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territorio vintage

La desaparición de Agatha Christie

¿‘Shock’ vital o maniobra despechada? [] La escritora se esfumó en diciembre de 1921 durante 11 días tras una pelea conyugal [] Encontraron su coche destrozado... y se temió lo peor

El ‘Daily Mirror’ con la noticia de su desaparición. (L) | LP/DLP

El 3 de diciembre de 1926 Agatha Christie se esfumó. Su coche apareció estrellado en una cantera de tiza del condado de Surrey, próxima a un lago. Había sangre en el interior, se había dejado el permiso de conducir, una maleta y el abrigo: la policía se temió lo peor.

La escritora, de 36 años, ya era famosa tras su sexta novela, El asesinato de Roger Ackroyd. Gran Bretaña se conmocionó. Más de mil agentes y 15.000 voluntarios la buscaron, los perros rastrearon los campos, hubo aviones oteando desde el cielo, los estanques fueron dragados. Sir Arthur Conan Doyle, a falta de un Sherlock Holmes real del que echar mano, contrató a una médium, que lanzaba conjeturas sobre su paradero blandiendo un guante. La prensa inglesa enloqueció: hasta dibujaron a Christie caracterizada de hombre por si era el caso. La desaparición de Agatha Christie saltó a la portada de The New York Times.

Once días sin rastro. Hasta que un músico la reconoció en el hotel de lujo donde se hospedaba, en Harrogate, una elegante ciudad balneario de Yorkshire. Estaba registrada allí desde el principio con el pseudónimo de Teresa Neele, parecía ilesa, se había presentado como una turista de Ciudad del Cabo. Leía cada día la prensa en su retiro: Agatha Christie había comentado con los demás huéspedes las noticias de la desaparición de la excéntrica escritora.

Cuando dieron con ella alegó que tenía amnesia. Amnesia, asintió su marido, Archibald. No le había reconocido ni a él, la justificó su familia frente a la indignación de los medios. La escritora no supo por qué aquel hombre se le abrazaba.

La noche en que se perdió la pista de Agatha Christie, el matrimonio había tenido una fuerte discusión. Archibald Christie, apuesto piloto durante la Primera Guerra Mundial, por entonces banquero de la City, se había entregado con pasión al golf en los últimos tiempos. Se compraron incluso una costosa casa en las afueras de Londres, próxima a un campo. Agatha le acompañó alguna vez, pero no llegó a aficionarse.

Entre palos y greens, él había conocido a Nancy Neele, de 24 años. No era un flirteo, le comunicó, tampoco la tolerable amante de un hombre burgués: quería el divorcio. Agatha Christie cortocircuitó. Subió las escaleras para darle un beso a Rosalind, la hija de ambos. Alrededor de las 20.45 horas cogió el coche, se subió a una colina y bajó sin frenos hasta la cantera de tiza donde el vehículo, un Morris Cowley, fue hallado con un choque frontal.

¿Trance amnésico?

«Estado de fuga», describió uno de sus biógrafos, Andrew Norman. Un trance amnésico generado por un trauma o depresión, poco habitual, pero que encaja a la perfección con los síntomas de Agatha Christie durante su estancia en Harrogate. Incapacidad para recordar algunos o varios eventos pasados y pérdida de identidad o fabulación, que «ocurren cuando de repente e inesperadamente se viaja con un propósito fuera de casa», según el manual Merck de información médica. Pero a Agatha Christie no le falló la memoria cuando se registró en el hotel con el apellido de la amante de su esposo, Neele. Se le acusó de maniobra promocional, de artimaña para retener a Archibald Christie: le estremecería la posibilidad de perderla para siempre, si aún la amaba. Dos años después se casaba con Nancy.

Agatha Christie se refugió en Canarias tras el divorcio. En 1934, bajo el pseudónimo de Mary Westmacott, escribió la novela más autobiográfica de la serie intimista que firmó con ese nombre, Retrato inacabado. Un pintor, en una isla solitaria, conoce a Celia, quien le explica su historia: una niña de familia bien, joven solicitada, amante esposa a la que todo aboca a una vida vulgar. Hasta que intenta suicidarse después de que su marido le anuncie que se ha enamorado de otra y le pida el divorcio al poco de morir su madre. Celia sobrevive al intento. Y despierta a la edad adulta.

También hubo vida para Agatha después de Archibald. Y qué vida. Intentó recuperar su apellido de soltera, Miller, pero su editor se opuso: ya era una estrella. Convertida en madre soltera, acabó de convencerse de que escribir era su oficio y eso significaba hacerlo también cuando no quería. Acabó como pudo El misterio del tren azul, publicó una veintena de libros en la década de los años 30, emprendió el camino que la convertiría en la escritora más vendida de todos los tiempos, solo superada por Shakespeare y la Biblia.

En lo personal volvió a casarse con el arqueólogo Max Mallowan, 14 años menor que ella. Pese a estar convencida de que lo único que podía hacerle daño a esas alturas era un marido, como hizo decir a Celia en Retrato inacabado, también a eso se sobrepuso.

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