla sin rodeos de las desigualdades sobre las que se sustenta el sistema económico y la competición extrema que impone entre los miembros de la sociedad. Sus protagonistas, después de todo, son un grupo de personas endeudadas hasta el cuello que se ofrecen voluntarias para participar en una serie de sádicos juegos de superviviencia. Solo puede haber un ganador, que será millonario; los 455 concursantes restantes morirán, casi siempre ejecutados, en el intento.

‘D.P. El cazadesertores’

La forma particularmente salvaje de capitalismo que impera en Corea también ha sido retratada en otras series como Sky Castle (2018) y The Penthouse (2020-2021), ambas centradas en el mundo de los asquerosamente ricos, pero asimismo ha quedado en evidencia en algunos casos de explotación laboral desvelados recientemente en el ámbito de los K-Dramas. Hace dos años la compañía Studio Dragon, una de las productoras de contenido audiovisual más importantes del país, tuvo que salir al paso de informes según las cuales sus equipos de rodaje eran sometidos a trabajar hasta 151 horas semanales.

‘Vincenzo’

La sociedad coreana, dicen quienes la conocen, es una sociedad no solo excepcionalmente supeditada a las feroces leyes del mercado sino también profundamente agresiva; los traumas que el país sufrió a lo largo del siglo XX —la colonización japonesa, la guerra de Corea, casi 40 años de dictadura, varias crisis financieras— han dejado huellas imborrables en su psique colectiva y también han quedado impresas en las ficciones producidas en el país. Pero, si las películas dirigidas durante más de dos décadas por cineastas como Park Chan-wook o Kim Ki-duk han contribuido a popularizar esa imagen del coreano como un ser humano depravado y sediento de sangre, la violencia explícita retratada en El juego del calamar es una anomalía en el ámbito de la televisión. Dependiendo de su nivel de tolerancia, frente a las escenas más cafres lo más probable es que algunos espectadores tuerzan el gesto, otros se queden boquiabiertos y otros recurran a la risa nerviosa. El éxito de la serie demuestra que ninguno de ellos, eso sí, deja de mirar.

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