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El pergamino de Clío

La guerra química y biológica en la Antigua Grecia

La guerra química y biológica en la Antigua Grecia

Al pensar en la guerra química se nos viene a la mente un método reciente de combate. Nada más lejos de la realidad. Los griegos ya conocían los efectos de sustancias y venenos de origen vegetal o animal y sabían utilizarlos para combatir efectivamente a sus enemigos. La mayoría de las armas químicas tenían, en la antigüedad, una tecnología simple, lo que facilitaba su eficacia. Las fuentes griegas y la mitología se encargan de ilustrarnos sobre el empleo de este tipo de arma. No obstante, a pesar de que fueron ampliamente utilizadas, fueron consideradas de uso cruel y deshonroso ya que simbolizaban una guerra al margen de todo precepto moral. Este tipo de armas contradecía el ideal griego de guerra justa, sujeta a ciertos principios éticos que eran aprobados por la sociedad. A pesar de ello, el orden en Grecia era frágil y, en ocasiones, se debía recurrir a este tipo de tretas para coger al enemigo por sorpresa.

Analicemos ahora ejemplos del uso de armas químicas en la mitología. Apolo utilizaba flechas que provocaban enfermedades en forma de plaga. Ovidio relató que Hera envió una enfermedad terrible que diezmó a la población de Egina (Metamorfosis, VII, 530 y ss.). Heracles utilizó flechas bañadas en resina de pino a las que prendió fuego para sacar a Hidra de Lerma de su madriguera y, tras cauterizar sus cabezas para que no crecieran más, selló la tumba de la Hidra con una piedra, «sumergió en su bilis las puntas de sus dardos, a fin de que cada dardo lanzado provocara, debido a su punta, una herida incurable» (Diod. Biblioteca, IV, 11-5). Curiosamente, todos los sujetos mitológicos que utilizaron este tipo de armas terminaban siendo heridos o muertos por agentes tóxicos, puede que debido a una suerte de karma griego, debido a su concepción inmoral de este tipo de práctica.

Las primeras armas que manipularon los griegos con toxinas, al igual que ocurría en su mitología, fueron las flechas. El arco, a pesar de que fue ampliamente utilizado, era considerado un arma de cobardes ya que los arqueros disparaban desde larga distancia, evitando el enfrentamiento cuerpo a cuerpo.

Entre las plantas venenosas que utilizaban se encuentran el eléboro, capaz de matar a un caballo en pocas horas; el acónito que provocaba dolor abdominal, vómitos y parálisis neuromuscular; el tejo que podía provocar infartos, o la belladona, que era letal. La toxicidad de esta última se podía mantener en un arma hasta 30 años. También existían toxinas de origen animal. Claudio Eliano mencionó la alta toxicidad de los excrementos de una especie de escarabajo pelotero (Aelian. IV, 41). También destaca el veneno del pez raya o la picadura de medusas o erizos de mar. No obstante, el veneno animal más utilizado y documentado en la Antigua Grecia fue el veneno de serpiente. Actualmente se cree que los escitas emponzoñaban sus flechas con una mezcla llamada scythicon cuyo principal ingrediente era el veneno de víbora.

Los soldados comenzaron a ingerir pequeñas cantidades de veneno y de antídotos para ser más resistentes a los ataques químicos. Esto lo hicieron los psilos libios que ya no sentían ni siquiera las mordeduras de serpientes o escorpiones. (Aelian. XVI, 27).

Pero el uso de toxinas no se dio solo en las batallas. El primer caso documentado de una población civil envenenada de forma masiva con fines bélicos es el de la ciudad de Cirra en la Primera Guerra Sagrada (590 a.C.). La liga Anfictiónica, que pretendía defender el Santuario de Delfos, envenenó el agua de la ciudad. Hay diversas versiones sobre lo que ocurrió, Frontino cuenta que Clistenes de Sición cortó las tuberías e introdujo eléboro para contaminar el suministro. Otros como Nebros sugieren que se vertió algún tipo de veneno, pero no confirma cuál fue.

En el 478 a.C. los atenienses pretendían frenar el ejército de Jerjes y decidieron envenenar el agua de la ciudad que abandonaron posteriormente. Esta táctica defensiva se denominaba «tierra quemada» y era aceptada por los griegos para evitar que el enemigo disfrutara de sus tierras una vez conquistadas.

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