La Provincia - Diario de Las Palmas

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El tanque ganó la batalla

25 años de una pequeña (y a la vez enorme, y única) revolución cultural en Canarias

Exterior del espacio cultural El Tanque, en Santa Cruz de Tenerife.

Nunca me he permitido escribir en público en primera persona sobre El Espacio Cultural El Tanque, pero creo que ahora, que se cumplen 25 años de su existencia como espacio cultural, es el momento perfecto. Al menos ahora me veo capaz de hacerlo.

No me imagino la vida sin El Tanque, no lo había pensado así nunca, pero una frase de Miriam Durango para este aniversario me hizo ver que es así: no podría imaginar lo que es la ciudad donde vivo, Santa Cruz de Tenerife, sin ese Tanque de petróleo que convertimos en espacio cultural a finales de los años 90. 

Cuando cuento la historia a amigos de fuera de Canarias me dicen que por qué no hago una novela sobre este espacio, porque la historia de El Tanque tiene todos los ingredientes de una novela negra, de terror, pero, afortunadamente, con final feliz. El Tanque me costó la vida política y no me importó, ni me importa ahora. El Tanque me obligó a enfrentarme con todas las fuerzas vivas y poderosas no solo de Tenerife, sino de España, Cepsa, DISA, la junta de compensación de Cabo Llanos, el Ayuntamiento de Santa Cruz, Ferrovial, etc., una lista tan grande que no vale la pena reseñar entera porque casi todos ellos han perdido poder y, sobre todo, relevancia, y porque, aquella experiencia, al final, me ha servido para toda la vida, para saber distinguir lo que es correcto de lo que no lo es (especialmente en política), para perseverar y persistir y para reconocer quién es amigo y quién no, y, además, me ha permitido ver el final de la película: 25 años después, podemos decir que El Tanque ganó la batalla (aunque, por si acaso, no pienso bajar la guardia).

Como digo, El Tanque, no solo me mostró a mis enemigos, sino, sobre todo a verdaderos amigos -entonces no lo sabía, ahora tengo la total certeza-, amigos tan leales como Adán Martín, ese político tan raro (por extraordinario) que tuvimos la suerte de tener en Canarias, y ese amigo tan grande que no podré ni quiero olvidar. El no dijo nada, no me dejó hacer ni me prohibió hacer, simplemente me observó con una mirada muy abierta, sabiendo perfectamente lo que yo iba a hacer en cada momento y lo que él debía hacer por su parte. No nos repartimos los papeles, pero, tácitamente, supongo que ambos supimos lo que iba a ocurrir a continuación en cada capítulo de esta serie casi interminable.

Entre esos amigos tan leales están también todos los que quisieron seguir la senda de defensa de El Tanque y, juntos y muy revueltos, formamos, hace ya mucho tiempo, la Asociación de Amigos del Espacio Cultural El Tanque, desde la arqueóloga María Dolores Camalich y el directivo de Cepsa Jesús Manrique, hasta la artista Miriam Durango; el actor Carlos Belda (¿cuántas veces te subiste a una farola, Carlos, para que pudiéramos tener la luz que nos cortaban casi diariamente?); el director de orquesta Víctor Pablo Pérez (que salvó El Tanque una de las veces que estuvo a punto de ser demolido, el inolvidable 10 de octubre de 1999); la compañera de tantos retos y que tanto me apoyó siempre Carmen Rosa García Montenegro; mi jefa de prensa for ever, Desireé Rieu; los grandes Carmelo y Martín Rivero; la maravillosa actriz Fefi Suarez; el diseñador Pepe Valladares; la super periodista Patricia Masset o la indispensable Cristina Sarmiento, y algunos otros, con lealtad inalterable. Importantísimos todos (Dimas, Néstor, Pura, todo el equipo del festival Keroxen y tantas otras personas importantes en esto desde Carmen Alborch, y Rafael Moneo que no dudaron ni un instante en firmar el manifiesto a favor de El Tanque que les puse delante, hasta José Antonio Duque, Manuel Parejo, Francisco Pomares, Lucas Fernández, Jaime Pérez Llombet, el inicialmente escéptico Juan Cruz, Antonio Álvarez de la Rosa, Cristina Alcaide, Alfonso González Jerez, José Luis Rivero Ceballos, instituciones como el Colegio de Arquitectos de Tenerife, el Círculo de Bellas Artes de Tenerife…. en fin, tantos y tantas...) incluido el apoyo de todos mis compañeros del Cabildo de Tenerife (menos uno). 

Me gustaría citarlos a todos porque se lo merecen, pero no podría, porque hemos ido ganando tantos aliados con el tiempo, año tras año, hasta que conseguimos, primero reabrir El Tanque que Ricardo Melchior cerró injustamente por decreto en enero de 2002, y amenazó con cesarme (-¿cuántas veces subí la escalera del Cabildo durante un año y medio, día tras día, sin saber si en mi mesa encontraría, o no, mi cese como consejera de Cultura?-). Luego, en 2006, logramos cambiar el Plan General de la ciudad (¡no me digan que no tiene tela!) y reabrirlo, y, por fin, en 2014, declaramos BIC este espacio tan singular. Y por supuesto no puedo ni debo olvidar a Fernando Menis, su arquitecto, el que primero lo vio y lo entendió, quien me contó por teléfono, mientras buscaba hierros que reutilizar para nuestra casa por una Refinería en desmantelación, que había visto un espacio increíble y que yo tenía que verlo también, y me hizo volver -tal fue la emoción con la que me lo contó- dando la vuelta en la autopista del sur de la isla, para ver un tanque, entonces abandonado, en 1995, con restos de petróleo aún en sus paredes, que merecía -como coincidimos los dos desde el primer instante- ser conocido por los ciudadanos de Santa Cruz.

Esta lealtad de tantos y tantas, irreductibles amigos de la cultura (con mayúsculas), no sé por qué ha sido posible, me gustaría ser capaz de explicar todo el proceso con la razón y sin la emoción, pero aún no puedo. Creo que este espacio del que escribo, cuando entras dentro, te despierta emociones de lo más ancestrales y diversas, y sobre todo las relacionadas con la creatividad de nuestros cerebros homo sapiens. Es un lugar demasiado especial, y tiene una historia muy simbólica, empezando por tener unos defensores incombustibles que nunca flaquearon en la labor de hacer lo que había que hacer, en cada momento, para salvarlo. 

Y se salvó -¡lo salvamos, chicos!- y ahora, que sigue consiguiendo nuevos aliados como Juan Márquez, el actual viceconsejero de Cultura, y que tuvo el apoyo, a morir, de mi sucesor en el Gobierno de Canarias, Alberto Delgado, tiene la máxima protección que otorgan las leyes españolas a un bien que forma parte de nuestro patrimonio histórico: Bien de Interés Cultural. Está a la altura del Drago de Icod, de la iglesia de la Concepción y de tantos otros enclaves indispensables de nuestra isla de Tenerife, de Canarias y de España, con su propia categoría, la de ser bien de interés cultural de carácter industrial.

No creo, sinceramente (aunque sé que, seguro, soy subjetiva), que haya existido otro proceso igual en la historia de Canarias (¿y de España? ¿Alguien sabe de algún ejemplo similar?), otra lucha cultural como esta, en la que todos los protagonistas, nosotros, los activistas culturales de esta historia (me siento tan orgullosa de ser parte de esto), no tuvimos ni la más mínima duda, nunca, de que estábamos haciendo lo correcto: hacer lo posible (y lo imposible) por salvar El Tanque de su demolición y conseguir que siguiera (que siga) vivo, y haciendo historia, como un espacio inédito para la cultura de las Islas Canarias.

(*) Abogada y doctora en Arquitectura e investigadora de la Universidad Europea

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