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¿Hay alguien por ahí?

Algo cayó del cielo de Roswell

El 2 de julio de 1947, un objeto se precipitó en Nuevo México [] Convertido en icono pop, el ‘caso Roswell’ sigue apasionando a ufólogos y conspiranoicos en un momento en que EEUU parece buscar la verdad sobre los ovnis

Letrero de bienvenida a la ciudad de Roswell, con alusiones al popular incidente alienígena. | LP/DLP

El 2 de julio de 1947, el granjero William W. Mac Brazel recogía su rebaño de ovejas cuando descubrió unos extraños escombros dispersos por su rancho de Roswell, Nuevo México; algo parecido a tiras de gomas, palillos y papel de aluminio. Alarmado por la posibilidad de que fueran los restos de un accidente aéreo, Brazel comunicó su hallazgo al sheriff del condado, que lo trasladó a las autoridades militares de la base aérea de Roswell. La misión de recogida de escombros fue asignada al mayor Jesse Marcel. Él fue el primero en ver lo que había caído del cielo en Roswell. Hasta el día de su muerte, Marcel afirmó que era un platillo volante.

El 8 de julio, la oficina de prensa de la base aérea anunció que habían recuperado los restos de un disco volador. El Roswell Daily Record informó en portada del asombroso hallazgo: «Las fuerzas aéreas capturan un platillo volante en un rancho de la región». La noticia corrió como la pólvora y desató la fiebre marciana por todo el país. Al día siguiente, la base aérea de Carswell rectificó e informó de que los restos hallados en Roswell pertenecían a un globo meteorológico. Fin de la historia. O, al menos, eso pareció durante más de 30 años en que el caso Roswell cayó sumido en cierto olvido. La vida siguió su curso.

El caso Roswell, del que se acaban de cumplir los 75 años, es probablemente el enigma ufológico más apasionante de la historia dada su condición de piedra angular del folclore moderno de los objetos voladores no identificados y de las teorías de la conspiración más chifladas: el mutismo gubernamental, el Área 51, los hombres de negro, la tecnología inversa. ¿Era una nave extraterrestre lo que se estrelló en el rancho? ¿Se recuperaron, acaso, los cuerpos agonizantes de sus tripulantes alienígenas? ¿Es posible que los mayores avances científicos de la segunda mitad del siglo XX se deban al concienzudo estudio de los restos del ovni siniestrado?

Seductoras preguntas que alimentaron la pasión de los amigos del misterio y que convirtieron a la pequeña población rural de Roswell en lugar de peregrinación, pero para las que, oficialmente, solo hay una antipática respuesta: el platillo era solo un globo-espía lanzado al espacio en junio de 1947 dentro de un proyecto de alto secreto destinado a averiguar si los rusos habían realizado pruebas nucleares.

Investigaciones en marcha

El 75º aniversario del caso Roswell se cumple en un momento excitante, en que las fuerzas armadas norteamericanas admiten el aumento significativo de artefactos no identificados en zonas de maniobras militares. En los últimos tiempos, el Capitolio ha desclasificado numerosos documentos sobre avistamientos y, aunque por ahora no hay respuestas convincentes, sí parece haber un interés serio por acercarse a la verdad. En este sentido, el caso Roswell, en cuanto icono de imagenería pulp y de los delirios conspiranoicos, ha caído casi en lo paródico, pero merece el respeto de lo pionero: con Roswell empezó todo, o casi todo.

Desde tiempo inmemorial se ha hablado de fenómenos en los cielos de origen desconocido, incluidos episodios bíblicos como la inquietante rueda de Ezequiel, pero no es hasta 1947 que se acuñó el término flying saucer (platillo volante). Fue el piloto norteamericano Kenneth Arnold, que se refirió con ese término a los nueve artefactos que avistó desde su avioneta mientras sobrevolaba el monte Rainer, en el estado de Washington.

Eso sucedió el 24 de junio de 1947, apenas una semana antes del incidente de Roswell. También solo dos años después del final de la Segunda Guerra Mundial con el lanzamiento de sendas bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. La especulación se hizo inevitable: tanta visita alienígena se debía al temor, por parte de civilizaciones más avanzadas, de que la Humanidad hiciera un uso perverso e irreversible de la energía nuclear. No en vano, el 16 de julio de 1945 EEUU había realizado en el desierto de White Sands, en Alamogordo, a apenas 180 kilómetros de Roswell, el Trinity Test, o primera prueba de un arma nuclear, antes de su letal aplicación en Japón.

Roswell, olvidado hasta los años 70

Como decíamos antes, el incidente de Roswell cayó en el olvido después del anuncio de que lo que allí se precipitó no era más que un globo aerostático. Hubo de esperarse hasta entrados los 70 para que el episodio volviera a atraer la atención ufológica general y advenir piedra angular del fenómeno. Uno de los principales causantes del revival sería Jesse Marcel, sí, el militar que había recogido los restos de aquello que cayó del cielo en Roswell.

El siempre ávido interés por los extraterrestres estaba en la cresta de la ola a finales de los 60. Había furor por los seres de otro mundo, como lo demostraban el éxito de los libros de Erich von Daniken sobre supuestas influencias extraterrestres en las culturas humanas primitivas; o de series televisivas (hoy de culto) como UFO (1970), acerca de una agencia militar secreta, la SHADO, destinada a defender la Tierra de una inminente invasión alienígena; o Proyecto UFO: Investigación Ovni (1978), protagonizada por dos agentes del proyecto Libro Azul, los estudios (reales) realizados por la Fuerza Aérea norteamericana entre 1952 y 1969 para determinar si los platillos volantes eran una amenaza para la seguridad nacional. Y, claro, el de películas como el clásico Encuentros en la tercera fase (1977), que despertaron la fascinación por la figura, esta vez sí, del alienígena bueno.

En este contexto propicio apareció la figura del físico nuclear y ufólogo Stanton T. Friedman, obsesionado desde mediados de los 60 por la investigación, aparentemente rigurosa, del viejo incidente de Roswell. Según su teoría, lo que cayó en Nuevo México no fue un globo, sino un «vehículo electrodinámico» propulsado por «materia interestelar» procedente del «sistema binario de estrellas Zete Reticuli», que se habría precipitado sobre la Tierra a causa de un relámpago. En 1980, el científico logró la que parecía la prueba definitiva: antes de morir, el mayor Jesse Marcel le explicó al completo la historia de lo que habría visto en Roswell aquella noche de julio de 1947. Aquello, según Marcel, no podía ser otra cosa que una nave espacial de origen desconocido.

«Era una pieza de metal, fina como un cigarrillo. Cogí un martillo y la golpeé. El martillo rebotó en la pieza. Aquello no era ningún globo meteorológico. Era una nave. ¿Qué tipo de nave? No lo sé», explicó Marcel. Freedman y el viejo militar habían devuelto a Roswell a la pole position del movimiento ufológico. Se publicaron decenas de libros y documentales. Los teóricos de la conspiración disponían de un material fascinante, incluido el vídeo de una supuesta autopsia a un cadáver de alienígena hallado en Roswell, que hizo correr ríos de tinta en 1995 hasta que se descubrió que era un fraude. Roswell volvía a ser sinónimo del, supuestamente, mayor encubrimiento de encuentro con alienígenas de la historia.

Un globo espía secreto

En 1997, las fuerzas aéreas estadounidenses publicaron un informe de título demoledor que ponía fin, o al menos lo pretendía, a medio siglo de especulaciones y teorías conspirativas: El informe Roswell, caso cerrado. Ahí se explicaba que lo que cayó en Nuevo México era un globo, sí, pero perteneciente al misterioso Proyecto Mogul. A falta todavía de satélites artificiales y de aviones espía tipo U-2, Mogul utilizaba globos capaces de alcanzar grandes alturas para recabar información sobre las pruebas nucleares de la Unión Soviética justo después de la Segunda Guerra Mundial. No es que los globos pudieran penetrar en el espacio aéreo enemigo, pero sí alcanzar la tropopausa, o capa de transición entre la troposfera y la estratosfera. En el caso de que la URSS detonara un dispositivo nuclear, el globo podía escucharlo a distancia, ya que la tropopausa actúa como conductor acústico.

Lanzado desde Alamogordo el 4 de junio de 1947, el Mogul número 4 sería, según los datos desclasificados, el que se estrelló un mes después en el rancho de Mac Brazel. Dado que el proyecto era ultrasecreto y, de conocerse, podía provocar un conflicto irreversible con la URSS, se mantuvo oculto incluso para los responsables de la base aérea de Roswell, lo que habría dado pie a la confusión que dio origen a la leyenda del incidente alienígena. Aunque cualquier amigo de la conspiración responderá que el citado informe desclasificado es una burda manipulación para ocultar la Gran Verdad. Y así hasta el infinito, en un bucle sin fin de sospecha y paranoia que hoy, 75 años después del fascinante incidente, todavía perdura.

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