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territorio vintage

La genia indie que nadie conoce

Barbara Loden ajustó cuentas con Hollywood y el entorno provinciano en el que creció en la película ‘Wanda’, ninguneado retrato sobre una América a la deriva [] Un libro rescata su figura

(L) | LP/DLP

En 1970 vio la luz una de las películas esenciales del cine independiente americano... y casi nadie se enteró de ello. Tras obtener elogios en festivales como la Mostra de Venecia, donde ganó el Premio de la Crítica Internacional, fue totalmente ignorada por la mayor parte del escasísimo público que tuvo acceso a ella, e inmediatamente olvidada justo después.

Tuvieron que pasar décadas antes de que se la reconociera como un logro artístico excepcional, un modelo de autonomía femenina adelantada a su tiempo —hace medio siglo, un largometraje escrito, producido, dirigido y protagonizado por la misma mujer era algo impensable—, y la prueba fehaciente del talento de una cineasta cuya carrera se vio trágicamente truncada demasiado pronto.

Con esa película, Wanda, Barbara Loden logró ofrecer un retrato absolutamente radical de una América sumida en el desamparo económico y existencial, y en el proceso ajustó cuentas no solo contra esa industria que durante tanto tiempo la consideró tan solo otra rubia bella y paleta más, sino también contra el entorno provinciano, opresivo y violento en el que había crecido. De hecho, son esas luchas personales las que dieron forma a Wanda; y la publicación de Vida de Barbara Loden (Sexto Piso), fascinante mezcla de biografía, novela y ensayo a cargo de la autora francesa Nathalie Léger, nos ha dado la oportunidad de ahondar en ellas.

La Monroe insumisa

Loden llegó a Nueva York con 16 años para trabajar como bailarina y modelo pin-up mientras estudiaba interpretación, y durante las dos décadas siguientes fue valorada exclusivamente por su aspecto; ese fue el principal motivo por el que el cineasta Elia Kazan acabó casándose con ella en 1966, cuando ya llevaban varios años de relación adúltera y tumultuosa durante los que él le dio sendos papeles cinematográficos en Río Salvaje (1960) y Esplendor el la hierba (1961). Y cuando en 1964 montó la producción teatral de Después de la caída, de Arthur Miller, contó con ella para que interpretara a un personaje claramente basado en Marilyn Monroe, en su día esposa del dramaturgo. Loden se parecía a Monroe no solo por su aspecto físico; también porque, según confesó ella misma después, compartía el tipo de insatisfacción y falta de autoestima que dos años antes habían llevado a la protagonista de Con faldas y a lo loco (1959) al suicidio.

En mayo de 1960, Loden leyó en la prensa un artículo que acabó sirviéndole de inspiración directa para Wanda. En él se relataba la historia de Alma Malone, que había sido condenada a 20 años de cárcel por su complicidad en el atraco a un banco y que, al escuchar la sentencia, había agradecido al juez su decisión. Aquella historia despertó en ella recuerdos de la traumática vida que había dejado atrás; quedó claro tiempo después cuando, al ser preguntada por su decisión de interpretar ella misma a una mujer maltratada, incomprendida y dominada por los hombres, respondió simplemente: «Nadie podría haberlo hecho mejor que yo».

En pocas palabras, Wanda puede resumirse como el retrato de una ama de casa que avanza a través de un paisaje compuesto por fábricas decrépitas, terrenos baldíos y moteles andrajosos, y que tras huir de un matrimonio miserable acaba convertida en prófuga junto a un despreciable ladrón de bancos.

Inspirada por títulos como Al final de la escapada (1960) y por el cine de Andy Warhol, exhibe un naturalismo extremo que en su momento contrastó de forma agresiva con la tradición dramática de Hollywood, ejemplificada por figuras como su propio marido; de hecho, hoy se asume que tanto esa crudeza formal como las condiciones de producción de la película —un presupuesto nimio, un equipo compuesto por solo tres personas, un reparto lleno de actores no profesionales— fueron el arma que Loden usó para llevar a cabo una crítica implícita a los modos del sistema hollywoodiense.

Maldita

Después de Wanda, Loden fue incapaz de volver a dirigir un largometraje, castigada a causa de su fracaso comercial por el mismo establishment que mostraba una actitud mucho más permisiva frente a sus colegas masculinos. Cuando murió a los 48 años, después de pasar dos de ellos luchando contra el cáncer de mama, no gozaba ni del favor de la cinefilia feminista, que consideraba a Wanda un personaje pasivo, sumiso y subyugado y, por tanto, un modelo de conducta nefasto.

No fue hasta principios de este siglo, gracias a la defensa llevada a cabo por figuras como la escritora Marguerite Duras y la actriz Isabelle Huppert, que la película y su protagonista fueron celebradas por su voluntad de visibilizar, sin victimismos, la parálisis que el desprecio y el sexismo institucionalizados causan sobre la mujer. Desde entonces, Wanda ha sido analizada y reivindicada —en su autobiografía, el propio Kazan intentaba atribuirse el mérito de haberla escrito al tiempo que, por otra parte, dedicaba a su esposa calificativos como «inmoral» y «perra»—, y su poder de influencia sigue creciendo.

De hecho, la posteridad ha convertido a Loden en símbolo de todas las directoras, y también de los directores, que podrían haber triunfado pero nunca tuvieron la oportunidad que merecían.

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