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El pergamino de Clío

Orígenes de la guerra psicológica

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La guerra psicológica se utiliza para definir cualquier acción con el ánimo de evocar una reacción psicológica planeada por otras personas (BÉLA, 1955), con el objetivo de establecer valores, creencias, sensaciones o emociones en el comportamiento colectivo o de un individuo concreto. Ejemplo de ello es la propaganda de guerra o las tácticas para enardecer la moral de los soldados propios o para destruir la del enemigo.

Un ejemplo de guerra psicológica lo vemos actualmente en Rusia, con la censura de los medios de comunicación y la expansión programada de información falsa para convencer a la población rusa de que se trata, en realidad, de una guerra justificada. En España también vamos sobrados de fake news, utilizadas a menudo para inducir a confusiones políticas.

Realmente, la guerra psicológica es una práctica bastante habitual. Es, de hecho, una práctica pacífica, una forma de agresión indirecta. Al ser una guerra «por debajo de la mesa» es difícil defenderse de este tipo de agresión ya que no existen tribunales internacionales que sean capaces de proteger contra ella. Ejemplo de ello es la guerra de Vietnam, la «primera guerra televisada», en la que la opinión pública estadounidense participó activamente hasta conseguir que Nixon retirara gran parte de sus soldados.

En cuanto a su historia, podemos comenzar hablando del Libro de los Jueces de la Biblia. En él se detalla que en el año 1245 a.C., durante la guerra contra los medos, Gedeón tenía una pésima situación táctica y una gran inferioridad numérica. Gedeón se dio cuenta de que cada centuria, por la noche, incluía un farol y una trompeta. Para confundir al enemigo, haciéndole pensar que tenía muchos más hombres, equipó a 300 de sus soldados con faroles y trompetas. El enemigo pensó que se encontraba ante 30.000 soldados y se desbandaron rápidamente.

El ejército Asirio (911-605 a.C.) también es muy conocido por sus crueles tácticas psicológicas, tanto que consideramos importante hablar de ello más adelante, de forma más extendida. Sun-Tzu, cinco siglos antes de Cristo, indicó las normas para derrotar al enemigo sin utilizar fuerzas militares: «simplemente hay que descomponer todo lo que haya de más calidad en el adversario; empleando ofertas, promesas y presentes; sembrando la discusión entre los que mandan, excitando el recelo entre ellos; proporcionándoles mujerzuelas y drogas para que se corrompan».

El gran Genghis Kan empleó la guerra psicológica diseminando noticias alarmantes en los pueblos por donde iba a pasar. Mientras, el general Aníbal adoctrinaba a los prisioneros de los pueblos conquistados y luego los liberaba, haciéndose así una fama de libertador contra la del opresor romano. Por ello consiguió ganar muchos adeptos que se incorporaron a sus filas voluntariamente y lucharon por él con ahínco.

Pero, personalmente, una de mis favoritas es la táctica de Lord Cochrane. Thomas Alexander Cochrane, X conde de Dundonald y marqués de Maranhão, estaba al mando de un pequeño bergantín (H.S.M. Speedy) con solo 14 cañones y 50 hombres. Consiguió capturar a la fragata española Gamo, de 200 hombres. Se acercó con la bandera americana, fingiendo ser un buque mercante, pero al abordarse surgieron del barco los hombres de Cochrane con sus cuerpos desnudos pintados como esqueletos, dando gritos que evocaban a la locura, gritos que sorprendieron y paralizaron a los españoles que se rindieron inmediatamente.

En conclusión, podemos ver que la guerra psicológica es una guerra efectiva, que se ha venido utilizando desde los albores del mundo civilizado.

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