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Historia

La fascinación por los animales

Cinco mil leones y tres mil gladiadores fueron sacrificados solamente en los días de la inauguración del Coliseo romano por el emperador Tito - Elefantes, hipopótamos, rinocerontes, osos, toros o cocodrilos también han sido actores de espectáculos sangrientos

El paradigmático rinoceronte de Durero. | LP/DLP

Con el Renacimiento, Europa vive un momento de interés por el hombre como medida de todas las cosas pero también de acercamiento a la Naturaleza. Plantas y, sobre todo, animales más o menos exóticos vuelven a ocupar el imaginario de las gentes manifestándose en el arte y la cultura. Así, vemos aparecer, por ejemplo, una planta de maíz en la decoración que Rafael hace en la Villa Farnesina apenas 10 o 15 años después de que los españoles la introdujeran en Europa. Pero el símbolo máximo de este interés es el paradigmático rinoceronte de Durero.

Del rinoceronte nos habla Plinio en la antigüedad clásica cuando los espectáculos con fieras y gladiadores en los circos eran tan populares como lo son hoy los conciertos de rock o el fútbol. Solamente en los días en que inauguró el Coliseo el emperador Tito se sacrificaron «cinco mil leones y tres mil gladiadores». También eran actores de estos espectáculos sangrientos los elefantes, hipopótamos, rinocerontes, osos, toros, cocodrilos y demás bichos que sirvieran para plantar cara a un hombre o a otro animal. Todos ellos están bien representados en los mosaicos romanos y de ellos nos han llegado multitud de descripciones y referencias en los autores clásicos. Al dejar atrás esos días y esos fastos los europeos olvidan cómo son estos animales y, como dije, su interés por ellos se va a recuperar en el Renacimiento que coincide con la apertura de nuevas rutas a regiones ignotas y lejanas donde viven muchos de ellos.

La historia del rinoceronte de Durero es bien conocida y la podemos resumir así: hacia 1515, el rey Manuel I de Portugal recibe un regalo desde la India, es el primer rinoceronte que se ve en la Europa de su época. Conociendo lo escrito por Plinio sobre las peleas entre estos animales y los elefantes, prepara el rey manuelino en su palacio un desafío entre el recién llegado rinoceronte y un elefante joven. Elefantes tenía varios. Al verse frente a frente, el elefante huye despavorido y ahí queda todo. El rey portugués decide enviar su nuevo animal a Roma como regalo al papa León X, al que debía muchos favores ya que con sus bulas había podido añadir nuevos territorios a su reino, pero la embarcación y el exótico animal se pierden en una tormenta. De todo ello hay múltiples relatos y de ellos sacó Alberto Durero la información suficiente para dibujar su famoso rinoceronte, aunque sabemos que un artista alemán, Valentim Ferdinand, hizo unos bocetos del rinoceronte que llegaron a su conocimiento. El grabado es uno de los más difundidos de su obra y ha contribuido en gran medida a nuestra imagen mítica del rinoceronte a pesar de que tiene varios errores graves en su representación.

Unos años después, 1581, llegó a España otro rinoceronte, este de la isla de Java, más pequeño y hembra, como regalo a Felipe II. El pobre animal tuvo que soportar que le cortasen el cuerno y lo dejaran ciego, aunque él se vengó matando a uno de sus cuidadores. Durante años fue una atracción más de la Casa de Fieras que el rey había montado en Aranjuez y que entre otros animales exhibía un león, un tigre o pantera, un elefante y el susodicho rinoceronte. También tuvieron colecciones vivas de animales además de Manuel I, Monteczuma y hasta Kublai Khan entre otros muchos. De esta época es un libro de Juan de Arfe editado en Sevilla en 1587 que da las dimensiones de varios de estos animales (Arfe clasifica en cinco tipos los animales: unos de cuatro pies, otros reptiles, otros de aire con carne y sangre, y otros sin carne ni sangre, y otros son pescados que andan por el agua; estamos aún lejos de Linneo). Estas medidas eran necesarias a pintores, escultores, escritores de bestiarios u orfebres que son los que difundían entre la población la imagen de estos seres fabulosos. Ahora los vemos en los documentales de televisión.

El descubrimiento de América puso a disposición de Europa además de una infinidad de plantas nuevas, a muchos animales desconocidos en el Viejo Continente. Todos ellos fueron objeto de deseo por los poderosos y traídos desde el otro lado del Océano si se podía. La falta del conocimiento de sus costumbres y alimentación hizo que estos traslados fueran entonces en muchos casos imposibles. Así, primero llegaron las pieles de colibrí que estos pajaritos multicolores vivos o la descripción de los titís antes de que hubiese ninguno en España, que fue la principal puerta de entrada de esta fauna americana. Los museos se llenaron, algunos aún lo están, de animales disecados. Esto no quiere decir que muchos barcos no volviesen del Nuevo Continente con loros, papagayos y otros muchos animales vivos que eran muy apreciados entre los europeos de la época. En el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid (aunque yo lo acabo de ver en el Museo del Prado en la exposición Tornaviaje) se encuentra el Quadro de la Historia Natural Civil y Geográfica del Reyno del Perú (1799) con más de 300 animales y plantas que se envió a España para que el rey conociera estos especímenes de sus reinos transatlánticos.

Pero la verdadera eclosión del conocimiento, siempre por parte de los europeos, de nuevos animales fue la colonización de Australia. Los marsupiales, de los que hay unas 140 especies, y otros bichos australianos eran realmente diferentes del resto de los animales conocidos. Los canguros, ualabíes, koalas y wombats asombraron al mundo.

Y si para muestra vale un botón, repasemos la historia de otro famoso animal: el ornitorrinco (ornitorrinco es un neologismo que significa pico de ave). Según nos cuenta Herbert Wend, la primera noticia en Europa sobre este animal la tuvieron los naturalistas del museo Británico de Londres cuando en 1798 les llegó la piel de un curioso especimen que les habían remitido desde Australia. Pensaron que era una broma: piel parecida a la de una nutria, pico de pato y con una cloaca como reptiles y aves. Después de examinarlo concienzudamente no pudieron encontrar nada que confirmase que no era real. Llegaron más ornitorrincos conservados en alcohol que acabaron de convencerlos de que este rarísimo animal existía. Pronto lo relacionaron con el equidna al que se llamó «ornitorrinco de tierra» y con el que tenía muchas similitudes, como el poner huevos aunque fuera un marsupial.

Conseguir un ornitorrinco vivo fue mucho más complicado ya que su método de alimentación (come crustáceos y lombrices en cantidades asombrosas para su tamaño) dificultó extremadamente su traslado a Europa o América, donde llegó el primer ejemplar vivo en 1922 que duró poquísimo. Hoy día quien quiera verlo vivo debe viajar a Australia ya que está prohibido exportarlos. Disecados los hay en algunas colecciones zoológicas de museos e instituciones. Recuerdo haberlo visto en el museo de Ciencias Naturales del IES Canarias Cabrera Pinto de La Laguna.

El mundo se ha hecho pequeño y no quedan casi tierras sin explorar, pero muy probablemente todavía tenemos que llevarnos alguna sorpresa con el descubrimiento de animales inimaginables o quizá con la resurrección de alguno que consideramos extinguido. El lobo marsupial, cuyo último ejemplar conocido murió en 1936, es un firme candidato, ya que frecuentemente se producen avistamientos por personas que «juran» haberlo encontrado de nuevo «vivito y coleando». Estén atentos a los documentales de la tele, pronto los veremos.

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